Autora de más de treinta libros entre novelas, volúmenes de cuentos, microrrelatos y ensayos, Luisa Valenzuela es una de las voces más poderosas de la literatura latinoamericana contemporánea. Publicada en América, Europa, Asia y Oceanía, traducida a una decena de lenguas y ganadora de innumerables premios, entre ellos el Carlos Fuentes a la creación Literaria en español, así como las becas Fullbright y Guggenheim, Valenzuela es una asidua promotora de la creación literaria.
Comenzó a los 17 años haciendo periodismo. Dos años después se publicó su primer cuento en la revista Ficción. Exiliada de su natal Argentina en 1979 como consecuencia de la dictadura de la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla, vivió en Nueva York por una década: allí enseñó en las universidades Columbia y NYU. Entre sus obras más emblemáticas pueden mencionarse El gato eficaz, Aquí pasan cosas raras, Como en la guerra, Cola de lagartija, Novela negra con argentinos y El mañana. La conocimos en persona el pasado 15 de octubre en la UAM Azcapotzalco, donde impartió una deslumbrante conferencia titulada “La ficción versus la realidad contaminada” como parte del Primer Congreso Internacional “Nuevas rutas y canon”. Siempre accesible, Valenzuela accedió a responder nuestras preguntas en torno a tópicos como la creación literaria, la censura y las secuelas de la represión, y abordó también su amistad con Julio Cortázar, así como la cercana presencia de Jorge Luis Borges, gran amigo de su madre, la escritora Luisa Mercedes Levinson.
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En Escritura y secreto sostiene: “cuando pretendemos saber más que los otros —los lectores en este caso— perdimos la partida. La fatuidad de pretender explicar el Secreto, de desgarrar el séptimo velo, se paga cara. Es la muerte de la obra literaria”. Más que desvelar el Secreto, la literatura debe apuntar a traspasarlo, nos aconseja. No existen las recetas infalibles, pero ¿podría darnos algunas recomendaciones para lograr de manera efectiva ese traspaso?La palabra receta me produce un cierto escalofrío y agradezco que reconozcas su inexistencia. Pero es un escalofrío atenuado por el recuerdo de unos versos del añorado y genial Leopoldo Brizuela
“¿Por qué será, ay Señor,
Que todo crítico estrella
Cree que escribir ficción
Es soplar y hacer botella?
Bien lo aprendió el gordo Eco
Como patada en la jeta:
No es lo mismo hacer la torta
Que saberse la receta”
Me parece muy acertada esa conclusión.
Y hablando de palabras, quizá la que yo usé refiriéndome al secreto, es decir el verbo traspasar, tampoco sea la correcta. La idea sería más bien circunvalarlo, respetarlo en toda su latencia. Porque el desafío no reside en qué decimos sino en cómo lo decimos. En materia de secretos, bien lo saben lo psicoanalistas casi tanto pero no mejor que las y los escritores, el lenguaje tiene el papel protagónico.
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La mañana en que ofreció la conferencia en la UAM, hablamos de la anécdota relativa a Como en la guerra en que se suprimió el Capítulo Cero y se agregaron los epígrafes. ¿Podría hablarnos más sobre su proceso de selección de epígrafes y cómo estos predisponen al lector para internarse en un texto?
En este caso específico, por un tema de fechas, más que predisponer al lector se trató de eludir la censura y riesgos aún peores. La primera mitad de la novela fue escrita en Barcelona durante un interregno de paz social en Argentina pero recordando épocas conflictivas. La completé a mi regreso, cuando tras la muerte de Perón el caos volvía a apoderarse de las calles porteñas, y de mis páginas. Más grave aún, su publicación quedó programada para mediados del ‘76 cuando los militares ya habían tomado el gobierno. El epígrafe de Quevedo que inicialmente había inspirado el título ya no era suficiente, hubo que inventarle una “copla anónima” para distraer la atención de los censores. Ambos relacionando el amor y la guerra. ¡Vaya paradoja!
En cuanto al tema Página 0, resultó ser producto de una distracción. En un minucioso proceso de autocensura defensiva suprimimos ese breve texto inicial que en realidad oficiaba de epílogo porque aludía a la tortura posterior (en todo sentido de la palabra) del protagonista. Esa página —doble— hubo de volar, pero olvidamos sacarla del índice…
Además de ese capítulo cero de Como en la guerra que queda en el índice como una cicatriz, ¿qué otros vestigios ha dejado aquella época represiva en su obra literaria?
