Al recorrer la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata, los jóvenes Armida, Miguel y Alondra coincidieron: “Hay tantas cosas en esta exhibición y parece que sólo vieron un cuadro”. Armida opinó así: “Hay obras más impresionantes, como ésta (la instalación Zapata, de Edgardo Aragón), que un cuadro de un señor medio desnudo en un caballo”.

Ayer, en distintos momentos, había hasta 150 personas en las salas del Museo del Palacio de Bellas Artes, donde se presenta la exposición, algo no frecuente para un martes. La mayoría eran jóvenes y turistas de México y otros países. El revuelo por La Revolución, de Fabián Cháirez, atrajo a muchos, pero no todos se quedaron ahí.

Hasta el domingo habían visitado la exposición 23 mil 139 personas, desde su apertura el 26 de noviembre; la asistencia aumentó en los últimos días. Muchos fueron a ver la obra de Cháirez ayer porque fue el primer día en que la pieza se exhibió junto a una cédula informativa donde la familia Zapata expresó su desacuerdo con la pintura y la calificó de “inadecuada”.

A lo largo del día hubo filas para entrar a la exposición, expectativa, rumores y alerta ante la posibilidad de que, como hace una semana, manifestantes irrumpieran en el Palacio en protesta porque esa pieza de Cháirez representa a un Zapata con rasgos femeninos, y que ellos, la UNTA, “no” lo van a tolerar. El público esperaba por segundos para ver la obra de Cháirez; al acceder, no podían quedarse mucho porque los guardias —siempre hubo dos— pedían agilizar el paso para que otros la vieran.

Isidro Aragón, un campesino cuyo bisabuelo defendió las ideas de Zapata, vino desde de Ticumán, municipio de Tlaltizapán, Morelos; recorrió toda la exposición y la encontró “excelente”, pero se dijo agraviado por la obra de Cháirez. Confesó que prefiere los lienzos de Diego Rivera: “Lo que veo en este cuadro es que en el centenario del Zapatismo ponen un elemento aquí que es agresivo. Yo pienso que cada lobo con su sierra. Nosotros, como zapatistas, a la Guadalupana y a Zapata los respetamos”. Y aclaró: “No somos fundamentalistas”.

A Antonio Orea, que vino desde Sonora con su familia, no le gustó la obra de Cháirez, pero tampoco le gustaron otras pinturas, como El mandilón, de Daniel Salazar, o el Autorretrato con Speedy Gonzales, de Roberto Chávez.

Muchos visitantes se dieron la oportunidad de ver más allá del Zapata de Cháirez, de ver las fotografías de colecciones casi inéditas, como las de H. J. Gutiérrez, que muestran a Zapata en su cotidianidad y con su familia, y que pertenecen a la Fundación Gabriel Flores Viramontes. O ver todas las lecturas, en distintos soportes, sobre el héroe, creadas por artistas chicanos o mexicanos contemporáneos en Estados Unidos.

A Armida, Miguel y Alondra les sorprendió la instalación de Edgardo Aragón. Se llama Zapata, y es un contenedor con tierra traída de la hacienda Chinameca, donde fue asesinado Zapata hace 100 años. La obra de Aragón evolucionará a lo largo de la muestra: crecerá una planta y se regará hasta que se pudra. El artista hizo una metáfora de cómo percibe la figura revolucionaria de Zapata; su obra plantea que la imagen se ha desgastado hasta volverse estéril.

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