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Fue el 25 de junio de 1984 cuando el filósofo francés Michel Foucault (1926, Vienne) murió en París. Dejaba tras de sí una de las obras más emblemáticas en la historia de la filosofía, compuesta por una serie de claves que permitirían observar la forma secreta en la que opera el poder. Meses atrás, Foucault destruyó una parte importante de sus manuscritos y en su testamento prohibió publicar cualquier cosa que pudiera haber pasado por alto. Pero a cuatro décadas de su muerte, su archivo ha permitido numerosas ediciones póstumas que, a la larga, han forjado también diversas visiones sobre el filósofo.
La obra de Foucault tiene múltiples conceptos en constante mutabilidad que la vuelven compleja, pero que también le permiten mantenerse presente después de casi medio siglo. Por ello, el catedrático Edgardo Castro (Argentina, 1962), estudioso de la herencia intelectual del francés, en esta nueva edición de su libro Introducción a Foucault. Guía para orientarse y entender una obra en movimiento (Siglo XXI Editores, 2023), plantea un mapa del pensamiento de Foucault y explora sus transformaciones conceptuales, ligadas de manera crucial a las influencias intelectuales que el francés fue adquiriendo a lo largo de su vida.
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Esta Introducciónla debemos en gran parte al archivo Foucault, resguardado en la Biblioteca Nacional de Francia y en el Instituto para la Memoria de la Edición Contemporánea (IMEC), como lo comenta Castro en entrevista: “Lo que a mí me enseña la práctica de la historia de la filosofía contemporánea es que los autores ‘ingresan’ en algo así como ‘la dimensión del archivo’. El caso más conocido, y al mismo tiempo más escandaloso, es el de Nietzsche”, cuya obra póstuma fue empleada por los nazis para justificar su ideología, vale agregar. “Foucault también está en esa dimensión. Eso significa que ya se empiezan a publicar textos varios años después de la muerte del autor, incluso textos que uno desconocía, como El discurso filosófico, una especie de arqueología de la filosofía, que no es ni un curso ni un manuscrito, sino un ensayo”. Así, el archivo Foucault no comprende solamente la obra en vida y póstuma del autor, sino también la forma en que las nociones continúan operando en el análisis de la realidad. Veamos algunas de ellas.
Uno de los ejes en la obra de Foucault fue la seguridad. Hoy vivimos una zozobra respecto a la conservación de nuestras vidas, en términos económicos, sociales; buscamos, por parte de quienes nos gobiernan, una garantía de seguridad. Pero ¿qué podemos decir sobre esta noción foucaultiana?
En Foucault, seguridad y liberalismo son inseparables. ¿Cuál es la operación de Foucault? Bueno, que uno tiende a pensar que el liberalismo fue la representación de la libertad, y Foucault nos dice: no, el liberalismo es la época de la seguridad. Ahí aparece el lado oscuro de algo que no veíamos. Es una operación intelectual muy interesante, porque Foucault trata de construir una genealogía del pensamiento moderno, donde la razón de Estado no sea remitida a Maquiavelo; ahí aparece el liberalismo como una cuestión de seguridad, que sería su principal problema, pues es la que produce las condiciones de la libertad posibles.
Lo interesante es que, a nosotros, que nos hemos acostumbrados a pensar la modernidad en términos de libertad, Foucault nos lleva a descubrirla en términos de seguridad, y hay acá dos elementos importantes: una es que nuestra representación más frecuente de la modernidad sigue un registro jurídico, y está claro que el derecho moderno es fundamentalmente el derecho de los individuos. Pero Foucault no sigue ese registro, sino el de la historia de la medicina, donde se produce exactamente lo contrario, y es que después de haber explorado la medicina individual, Foucault explora la medicina social, y ahí descubre el fenómeno de la población, de la biología. El liberalismo, en el análisis de Foucault, es el gobierno de los fenómenos poblacionales, biológicamente, en lo cual insisto mucho.
¿Esta búsqueda de seguridad podría facilitar un nuevo auge de fascismos?
Insisto: nosotros solemos pensar la modernidad como el triunfo de la libertad, pero también ha sido la paranoia de la seguridad. O sea, Descartes, es un paranoico que cree que todos lo quieren engañar, incluso Dios; claro, esto lo digo un poco cómicamente. Y Hobbes también es un paranoico que cree que todos lo pueden matar, incluso sus vecinos y su familia. Hay una paranoia securitaria que habita la modernidad y que está en la raíz histórica de los fenómenos totalitarios del siglo XX.
En Foucault, la seguridad sería específicamente el manejo de lo aleatorio. Los dispositivos de seguridad gobiernan o administran los fenómenos que son aleatorios, y el modo que lo manejan en general es estadísticamente. Eso en sí mismo no tiene una dimensión necesariamente fascista, pero está claro que la seguridad puede convertirse en el discurso que justifique aquello que uno caracterizaría como el mínimum del fascismo, que es el desconocimiento de los derechos individuales. Eso es lo que sucede en el funcionamiento del discurso de la seguridad. Por supuesto que la experiencia política del siglo XX nos enseña que en ese discurso de la seguridad puede reactivarse el viejo poder soberano de matar, como serían los fenómenos totalitarios que llevaron a los grandes exterminios.
La crítica que Foucault hace al humanismo radica en la cantidad de crímenes que pueden justificarse bajo este concepto. A la luz de Foucault, ¿qué crítica se le podría hacer a lo que actualmente consideramos como humanismo?
