Hace unas semanas, la escritora moldava Tatiana Țîbuleac visitó el país para conversar sobre sus aclamadas novelas: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta, 2019) y Jardín de cristal (2021), y dialogar acerca del papel de la maternidad y la memoria junto a las escritoras Mónica Rojas y Pilar Quintana, tópico que ha generado una ola de obras desde diferentes latitudes donde se abordan las distintas y múltiples maneras de maternar.
Para la autora que se proclama feminista desde los 18 años, la maternidad se vive distinto según el país al que se pertenezca, puesto que la llamada “Trad wife” (término acuñado en Estados Unidos) no puede ser la misma si se trata de una mujer de Europa del este o una mujer americana. Sin embargo, aunque estos temas le inquietan, asegura que “no quería hablar sobre la maternidad” en su obra, sino que más bien fue algo que sucedió tras tener a su primer hijo. “Escribo sobre maternar porque hemos hablado mucho sobre la maternidad, pero no decimos las cosas correctas”, afirma.
Țîbuleac comparte que “no existe una manera correcta de ser mujer” y que ser feminista "es que las mujeres estemos juntas y tengamos la posibilidad de elegir. Elegir ser felices”.

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Después de esas declaraciones, en el Auditorio Humanidades Digitales Tec, en Monterrey, la escritora dedicó unos minutos para hablar sobre la novela que apuntó las miradas del público latinoamericano hacia ella y en la que la maternidad es eje narrativo: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, obra que relata la historia de Alesky y su terrible relación con su madre, misma que un día le informa que se irán de “vacaciones” por un tiempo ya que ella está próxima a morir, lo que provoca en el protagonista una mezcolanza de emociones entrecortadas que se irán puliendo a lo largo de la obra.
Țîbuleac ha recibido el Premio de la Unión de Escritores de Moldavia, el Observator Cultural y el Lyceum por esta novela, editada en español por Impedimenta, una historia sobre la muerte, la redención, la maternidad y la reconciliación.
Una de las preguntas más íntimas de la charla gira en torno a los ojos de la madre, un elemento simbólico que articula la relación entre madre e hijo en la obra. La evolución del vínculo entre los protagonistas se revela a través de la manera en que Alesky, el hijo, describe esa mirada: pasa de afirmar que “los ojos de mi madre eran un despropósito” a decir que “los ojos de mi madre eran las ventanas de un submarino de esmeralda”.
“Eso viene de una historia o parte de mi vida. Me parece que los ojos son lo primero que miro cuando veo a una persona. En mi contexto cultural de Rumania, los ojos son lo que te dicen lo primero y casi todo sobre una persona. No tanto qué es lo que te dice, sino la manera en la que te mira.
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“Cuando buscaba un elemento acerca de la madre para Alesky, para recordar su vida, me enfoqué en los ojos porque esto lo acompaña en todos los recuerdos. Es lo primero que le trae bellos recuerdos acerca de ella. Pensó que era asombrosa, estúpida, pero los ojos siempre son hermosos. Esta belleza que encuentra en la madre a través de los ojos siempre muestra amor, pero de su propia manera, sin ni siquiera saberlo.”
Otro de los elementos íntimos que la autora utiliza como recurso en su segunda novela, El jardín de vidrio, es la lengua, puesto que se emplea como protagonista y se convierte en una frontera identitaria.
La novela aborda la vida de Lastochka, quien es adoptada por Tamara Pavlovna de un orfanato en la Moldavia comunista, pero este aparente acto de piedad encubre años de esclavitud y violencia. La niña sobrevive en la miseria mientras carga el abandono y la ausencia de ternura como una herida abierta.
“La historia toma lugar en un punto donde Moldova no tenía permitido hablar su propio idioma. La gente de Moldova habla rumano, pero en ese momento nos vimos obligados a dejar el idioma y a usar el alfabeto cirílico de Rusia.” explica la autora.
La muchacha del libro es una chica rumana adoptada por una mujer rusa que le dice que el ruso es el único idioma que la hará una persona de verdad, añade. “Más allá de tener un problema de identidad porque fue abandonada por su familia, tiene un problema de identidad en sí misma: ¿a quién pertenece? Creo que esto es una metáfora que aplica para todo el país. La gente de este país no se podía sentir ni como rumana ni como rusa, y eso les causaba un problema de identidad.”
A la pregunta sobre qué ha aprendido sobre el perdón, Tatiana suspira y espera unos segundos mientras fórmula las palabras.
“Yo no soy la persona correcta para preguntarle eso, porque me parece que a veces perdono, pero no olvido. He intentado perdonar a la gente por las cosas malas que me hizo a mí o a mi familia, pero nunca olvido lo que ellos hicieron. Y le dije estas cosas a mi madre un día, y ella me dijo: ‘no tienes que olvidarlo, porque si un escritor olvida, ¿de qué va a escribir?’”