Más que vestigios, casi diría yo que hubo casos de inmersión total. Involuntaria por cierto y a veces indirecta, pero que subyace en el seno de muchas de mis obras. Los cuentos de Aquí pasan cosas raras surgieron de un contacto cuerpo a cuerpo con la represión a pesar de ser fantasiosos. Metafóricos muchos de ellos. Los escribí en un mes yendo a los cafés de Buenos Aires mientras se desencadenaban las razzias y las represiones de la Triple A, la atroz Asociación Anticomunista Argentina liderada por José López Rega, el Brujo, que inauguró la figura de los desaparecidos y las torturas que la posterior dictadura cívico militar refinaría al máximo. Tema del extenso cuento “Cambio de Armas”. Lo escribí en la soledad de mi hogar en 1977 y lo percibí tan brutal y hasta quizá exagerado que opté por no mostrarlo por miedo a poner en peligro a quienes lo leyeran. Cuando recuperamos la democracia y se llevaron adelante los célebres juicios a los represores supe que exagerado no era, que historias similares habían tenido lugar en los antros clandestinos de tortura. Con ese conocimiento ulterior fue que escribí el largo cuento “Simetrías”.
Un aspecto que me sorprende de Novela negra con argentinos es la construcción de la voz narrativa: es un personaje que aprende sobre la marcha, que va mutando incluso en la forma de nombrar a los personajes (como cuando éstos toman la decisión de llamar Magú a Agustín, y la voz narrativa se subordina a la voluntad de los personajes y acata esa decisión) ¿Cómo diseña las voces narrativas de sus novelas y, en concreto, de esta novela?
Me encantaría un día reunirme a conversar con vos sobre la creación literaria. Estamos no sólo en extremos opuestos del subcontinente latinoamericano sino también en el acercamiento a la escritura de ficción. Me encantó tu novela La noche de las reinas, una brillante construcción casi de relojería que sin duda exigió una profunda reflexión y un plan meticuloso. Lo mío en cambio es la absoluta espontaneidad, un ejercicio de búsqueda, un partir (desde una frase, una escena, un recuerdo) en pos de lo desconocido. Sin hacer trampas, claro está, sin ceder al facilismo. En este preciso caso las voces narrativas se fueron instalando y cobrando cuerpo a medida que avanzaba la narración.
Fue en realidad un intento fallido de escribir una novela policial con todas las de la ley. Al cabo del primer capítulo ya sabíamos todo sobre la víctima y su asesino. Quedaba por averiguar el motivo de ese crimen a todas luces gratuito. Ni el asesino ni su autora podían explicarlo, tuve que avanzar mucho en la novela para llegar a encontrar una respuesta que perteneciera a la trama misma, que no fuera impuesta por mi mente racional.
¿Puede hablarnos de Luisa Valenzuela como lectora de novela negra? ¿Cuáles son sus obras, sus autoras y autores preferidos en este género?
Es una fascinación que me viene de muy joven pero que abandoné en mi edad madura porque con un policial en la mano pasaba largas noches en vela. Eso sí, más que la novela negra típicamente norteamericana (pensemos en Dashiell Hammett, en Raymond Chandler) siempre me gustaron los policiales clásicos, el whodunit. Vicio que me atrapó muy temprano por culpa de Nancy Drew, una muchacha detective, protagonista de novelas juveniles que devoraba en mi preadolescencia, obra de la norteamericana Carolyn Keene. Lo más sabroso vino después cuando Borges junto con Bioy crearon la colección Séptimo Círculo. Gran amigo de mi madre, la escritora Luisa Mercedes Levinson, cada vez que venía Borges a casa me traía un nuevo ejemplar. Así devoré todo Ellery Queen, Edgar Wallace, Agatha Christie, y sigue la lista. Pero nunca aprendí a armar un verdadero thriller que implica construir la trama a partir del final. Yo necesito la sorpresa, avanzar hacia lo desconocido… todo se complica si ya conozco la meta. Fue el caso de mi última novela, Fiscal muere, en la que tuve que armar una compleja red de negaciones y reencuentros para llegar a develar la brillante conjetura que el imprevisto protagonista me había revelado cierta madrugada de inspiración casi macedoniana.
