Más Información
Sheinbaum acepta disculpas de Rafael Inclán; "nuestro objetivo es erradicar cualquier forma de discriminación", dice
Sheinbaum niega haber forzado a Ifigenia Martínez a asistir a su toma de protesta; "Serenen sus ánimos", dice
Comienza censo del programa "Salud casa por Casa"; enviarán 20 mil médicos y enfermeras por todo el país
Asesinato de alcalde de Chilpancingo: "Se están haciendo todas las investigaciones"; Sheinbaum valora atraer el caso a la FGR
Claudia Sheinbaum alista iniciativa; busca modificar ley para la elección de jueces, magistrados y ministros
Una obra como la de Álvaro Enrigue (Guadalajara, Jalisco, 1969), con obras recientes tan singulares como Muerte súbita (2013) y Ahora me rindo y eso es todo (2018), está escrita de cara a una historia universal desfigurada, adrede, por la inteligencia del novelista. En el nivel de exigencia que Enrigue se impone, su siguiente novela no podía sino ser sobre “el acontecimiento más extraordinario en el mundo desde el nacimiento de quien lo crió”: el descubrimiento y la conquista de América, según dijera el cronista Francisco López de Gómara.
Predestinado al tema, si cabe, Enrigue hubo de espurgar las crónicas de Indias, rehuir clásicos–comerciales como El dios de la lluvia llora sobre México (1939), de László Passuth o El corazón de piedra verde (1942), de Salvador de Madariaga y evadir, al fin, la fatalmente militante bibliografía novelesca mexicana. Se puso al día con los libros relativamente recientes de Michel Graulich y Camilla Townsend sobre Moctezuma II y La Malinche, para no hablar de la industria biográfica que tiene al conquistador Hernán Cortés como materia prima.
Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) es una novela donde es irresistible sacar a colación la célebre teoría del iceberg: sólo se nota la punta de esa enorme biblioteca al leer una más de las versiones del encuentro entre la corte de Moctezuma y la tropa de Cortés, así como la extravagante atracción que sintieron el uno por el otro. Una historia que se seguirá novelando, parafraseando a Gómara, mientras el mundo sea mundo.
Para hacerlo, Enrigue eligió un tono minimalista, o si quiere discreto, despojando a su novela del gran panorama de factura muralista que aqueja o acompaña el tema. Sigue, dulcificando las grafías, a pocos personajes, aunque sean los suficientes para escribir una novela que rehúye la épica y coloca a la lengua en el corazón, como cuando presenta a Malintzin, doña Marina: “No había tenido una vida fácil, pero era la que había tenido. Había nacido la hija mayor e única del cacique de Olutla en las tierras viejas, profundas y dulces del Golfo y pero eso hablaba un nahua anticuado, como sacado de los cantos. También hablaba popoloca, la lengua madre de la que venían las palabras fundamentales: chile, cacao, chichi, hule. Era como alguien que hablaba castellano en la calle y latín en casa. Para los señores de Tenoxtitlan era una aparición, una emisaria del pasado. Es, le dijo Aguilar a Caldera tratando de explicar la admiración incómoda de los colhuas cuando Malinalli traducía para los emisarios de Moctezuma camino a la capital, como si Ovidio le pidiera la sal en la mesa al papa León, como si un día estuviera Platón en un simposio y el que alzara la mano hablara como Aquiles. Le decían Malintzin, doña Marina, porque conectaba con el mero fundamento de todo.”
“Habría que tener una idea muy rara de la historia para pensar que es una novela histórica”, ha declarado Enrigue sobre Tu sueño imperios han sido, porque la suya “es literatura fantástica construida con materiales históricos”. Lo mismo se puede decir –lo recuerda Enrigue– de la gente de Cortés, quienes al atisbar México–Tenochtitlán sólo contaban con el auxilio estético de las ya vetustas novelas de caballería.
