Hoy les decimos pasados de lanza, manchados, culeros u ojetes, y antes de soltar cualquiera de esos adjetivos —con la frustración ya desbordada— solemos antecederlos con una larga retahíla de groserías. Y aunque ninguna de esas palabras estaba en el vocabulario popular del siglo XIX, desde entonces Guillermo Prieto registró en sus crónicas el enojo que provocan los gandallas. En ese momento, en 1879, el escritor los llamó chapuceros, petardistas, estafadores, lanceros y funámbulos. Además, resaltó la labia de estos abusivos:
“Por lo general el tramposo orador es el 'artista', el ejercitado por excelencia, el que estudia los efectos de su palabra, el que mide y tantea el sufrimiento del objeto de su explotación; el que nos ve cara de 'simple', tiene mucho de actor, es fácil para el llanto, remeda la ira” (La Colonia Española. Diario Independiente. Año 6, no. 1192, lunes 9 de febrero 1879).
Aunque hoy tirar verbo ya no es tan necesario para ser gandalla, sí sigue siendo una de sus principales características. Basta abrir el periódico para leer las gandalleces de los millonarios y políticos, quienes apuntan siempre con su principal arma: las promesas incumplidas. Un caso es el del empresario Raúl Rocha Cantú, copropietario de Miss Universo, ligado a la delincuencia organizada y tráfico de combustible, quien engañó seis veces a la Fiscalía General de la República (FGR) para que le concedieran el criterio de impunidad y de testigo colaborador. “Dijo tener domicilios en Querétaro, Estado de México y Ciudad de México, y cuando fueron a buscarlos, los agentes de la FGR detectaron que nunca pernoctó ahí (…) En este momento no tiene establecido un arraigo domiciliario en donde pueda ser localizado” (El Universal, 19 diciembre 2025).

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También está el caso de los damnificados por el desbordamiento del río Cazones en Poza Rica, Veracruz, donde a dos meses de la tragedia, la gente sigue “levantando sus casas entre polvo y basura; con enfermedades respiratorias y estomacales, un drenaje que se fracturó, además de la desatención del gobierno que dio por terminada la ayuda a los damnificados hace semanas” (El Universal, 22 diciembre 2025).
La lista de gandalleces es inmensa y también la de las víctimas. “Aunque las víctimas por irresistible instinto conocen la proximidad del gato, éste se transforma, se disfraza y dispara tan de súbito, tan inesperadamente, que no es posible sustraerse a su poder”, escribió Guillermo Prieto. Hoy, ese gato ya no acecha, ya convive en el día a día de los mexicanos porque gandalla no sólo es el que hace bromas el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, ni el político que incumple su palabra; gandalla también es quien ocupa el lugar reservado en el transporte público, el vecino que pone sus bocinas a todo volumen, quien autoriza megaproyectos en reservas naturales y quien ante una tragedia no admite responsabilidades.
“Es la crisis de la moral en el sentido del contrato social, hablando no de la imposición de reglas como lo haría la iglesia, sino la crisis de las formas de convivencia que nos permiten vivir con justicia y respeto. Así que lo gandalla es una crisis social de lo ético, para ponerlo en términos muy simples”, comenta en entrevista Héctor Domínguez Ruvalcaba, profesor de la Universidad de Texas en Austin y autor del libro Gandallas (Ariel, 2021).
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“El costo de la biopsia de próstata es de 19, 330 pesos”, responde por teléfono la voz de una asistente del Hospital ABC a la pregunta que le hizo el señor Gerardo Cruz para ver si podía apresurar el estudio que en el IMSS le programaron en tres meses y cuyos resultados tardarán un mes más. Esa cantidad de dinero el señor no la puede desembolsar de un solo jalón porque, como la mayoría de mexicanos que gana el mínimo, necesitaría ahorrar cuatro o seis quincenas íntegras para saber si tiene cáncer. Esos 19 mil pesos también son la cantidad que un aficionado tendría que pagar para disfrutar el primer partido del Mundial en el Estadio Azteca: México contra Sudáfrica.
