Este 25 de octubre se cumplieron 140 años del natalicio de , pintor y escultor español creador del y considerado como uno de los .

Años antes de su muerte en 1973, Picasso se había retirado de la vida pública y aislado en su hogar en Niza, Francia, por lo que una entrevista en sus últimos años de vida significó una oportunidad invaluable.

En septiembre de 1971, EL UNIVERSAL publicó una de las últimas entrevistas que ofreció el español, en este caso a un periodista de la France Presse.

La charla no se dio en formato pregunta-respuesta, sino más bien fue la narrativa de todo aquello que hizo y dijo Picasso durante las tres horas que el periodista estuvo dentro de su hogar.

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Merienda de pan con mermelada, la convivencia con sus loros y perro y un exclusivo recorrido dentro de su estudio son algunos elementos de la vida cotidiana del afamado pintor que fueron retratados en este texto.

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Picasso y Jacqueline, su esposa. Foto: EFE/David Douglas Duncan

Pablo Picasso, su esposa, sus perros y sus loros

12 de septiembre de 1971

- Puerta cerrada a los periodistas

- El hombre de la “Época azul”

- No habla de su obra, la muestra

Por Henri Diacomo, redactor de France Presse

NIZA, 11 de septiembre.- Pablo Picasso, genio de la pintura universal, en vísperas de festejar sus 90 años, aceptó por primera vez desde hace muchos años recibir a un periodista y me cayó la suerte a mí, en calidad de reportero de la agencia France Presse.

Picasso vive en una casa de la provenza campesina, el “Mas de Notre Dame de Vie”, frugal como la tierra olivarera que lo rodea, no lejos de Cannes y cerca de Mougins.

Pablo Picasso condenó desde hace años su puerta a todos los inoportunos y en especial a los periodistas.

Allí vive retirado, con un concepto epicúreo de la vida, rodeado de su esposa Jacqueline, de sus perros y de sus loros.

De vez en cuando recibe por una temporada a algún invitado. Siempre íntimo amigo.

Lo esencial de su vida es su labor estética encarnizada.

Estamos en los últimos días del verano provenzal. En los caminos aún cantan las cigarras, pero ya la noche se puebla de murciélagos y el lirón hortelano se dispone para su letargo invernal.

Los Picasso me reciben al cabo de una senda umbría, después de que he franqueado dos pesadas puertas de hierro electrónicamente comandadas. Estoy acompañando a un fotógrafo amigo de la pareja que es mi introductor indispensable.

La edad no hizo presa en el pintor.

Su hermosa y clásica testa en terracota dorada por el sol meridional se ilumina con la malicia de unos ojos increíblemente claros.

Acogida simple, cálida.

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Foto: EFE/David Douglas Duncan

Picasso lleva una camisa a cuadros y pantalón corto. Picasso me tutea de inmediato.

“Si has podido cruzar esa puerta es que eres un amigo y si eres un amigo te tuteo”.

Hospitalidad de hombre rudo y a la vez tierno, semejante a la de un campesino que llenará las tres cortas horas de nuestra visita.

En el interior del salón pasamos un buen rato.

Un desorden aparente en el que montones de fotografías se apilan a lado de una correspondencia cuidadosamente clasificada.

Una mesa redonda con un mantel de puntilla. Encima, botellas de zumo de fruta, de soda y de cerveza.

Una revista de televisión, abierta en la página de los programas del día.

Encima de un sofá, dibujos, decenas de dibujos, originales y reproducciones encuadran una obra del dueño de la casa: un retrato de hombre de la “época azul”.

Al lado, encima de un sillón, una tela de Matisse y unos croquis de Dufy.

Ninguna obra de arte está colgada en los muros enjalbejados de la casa.

En dos rincones un loro y un mirlo mezclan silbos ambiguos. Picasso señala al loro: “Ese no tiene el menor interés. Es incapaz de mantener una conversación conmigo”.

