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Pese a que las relaciones entre México y España se han caracterizado por ser más o menos tersas, han estado ensombrecidas por el pasado colonial compartido. La tónica del debate ha variado su intensidad según la circunstancia que la genera, pero nunca ha estado exenta de polémica. La persecución de la autonomía —cultural, política, económica— combinada con un fuerte nacionalismo ha conducido a objetar o exaltar un innegable pasado español. Innegable en primer lugar por la lengua, que constituye la herencia más inmediata de ese pasado colonial cargado de claroscuros, del que deriva una oscuridad cuyas dimensiones marcan el ritmo de las condiciones presentes en toda Latinoamérica.
La llegada de los refugiados españoles a México, tras la pronta y generosa intervención de Lázaro Cárdenas y su gabinete, provocó, como han demostrado Guillermo Sheridan o Sebastiaan Faber, variopintas opiniones, que transitaban del aplauso al rechazo y el insulto. Este año se cumplen 85 años del arribo de esta emigración a México y cabe valorar la importancia de estos hombres y mujeres en el perfil del país. Especialmente hay que rescatar el papel crucial que las mujeres desarrollaron desde los márgenes.
El estudio del exilio español en México ha ido construyéndose con el avance de los años y así también ha ido modificando su foco de atención. Si bien los primeros trabajos se concentraban en la sistematización de los datos, poco a poco se llegó a la valorización del desempeño de las mujeres, con el trabajo de estudiosas como Pilar Domínguez Prats, Shirley Mangini, Mary Nash y Neus Samblancat. Pese a que la mayor parte de las exiliadas abandonaron España por razones de parentesco, muchas estaban informadas políticamente y buscaban al exiliarse formas de expresar estas convicciones. Lo cierto es que la sección femenina no fue menor. Dentro de ella se encontraba un destacado conjunto de intelectuales que habían revolucionado el panorama social, político y cultural de la España de las décadas de los años 20 y 30.
Durante la Segunda República surgieron numerosos proyectos modernizadores impulsados desde varios frentes, que incluyeron reformas legales e implicaron cambios, como el sufragio femenino, el acceso de las mujeres a las universidades, a puestos de elección popular, derechos laborales, modificaciones del código civil, etc. La iniciativas las impulsó un grupo de mujeres que empezó a intervenir en el campo cultural, eran las llamadas modernas o sinsombrero, intelectuales feministas, en el sentido de que exigían demandas que representaban derechos concretos para las mujeres. Entre ellas había diputadas, como Victoria Kent y Clara Campoamor; pintoras, como Ángeles Santos y Remedios Varo; periodistas, como Carmen de Burgos y Mercedes Pinto, y muchas escritoras. En estos años surgieron imágenes de la mujer nueva: la flapper, la garçonne y la moderna. Para ser aceptadas, estas mujeres ejercieron su derecho a alzar una voz que habían debido silenciar en el seudónimo o el anonimato. Estas modernas representaron su subjetividad y expusieron una visión renovada de la mujer: autónoma, libre, con propio albedrío.
Si, como ha expuesto Mari Paz Balibrea en varios textos, el final de la República representó la cancelación de un proyecto completo de modernidad que dio lugar a otro de muy diversa índole, las propuestas que perseguían las mujeres también sufrieron un retroceso. Estos proyectos de modernidad que fueron suprimidos por la guerra civil confluyen con las propuestas locales modernizadoras que empiezan a generarse en los años 50 y que persiguen la renovación de América Latina. Así, los exiliados españoles se suman desde distintas áreas a sus desarrollo y ampliación.
En el campo cultural, las exiliadas incidieron en el entorno al mostrar la participación de la mujer y sus perspectivas acerca de su papel. Algunas de ellas: Concha Méndez, Cecilia Guilarte, Ernestina de Champourcín, Isabel Oyárzabal de Palencia, Silvia Mistral y Aurora Correa. Todas catalizaron con sus obras las ideas acerca del lugar de la mujer que se forjaban dentro del contexto al que llegaron, puesto que empezaron a trabajar en editoriales y publicaciones periódicas, que funcionaban como ejes de influencia en el camp o cultural, en revistas como Taller, Rueca, Cuadernos Americanos, Ars, La Espiga y el Laurel, Letras de México, y diarios como El Nacional o Excélsior. Destacaron Margarita Nelken (1894-1968), su hermana Eva María, que solía firmar como Magda Donato (1900-1966) y Luisa Carnés (1904-1964).
La escritora y política Margarita Nelken fue diputada durante la República. En sus novelas, publicadas durante los años 20 en España, como La trampa del Arenal (1924) o La aventura en Roma (1923), cuestionó el estereotipo del ángel del hogar como única opción del modelo femenino. De igual manera, en su obra más conocida, La condición social de la mujer en España (1919) —que reunía dos conferencias impartidas en el Ateneo y la casa del pueblo de Madrid, respectivamente—, señaló que el cambio de la posición de la mujer debía tener coherencia con otras reivindicaciones sociales impostergables que se gestaban en España. Además, desde su militancia socialista, enumeró los obstáculos para la integración completa de la mujer al mundo laboral. Como se puede inferir, el libro no obtuvo la mejor acogida y, como ha narrado María Aurelia Capmany en la reedición de 1975, incluso recibió violentos ataques de la prensa reaccionaria.
Nelken también demostró en su libro Las escritoras españolas (1930) que el primer paso para habilitar la escritura de mujeres consistía en fundar una tradición femenina. Al localizar predecesoras afirmó la presencia de mujeres intelectuales de importancia y señaló el silencio que había caído sobre ellas. Así concluyó: “Tal vez resten algunas ilusiones a quienes creen que hoy empieza la mujer española su ascensión espiritual, en cambio, duplicará las de quienes se complazcan en ver cómo, para talento o ingenio verdaderos, las trabas externas sólo sirven de estímulo o acicate”. Para Nelken, las desigualdades entre los sexos estaban determinadas tanto por diferencias biológicas como sociales, pero las últimas, que regían la convivencia, debían y podían ser modificadas.