“Tu solicitud participará en un proceso de selección aleatoria. Si los boletos que solicitaste resultan seleccionados de forma total o parcial, se te asignarán siempre que FIFA Ticketing reciba el pago automático correspondiente. Los cargos comenzarán el 9 de febrero de 2026”, es lo que cita el correo que le llegó a todos los que se anotaron para un boleto.
“He participado en dos sorteos y en ninguno he salido ganador. De 20 personas a las que les llegué a preguntar, sólo a uno sí le dieron acceso para comprar boletos, pero para los partidos que serán en Estados Unidos y sólo quedaban para personas con discapacidad”, comparte Diego Arenas.
Sobre la venta de palcos, el pambolero platica que van desde los 8 hasta los 20 millones de pesos. “Los primeros que llegaron a comprar palcos en el Azteca, en el año 1966, compraron el derecho por cien años; eso quiere decir que si yo hubiera comprado uno, lo usaría hasta 2066. Para el Mundial, FIFA y Emilio Azcárraga llegaron a un acuerdo para pagar esos boletos y lo único a lo que no tendrán derecho las personas es a estacionamiento cerca, ni a comida. Saldrán dos paquetes: uno básico, de 10,500 dólares, y uno premium, de 15,000 dólares. Por ejemplo, el premium incluye doce cacahuates de 150 g, doce tablas de quesos y carnes frías, doce ensaladas de frutos rojos y dos botellas, ya sea de ron, tequila, ginebra o vodka, más 24 cervezas de 355 ml, entre otras cosas.”, cuenta Diego.
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Gandalla es una palabra que viene del catalán. En su origen era una “especie de redecilla para el cabello, probablemente porque los bandoleros catalanes de los siglos XVI y XVII llevaban el cabello recogido con gandalla” (Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, de Joan Corominas). Significado que evolucionó a “vida holgazana” y hoy, el Diccionario de mexicanismos lo define como quien “saca partido de todo, sin consideración ni respeto por los demás; aprovechado”.
“Tus faltas generan pérdidas a la empresa”, le dijeron las directoras de unos laboratorios médicos de logotipo color azul a una de sus empleadas en plena pandemia. La médico de gabinete, Patricia, tenía insuficiencia renal y, por cada incapacidad tramitada, la empresa ponía trabas para no pagárselas e incluso le sugerían pedir incapacidad permanente; de lo contrario, la reubicarían de sucursal, pero la mala noticia era que no había plazas disponibles. Pasados los meses, le pidieron firmar la renuncia voluntaria porque, en pleno auge del covid, dijeron que estaban en crisis financiera. En ese año, 2020, los laboratorios médicos y de diagnóstico aumentaron 59.2% sus ingresos, un incremento récord (El Economista, 4 octubre 2020).
“Son varios estudiantes que tienen certificado de estudios del Instituto De Educación Avanzada (IDEA), pero hace casi un año les dijeron que no aparecen sus historiales académicos. Los chicos mandaron sus papeles y el instituto les dijo que de tres a seis meses les enviarían su certificado con código QR (requisito que pide la Dirección General de Bachillerato para validarlo), pero hasta ahora nada. Y ya perdió un año de universidad porque necesita el certificado para inscribirse”, platica Teresa, madre de uno de los alumnos afectados.
En la sede IDEA Coacalco, Estado de México, las autoridades mandan a los estudiantes a la Dirección General de Bachillerato y ahí, en esas oficinas de la SEP, los mandan a IDEA. “Se echan la bolita y sólo pasa el tiempo”, narra Teresa.