En Cola de lagartija usted aborda uno de los aspectos que más llaman mi atención del llamado Proceso de Reconstrucción Nacional: el rigor con que se manejaba el tema de la prensa. La Junta Militar emitió comunicados desde el primer minuto, generando una guerra informativa (en otras trincheras de esa guerra estaban la revista Evita Montonera, y por otra parte la ANCLA de Walsh). A mitad de la novela, el general Durañona aconseja al Jefe de Información adoptar infinidad de máscaras, rostros y fórmulas si “quiere consagrarse a manipular la información”. ¿Qué similitudes y qué diferencias encuentra entre aquel momento y esta época de realidad contaminada a la que aludió en su conferencia?
Una vez más agradezco tu perspicacia. La verdad que el tema de la prensa manipulada es algo que atraviesa las épocas, y más en estos momentos de tan influyentes redes sociales que están en manos de los hombres más poderosos —y peligrosos— del mundo. Pero lo que más me perturba, hablando de la reedición actual de mi novela escrita en 1980, es el eterno retorno del mal: una vez más en mi país estamos bajo el dominio de un loco mesiánico que se cree Moisés y recibe consejos de un perro muerto a través de las artes tarotistas de su hermana, que en este caso no es un quiste embrionario como en mi novela, sino una persona de carne y hueso, igualmente sin alma.
Cuidado con el tigre es una novela que reflexiona sobre los procesos históricos y su entrecruzamiento con la trayectoria individual. ¿Cómo opera la relación entre estos dos planos al momento de construir personajes? (Pienso, por ejemplo, en el triángulo amoroso entre Alfredo Navoni y las hermanas Emanuela y Amelia).¡Una vez más agradezco tu profunda y sabia lectura! Pescaste algo que estaba allí casi desde los comienzos de mi carrera literaria, al menos cuando el tema político se fue enraizando en mí. De manera indirecta, claro está. Porque “el tigre” es una novela publicada recién en 2011 que escribí a mediados de la década del 60, previa a El gato eficaz. No recuerdo la fecha exacta, el hecho es que la retiré de la editorial que iba a publicarla porque temí que corriera el riesgo de ser malinterpretada ideológicamente. Pero al tiempo, cuando me radiqué en Barcelona y abordé la escritura de Como en la guerra, personajes de “el tigre” se fueron colando en el nuevo texto. Y sí, creo que la protagonista de Como en la guerra es justamente la Amalia de Cuidado con el tigre muchos años después, y en la clandestinidad…
“Vampiros hay para todo”, reza una de las primeras frases de El gato eficaz, que cierra también con la figura del vampiro (capítulo 17). En más de una ocasión ha escrito que los verbos favoritos de Julio Cortázar eran “cuajar, coagular, cristalizar, plasmar, fraguar” (casi todas acciones aplicables a la sangre) están entre los verbos favoritos del autor de “Reunión con círculo rojo”. ¿Habló alguna vez de la figura y la tradición del vampiro con Cortázar?
Qué fantástico. Jamás había pensado en esa connotación llamémosla hemofilológica de esos verbos para mí relacionados con las ideas y su aglutinamiento o asociación, no siempre lícita. Pero tenés razón, pensá que el vampirismo es el hilo conductor de esa extraordinaria novela que es 62, modelo para armar. Empieza con el protagonista que entra sin pensarlo en el restaurante Polidor (nada menos) y oye al comensal gordo pedir “un castillo sangriento”, en realidad un corte de carne especial bien jugoso… Y sí, más de una vez Julio me habló de su afición por los vampiros y yo le retrucaba que mi monstruo favorito era el lobizón, esa leyenda de nuestra tierra que dice que el séptimo hijo varón de una familia tiene la malsana costumbre de convertirse en lobo los viernes de luna llena. En aquel tiempo yo estaba convencida y hasta orgullosa de que mi padre había sido uno de ellos, pero era un error. Fueron sólo ocho en la familia, dos mujeres y seis varones, no siete. Nadie es perfecto.
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