Durante el exilio, Margarita Nelken se convirtió en una de las críticas de arte más importantes de México al publicar una columna semanal en el diario Excélsior. De estas colaboraciones resultaron numerosos libros acerca del arte producido en Latinoamérica, incluso dedicó ensayos individuales al guatemalteco Carlos Mérida, al muralista Raúl Anguiano y al pintor Carlos Orozco, entre otros.
Otra de las exiliadas que renovaron el panorama literario mexicano fue Magda Donato. Desde su juventud en España se había desempeñado como periodista y escritora, poniendo especial atención a la creación de literatura infantil. En México, junto con su pareja, el también escritor Salvador Bartolozzi, escribió obras de teatro y cuentos para niños. Tras su muerte dejó un fondo financiero con el que se constituyó el premio que llevaba su nombre y que recibieron durante los años 60 y 70 autores como Ignacio Solares, Margo Glantz, Beatriz Espejo o Jose Emilio Pacheco.
Antes de la guerra, Magda Donato publicó el relato “La carabina” (1924), en el que detalló las dificultades de una mujer para encontrar sustento económico, ya que su inexperiencia y natural ingenuidad la conducían a subemplearse, como la protagonista que decidía trabajar de carabina o chaperona. Con este relato, Donato revelaba que las mujeres no sólo se encontraban abruptamente en la encrucijada del trabajo, sino que, debido a su escasa preparación, pocas veces lograban sobrevivir sin ejercer la prostitución o caer en la indigencia. Este tema también constituye el principal eje de las dos novelas de Luisa Carnés publicadas antes del exilio, Natacha (1930), que cuenta la historia de una obrera desempleada que cae en desgracia y se convierte en amante de su superior, y Tea rooms, mujeres obreras (1934), cuyo objeto era desvelar la situación de la mujer de la clase trabajadora. El inusitado éxito de la reedición de novela realizado en 2014 por la editorial Hoja de lata dio lugar a su reciente montaje, a cargo de la directora catalana Laia Ripoll, en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, del 22 de octubre al 4 de noviembre de 2022 y a la serie La Moderna, transmitida por la televisión Española durante este año.
Luisa Carnés también colaboró con frecuencia en periódicos mexicanos. Sus artículos y relatos se pueden localizar en El Nacional, la Revista Mexicana de Cultura y Novedades. Además de que la autora madrileña trabajaba en la redacción del diario de carácter popular La Prensa, de donde provenía su verdadera fuente de ingresos. Sabemos que varias de las notas breves sobre bautizos, defunciones, bodas, nacimientos, matrimonios proceden de la pluma de Carnés, aunque aparezcan con el seudónimo de Clarita Montes o sin firma. Del mismo modo, muchas entrevistas anónimas fueron ilustradas con fotos donde aparecía Luisa Carnés como reportera sin identificarse.
El desplazamiento de Carnés hacia la prensa popular respondía a que se había insertado en una sociedad que se resistía a abrir los espacios públicos a las mujeres y a aceptarlas como poseedoras de opinión. Así, los textos de una periodista de experiencia como Carnés se codeaban con el Buzón Sentimental, a cargo de María Antonieta. Ciertamente, en el México de los años 50, la mayoría de las periodistas eran relegadas a secciones de menor alcance, ya que las fuentes consideradas relevantes se asignaban a la fracción masculina. De hecho, Carnés compartió área de trabajo en La Prensa con la periodista y narradora Magdalena Mondragón, encargada de editar la sección roja dedicada a las notas policiales. Es más, la autora coahuilense fue de las primeras mujeres directoras de diarios en México. Ambas fueron reporteras pioneras, que se encargaron de secciones en periódicos mexicanos.
A la escritora y crítica María Elvira Bermúdez no dejaba de sorprenderle que una novelista de talento como Luisa Carnés tuviera que trabajar en el periodismo más rudimentario para subsistir. No obstante, claramente no había demasiadas alternativas para Carnés como mujer y exiliada. Bernúdez escribió: “Con el seudónimo de Clarita Montes, [Carnés] trabajó largos años en La Prensa, cubriendo la fuente de sociales. No menospreciaba esta labor, aunque parecía disculparse, con aquella su pronta y suave sonrisa, de que ella, una novelista que triunfó desde joven en España, editando tres libros: Peregrinos de Calvario, Natacha y Tea Rooms, estuviera dedicada en México ante todo al periodismo”. El trabajo de Carnés se sumó al de otras periodistas que trataban también de ocupar un lugar en el medio cultural, como Esperanza Velázquez, Adelina Zendejas, Elvira Vázquez, Rosa Castro y María Luisa Ocampo. A las que se les sumarían Elena Poniatowska y Rosario Sansores. Esta última sufrió la misma marginación que sus compañeras y solo fue aceptada en los diarios gracias a su trabajo en las secciones de sociales de Hoy y Novedades, donde mantenía la columna Rutas de emoción, en la que refería los pormenores de la vida íntima de las clases altas. Su poesía, en efecto, solía ser desedeñada y calificada de cursi.
Para las intelectuales exiliadas, la mudanza significó un sitio donde rehacer la vida y continuar la creación. Estas mujeres abonaron al crecimiento del ámbito cultural en México. transformando el espacio social. Además de que consiguieron reanudar en el exilio el proyecto feminista truncado por el franquismo.
Iliana Olmedo Investigadora y escritora mexicana
melc