La crítica al humanismo que hace Foucault remite a la idea de que existe algo así como la esencia del hombre, y que esa esencia es una tarea, un deber. Pero humanismo y humano no se identifican. Uno puede tener una filosofía del humano sin que sea un humanismo, es decir, sin que proponga un determinado modelo o paradigma de hombre al que todos deberíamos ajustarnos. Hay una crítica política y teórica al humanismo, pues no sólo es aquello que nos permite ciertos actos de libertad, sino que es sobre todo aquello en nombre de lo cual se nos somete, se nos normaliza.
Foucault tiene una expresión: el humanismo es la prostituta del pensamiento, porque no hay nadie con quien no haya estado. Porque ha habido ateísmo humanista, humanismo cristiano, humanismo marxistas, liberal… y a Foucault le interesa cómo pensar al hombre sin remitir a ninguna esencia.
Unos de los agenciamientos foucaultianos más interesantes son los que han hecho la teoría queery el feminismo. Quisiera saber hasta qué punto, en efecto, Foucault potencializa estos discursos, pero, por otro lado, dónde encontramos un límite del pensamiento de Foucault frente a ellos.
Es un discurso que requiere mucha precisión, porque el movimiento queer y los movimientos feministas engloban muchas cosas. Pero ¿qué es lo que sí ha hecho posible Foucault? Mira: la política del siglo XIX y al menos hasta mediados del siglo XX, pensaba lo institucional, lo jurídico. Por lo tanto, la utopía tenía la forma jurídica, es decir, era una política que quería producir una determinada sociedad. 1968, por poner una fecha de referencia, cambia el eje de las utopías, o si queremos de la imaginación política, porque entonces la política ya no se propone cambiar una sociedad desde lo político, sino cambiar la política desde lo social. Ya no es el discurso sobre el ciudadano, sino sobre los cuerpos; no es el discurso sobre lo jurídico, sino sobre las prácticas. No es el discurso sobre la legitimidad de la autoridad, sino sobre su alcance, sus límites e incluso sobre su necesidad. Foucault contribuyó a esto, y ha hecho posible estos discursos.
Ahora, los contenidos precisos de determinadas luchas o movimientos, bueno, hay dos límites acá: uno, que Foucault se murió hace 40 años y si algo nunca quiso ser Foucault, es profeta, en el sentido de que no necesariamente estamos vinculados a la letra de sus libros. Después, el que Foucault tiene elementos críticos, en este caso me refiero a los movimientos homosexuales de su época; él fue crítico de que esta lucha fuera una lucha jurídica por determinados derechos. Acá hay la posibilidad de un discurso sobre el cuerpo, las sexualidades, y esto va de la mano con la crítica del humanismo.
Llegamos a uno de los conceptos centrales en Foucault: el cuerpo. ¿Qué clase de cuerpo se necesita constituir actualmente para la sociedad?
Yo recordaría la fórmula platónica: el cuerpo es la cárcel del alma; en el caso de Michel Foucault, concretamente en Vigilar y castigar, la fórmula sería: el alma es la cárcel del cuerpo. Pero hay que decir que no hay una sola fórmula del cuerpo, hay que escapar de los esencialismos. Pero en Foucault hay dos dimensiones de lo que llamamos cuerpo: una, es la dimensión poblacional, es decir, el cuerpo entendido para simplificar las cosas estadísticamente; otra, son los cuerpos individuales. Yo podría responder fácilmente que los cuerpos actuales son los que consumen: belleza, salud, dispositivos que lo potencian. Pero el cuerpo es también, en Foucault, el lugar de una subjetivación, que no son sólo los dispositivos, esa es la problematización del cuerpo que él nos plantea en relación con nuestra actualidad.
El interés por el cuerpo fue escandaloso en la formulación de 1974, en una conferencia cuando dice: el capitalismo no es una cuestión de ideología, al capitalismo lo que le interesa es el cuerpo, y el cuerpo es el que está en el centro del capitalismo, no la ideología. Esto, en un auditorio marxista de la época, era escandaloso. O sea, la política tiene que pensar el cuerpo: de la población, de los individuos. En la Historia de la sexualidad, donde fundamentalmente está la sexualidad de los griegos y la sexualidad de las sociedades victorianas, hay capítulos que faltan y que sería interesantísimo que estuvieran: la sexualidad durante el nazismo, la sexualidad en los países fascistas; aprenderíamos mucho de ello. Hay mucho todavía por explorar en el cuerpo como lugar de objetivación —médica, económica, securitaria— y de subjetivación ética.
Resituemos a Foucault frente a uno de los acontecimientos actuales que nos permiten observar la articulación entre el poder y el saber: la inteligencia artificial.
A mí se me ocurrió que Foucault tendría algo que decirnos en relación con la inteligencia artificial, porque en los 70 a Foucault le interesó pensar una vida sin sujeto, y esa es la vida de la población, y este concepto que tanto interesa, que es el concepto de la biopolítica, piensa la vida desubjetivada. Foucault piensa el discurso sin subjetividad, y ahí me parecía que encontrábamos condiciones para pensar la inteligencia artificial, porque ésta es, finalmente, una forma de discursividad no subjetiva. Sin embargo, al final de su vida, también se planteó el nexo entre discurso y sujeto, que es el tema de la parresia, es decir, el coraje de decir la verdad, algo que la inteligencia no nos podrá dar, pese a todas sus respuestas.
En Foucault encontramos un ejercicio reflexivo de la libertad. ¿De qué manera podemos entender esto y aplicarlo en la actualidad y este coraje de decir la verdad?
Es nuestro gran desafío, el discurso verdadero. No la proclamación de verdades, sino el compromiso del sujeto con aquello que dice: esto que digo, es lo que soy. Yo acá retomaría algo de un autor por el cual Foucault, no ha mostrado tanta simpatía, que es Aristóteles, quien decía que una ciudad sin parresia no merece ser vivida, y una política sin discurso verdadero no merece ser vivido.