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Las palabras murmuradas: Reseña de Helada en mayo de Antonia White

Reseña de Helada en mayo, novela de la inglesa Antonia White cuya traducción al español, recientemente, ha sido publicada por Impedimenta

Un retrato de Antonia White hecho por Cedric Morris en 1936. © National Portrait Gallery
14/12/2025 |01:04Benjamín Barajas |
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La editorial Impedimenta puso en circulación la obra Helada en mayo (Frost in May, traducción de Carmen Torres y Laura Naranjo, 2025) de Antonia White (Londres, 1899–1980), quien ha sido reconocida por su escritura femenina de asuntos católicos y por sus notables contribuciones a la formación de las mujeres, “explorando con honestidad temas como la represión, la enfermedad mental, la tensión entre vocación artística y conformidad social, y el complejo tránsito hacia la adultez”.





Helada en mayo retrata la vida de la adolescente Fernanda Grey, hija de un padre converso al catolicismo que desea para su retoño una educación esmerada. En este contexto, la joven entra a Lippington, un convento sombrío, pleno de reglas y prohibiciones que dificultan los vínculos afectivos entre las niñas y las monjas, únicas habitantes de este espacio suspendido en el tiempo, atento únicamente al ritual de los principales dogmas de la fe religiosa.

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Crédito: radiospada.org

En la novela se advierte una voz narrativa centrada en la tercera persona; la focalización recae en Fernanda (Nanda) Grey, de modo que los principales acontecimientos son percibidos desde la perspectiva de esta heroína, preocupada por ser una buena cristiana según el mandato de su padre y el fervor de las monjas. La historia es lineal y monótona, con el propósito de exhibir las minucias cotidianas de la vida en el claustro.

Y sin embargo, dentro de esta atmósfera de muros apagados subyacen los conflictos y las filtraciones emocionales que nos revelan la búsqueda de una personalidad propia, a pesar de la opresión religiosa cuyo fin último es negar las pasiones, los deseos y la libertad, para impedir la formación de un “yo” individual, ajeno al peso de la omnipresencia de Dios. Pero, a pesar del celo doctrinario, la teología suele agrietarse por las pulsiones de la fantasía y del arte. En la novela, el deseo por la escritura abre fisuras en ese universo hermético.

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En principio, el dogma conventual niega la lectura de autores paganos y sólo acepta la hagiografía: las vidas ejemplares del santoral que sirven para fortalecer las creencias y evitar desviaciones y pecados. En una ocasión se representan algunos pasajes de la Divina comedia: dos chicas dan vida a Beatriz y Dante, pero son censuradas por el sensualismo que despiertan los diálogos en las muchachas adolescentes.

Otro ejemplo del silenciamiento se aprecia en los dibujos “blasfemos” de Mónica, una adolescente que parece negada para cualquier sutileza evangélica, pero que sabe muy bien dibujar, sobre todo a los perros; los ama tanto que los coloca sobre los hombros de las monjas y de otros dignatarios de la Iglesia y, por este motivo, es echada del paraíso sin miramientos. Poco después, la protagonista de la novela corre la misma suerte.

Nanda decide escribir una novela romántica en la que presenta los lances de amor entre un libertino aficionado a la magia negra y una dama que juega con él y también con otro pretendiente: todo un ménage à trois que resulta deleznable a los ojos del padre converso. La expulsión de la joven es inmediata porque, como le dice la madre Radcliffe a la pobre muchacha: “el amor a Dios es el más exigente de todos”. Pero como el amor de Dios no pudo quebrantar su voluntad, su naturaleza se deformó y, en consecuencia, sólo merece volver al mundo de los paganos. A ese mundo bajo y vil al que pertenece Antonia White, pues Helada en mayo es su autobiografía disfrazada y una de las mejores novelas en lengua inglesa del siglo XX.