Tras dejar Cholula para ascender a los volcanes y contemplar el valle de Anáhuac, aquella vista, para uno de los conquistadores, era “como la mejor página de la mejor novela; pensaba que había vivido para verla, que ya nada de lo siguiera importaba: los lagos, los ríos, los piñares, los valles quemados por las primeras heladas del otoño, las ciudades inconcebibles charpeadas por todos lados.”
Así, es el autor quien lleva de la mano al crítico a la definición de su obra: la presión del buril va grabando más, grabando menos, la hendidura del realismo sobre la literatura, precisamente porque novelas como Muerte súbita, Ahora me rindo y eso es todo y Tu sueño imperios han sido son “literatura fantástica construida con materiales históricos.”
Que el proyecto de Enrigue sea hacer de la novela histórica un relato fantástico, no le quita nada al sagaz detalle realista, cuando lo necesita: “La cosa tardó. Nunca fue fácil cortarse las uñas de los pies con un puñal y mucho menos volverse a poner las botas con los dedos sangrando, pero finalmente el mayor se presentó cojeando de manera razonable y con toda la tropa bajo su mando –34 arcabuceros armados. Más vale, dijo el mayor, y los capitanes confirmaron.”
Mientras Cortés ha sido reivindicado –de manera distinta– como padre obligado a ausentarse (por José Luis Martínez en 1990) o como una figura del orden cesaro–papista (por Christian Duverger en 2012) y La Malinche hace tiempo que dejó atrás el chiste que sobre ella dijese Luis González y González al describirla como la “secretaria trilingüe de Cortés”, para ser empoderada como una mujer que transformó la historia, también el perfil de Moctezuma ha variado del asustadizo y supersticioso monarca asesinado por su pueblo –de hecho Enrigue hace soñar a Cortés que los españoles lo presentan ya muerto a la turba– al de un rey cuya estratagema –secuestrar a Cortés– fracasó acaso por culpa del conquistador Alvarado.
Acepto el Moctezuma omnipotente, a la vez dulce y distante gracias a la alucinación provocada por los hongos, que leemos en Tu sueño imperios han sido, aunque confieso que aquel monarca maltratado por los oráculos y los signos nefastos, tan bien montado por Sergio Magaña en Moctezuma II en 1953, sigue siendo mi preferido. Pero la función de una ensoñación como la de Enrigue es, precisamente, derruir certidumbres y reinterpretar arquetipos.
Cuando Enrigue habla de sueño, pienso menos en Artemidoro de Daldis o en Sigmund Freud, que en los 975 versos de Primero sueño (1692), de Sor Juana Inés de la Cruz, poema bien conocido por el autor de Tu sueño imperios han sido. Si he escrito que toda su obra se origina en la paternidad (de los modernos en Muerte súbita, del hijo en Ahora me rindo y eso es todo), me atrevo a creer que su última novela no escapa del todo a mi esquema: el origen alucinatorio de México.
Si la historia es el cuerpo, éste lo abandona a través de la fantasía. Más allá de la hipotética profecía de Octavio Paz de qué habría sido del descubrimiento y la conquista si estos las hubiera hecho Axayácatl desembarcando en Cádiz en 1492, en Tu sueño imperios han sido es Cortés, narcotizado, quien sueña Nueva España y sueña México: “Donde se alzaba Tenoxtitlán ahora había una ciudad española: los palacios, las iglesias, los conventos. Una monja era pura luz y también soñaba y aunque hablaba castellano comía mole y pipián y pápalo y nogada. Era un país enorme: las cañadas, las sierras, los desiertos, las selvas. Pero también era un país que era puro dolor. Los gringos de mierda, un tlatoani zapoteca que le ganaba una guerra a Francia. Libros, guerras, universidades, ciudades con mucha más gente de la que pudiera imaginarse, otro tlatoani, un mixteco –puros oaxaqueños– y Eufemio Zapata caminando por el palacio de Moctezuma vestido a la española, otra República que se alzaba como podía y otros cien años y este libro y tú leyéndolo y fue entonces que Hernando despertó… Moctezuma y Tlacael lo estaban mirando con curiosidad cuando abrió los ojos.”