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“Hay una especie de norma que consiste en romper la ley, sobre todo en grandes ciudades donde hay mucha más vida conflictiva a nivel social. Ahí encuentro gente que sale a la calle con la perspectiva de a ver qué norma rompen y regresan a casa frustrados si no lo logran. Es decir, se ha establecido como norma de conducta. Y esto tiene un origen en el hecho de que nuestras leyes no son legítimas o no las hemos legitimado. Son leyes generalmente importadas. Nuestra primera ley del México independiente fue el Código Napoleónico y así hemos ido incorporando leyes que no corresponden a nuestra idiosincrasia o que, por el hecho de ser leyes impuestas nos sentimos autorizados a romperlas”, señala Héctor Domínguez Ruvalcaba.
Además, la gandallez se convierte en uno de los signos más deseables del machismo, agrega. “Somos machos en la medida en que podemos romper más leyes. De ahí que el crimen organizado se esté enalteciendo porque es resultado de la relación conflictiva que tenemos con las leyes”, expresa el profesor, quien en su libro habla del comportamiento de cuatro gandallas: el Mochaorejas, la Mataviejitas, Marcial Maciel y Javier Duarte.
¿Qué pasa cuando el acto de romper leyes se da en las instituciones?
Últimamente veo una especie de frustración porque esté el partido que esté en el poder, nuestras estructuras con respecto a las leyes no cambian. Por más que digamos tal partido no es corrupto, al final el título de funcionario parece que trae aparejada una especie de normatividad no escrita que significa agandallar. Estar en el poder consiste en abusar del poder. Parece ser que lo que requerimos no son cambios en las siglas del partido en el poder, sino un cambio cultural a fondo.
El autor comenta que uno de los choques culturales que tuvo cuando emigró a Estados Unidos fue que allá la gente sí está al tanto de cuáles normas no debe romper. “Hay un ordenamiento social a nivel micro que no veo en México”.
Sin embargo, ahora no es momento para hablar de Estados Unidos como un país libre de gandallismo. “Tenemos un gobierno que se comporta como los dictadores. ¿Qué pasa con la sociedad frente a este fenómeno? Ahí es donde podría estar la gran diferencia. En Estados Unidos, la sociedad es capaz de cambiar de opinión política cuando un político rebasa cierta línea. Y es lo que estamos viendo a nivel micro en la calle; hay un verdadero pánico sobre cómo se está comportando el ICE. Hay un grito moral de: 'Ey, párale, estamos yendo muy lejos'".
En México, Domínguez Ruvalcaba observa que la capacidad de frenar el exceso se nos ha ido de las manos. “Hemos traducido la lucha en partido. La lucha por los derechos de las mujeres se ha desvirtuado, lo mismo la lucha por los derechos de las víctimas, los desaparecidos; todo parece entrar en un debate politizado que olvida el origen moral de este tipo de movimientos”.
Cuando visita México, el escritor padece uno de los gandallismos cotidianos: sobre Avenida Arcos de Belén, en un carril exclusivo para el autobús de pasajeros, están todo el tiempo estacionadas patrullas y detrás de éstas otros autos y, detrás, otros más…todo el carril está completamente obstruido. “¿Quién empezó el abuso? La policía. Entonces todos los demás dicen: ‘Si la policía lo hace, ¿por qué no lo voy a hacer yo?’”, platica.
¿Mira alguna actitud institucional gandalla que le preocupe?
En México todavía tenemos un nivel de impunidad de más del 90%. Y si analizamos a qué se debe, basta con tener una experiencia en el Ministerio Público para saber. Los que hemos sido víctimas de algún delito, nos encontramos con alguien que, para empezar, se resiste lo más posible a tomar la denuncia. O, para tomar la denuncia, hay la sugerencia de cierta dádiva. Los policías para hacer una investigación ya te están pidiendo dinero para la gasolina porque la institución está muy pobre. Es decir, los ministerios públicos son instituciones que funcionan para mantener un gran nivel de impunidad. En ese punto de primer contacto entre la ciudadanía y la autoridad, nos topamos con una gran pared, con una institución que le apuesta a agandallarse de las víctimas y no a cumplir la ley.