Tatiana continúa: “Estoy pensando en este concepto de perdón y olvido más y más, porque creo que es acerca del drama de mi país. Miles de personas fueron deportadas a Siberia. Se llama Gulag, y fue hecho por el gobierno comunista. Me gustaría escribir este libro para que la gente no olvide lo que sucedió, pero lamentablemente en partes del mundo tenemos una corta memoria colectiva, y eso nos lleva a cometer los mismos errores una y otra vez.”
Țîbuleac vuelve a la idea que atraviesa toda su obra: la memoria como un territorio frágil que solo la literatura puede sostener. Entre confesiones, silencios y esa honestidad que la distingue, la autora deja claro que escribir no es un gesto de grandeza sino de necesidad; un modo de reconciliarse con lo vivido, aunque duela, aunque nunca termine de sanar. Quizá por eso sus novelas han encontrado eco en tantos países: porque hablan desde la herida, pero también desde la posibilidad de mirarla sin miedo.
La conversación se enfoca entonces en su escritura, el sentido de esta, a lo que ella responde que pocas veces se obtendrá una respuesta honesta a dicha pregunta.
“Los escritores siempre quieren ser inteligentes, profundos o divertidos cuando contestan esta pregunta. La razón principal es que escribes porque tienes que hacerlo, porque no podrías hacerlo de otra manera”, señala.
Para la mayoría de los escritores, la escritura es un proceso que le da sentido, agrega. “Ellos ven la vida a través de la escritura. Tengo la sensación de que a veces, si no escribo, soy inútil. Y cuando escribo, hago las cosas correctas. Escribo para decirle lo siento a la gente que no se lo he dicho. Escribo para recordar. Escribo para perdonar. Para mí, escribir es lo más básico.
La autora reflexiona también sobre el costo vital de dedicarse a la escritura. “Te lo digo para que entiendas que escribir no es solamente... te consume. A veces te da más de lo que te quita. A veces la gente solo ve éxito. Pero cada vez que tienes esta especie de euforia de que todos están tomando fotos de ti, vas de vuelta a tu realidad y luego se convierte en vacío.”
Relata que, tras lanzar su más reciente libro en Moldavia, regresó a París y volvió a las pequeñas cosas: tomar café, pasar tiempo con sus hijos y amigos. “Hablar tanto acerca de escribir aquí en México hace que quiera ir a casa a continuar escribiendo”, confiesa entre risas.
“Amo la lengua española”
La obra de Tatiana Țîbuleac, especialmente su aclamada novela El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, se ha traducido a numerosos idiomas, superando la decena, entre ellos el español, el sueco, el italiano y el francés.
“Es bueno que solo empieces a pensar en estas cosas después de haber escrito el libro”, dice con naturalidad al abordar el tema de leerla en otro idioma. “Cuando escribí el libro, no pensé que fuera a ser traducido. Era solo una historia que trabajaba conmigo y que quería sacar. Creo que eso fue una parte buena de lo que hice, que me basé en escribir y no en lo que pasaría después”.
Esa inocencia inicial, confiesa, la acompañó hasta que El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes empezó a viajar por el mundo. “Este libro fue el primero que se tradujo y me sorprendió cuántos países amaban el libro y por diferentes razones. Algunas personas piensan que es una historia de relación entre una madre y un hijo; otras, que es un libro sobre buscar sus raíces, sobre la inmigración o sobre el comienzo de una vida en otro país. Algunas personas piensan que es una historia de amor o una historia de perdón.”
¿Cómo mira el trabajo de traducción?
No me parecería profesional decir que una traducción es mejor que la otra, pero me siento muy afortunada de tener una traducción al español. El nombre de la traductora es María Ocha de Eribe. Creo que mi suerte fue que ella amaba el libro, amaba la lengua rumana y amaba la lengua española. Me parece que tuve mucha suerte de que a ella le gustara el libro, el rumeno y el español. Yo siento que hizo un gran trabajo.
Un buen traductor tiene que mantener el significado del libro, respetar estos corredores culturales que están atados a él.
Tatiana está consciente de que la traducción es también una forma de reescritura. “Cuando veo que los lectores vienen hacia mí para hablar del libro, siento que lo leen tal como lo he escrito. Las historias, las tragedias, las mismas cosas, nos hacen reír. Siento que la gente realmente entiende lo que estoy escribiendo aquí. También siento admiración por los lectores mexicanos. Tal vez México no sea el país más rico del mundo, pero tiene una gran cultura alrededor de los libros. Nunca había visto que gente rica o pobre viniera a comprar libros por placer. En Europa, la gente se queja de que las ventas de libros bajan, pero en México he visto familias con niños pequeños cargando bolsas llenas de libros. Esto me parece magnífico, maravilloso”, concluye.