Alrededor de la mesa están Picasso y Jacqueline (con un vestido largo y amplio de tela estampada), Miguel, español sin edad, secretario del pintor, el pintor francés Pignon y su esposa Helene Parmelin.

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Foto: EFE/David Douglas Duncan

Picasso muestra un enorme interés por los aparatos del fotógrafo. Uno, de marca japonesa, le fascina especialmente. Lo examina, pregunta sobre sus aspectos técnicos. Admira la amplitud del campo de visión del objeto y acaba utilizándolo. La foto fue siempre una de sus mayores pasiones.

“No te muevas”, dice y dispara una foto de su esposa. Y luego bromea: “No para nunca de moverse. Nunca la puedo fotografiar correctamente, a ésa”.

Picasso ignora los nombres de la gente. Incluso a sus más íntimos los señala así: “ése” o “aquél” o “esotro”.

Jacqueline Picasso me confía: “siempre fue así. Casi nunca me llama Jacqueline. Para él yo soy siempre… ésa”.

Entretanto, Picasso se ausenta. Hará durante la entrevista varias breves desapariciones. Al cabo de un rato regresa con un abanico japonés.

Comenta para el fotógrafo los dibujos que lo ornamentan y luego exclama pensativo: “Esa gente es formidable. Te hacen eso -y señala el aparato fotográfico ultrapreciso- y eso -e indica el delicado abanico- y encima aquello… y señala a través de la ventana un inmenso muro de cemento en curso de construcción cerca del mar.

Añade: “Los jóvenes tienen suerte. Pueden trabajar con un montón de material moderno desconocido de mis tiempos”.

Esa, y unos consejos técnicos dados a Pignon sobre una escultura monumental que está haciendo, serán las únicas alusiones al arte que hará Picasso.

Nunca habla de sus trabajos. Los enseña.

Así, de regreso de una de sus furtivas fugas, viene con su último trabajo.

Una tela pequeña que representa el busto de un hombre.

La enseña a todo el mundo… “La hice esta noche. Cuidado, la pintura aún está fresca”. Hay un cierto orgullo en su voz.

Picasso trabaja enormemente: “como nunca”, dice su esposa. Durante toda la tarde y parte de la noche se encierra en su taller. No se concede más que una pausa. Hacia las 18 horas, baja a tomarse una taza de té con pan tostado. Jamás olvida esa merienda. Picasso insistió para que comiéramos con él: “Está bueno” dice “no sabes de qué placer te privas. Hay que comer, toma” y comimos con él pan tostado con mantequilla.

El refugio del maravilloso artista es su estudio ubicado en el primer piso.

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Foto: AP Photo, archivo

Sin su autorización, nadie entra en él. La llave de su puerta no le abandona (...) más junto con la de otro cuarto de lacas: “el estudio de Avignon”.

“Por qué de Avignon. No lo sé. Allí trabajé un tiempo. Ahora verás algunas de las mías. Viejas, con (...) de amigos míos que se fueron: Cocteau, Matisse, (...).

El estudio en el que trabaja hoy es una gran (...) longitudinal que se abre una balconada hacia el (...) por el que entra el sol de lleno.

Todo está atiborrado de telas de todas las dimensiones. Los muros, el piso y hasta el techo. Todas llevan la misma fecha: 1971.

También allí Picasso aprovecha la ocasión para (...) una de esas (...) de las que siempre fue gustoso. Agarra una tela de enormes dimensiones, es un retrato de una especie de andrógino tratado con colores verdes y rojos.

Los ojos inmensos de la mujer (los de Jacqueline, su esposa) coronado por un enorme sombrero (...).

“¿Y qué efecto hace desde el otro lado? ¿Es bonito?”.

Y repite luego la misma mímica con otro cuadro, un retrato de hombre tras el cual coloca a su esposa.

La cosa le hace reír a carcajada limpia.

Luego de repente se pone serio: “Cuidado con poner los pies encima de los esbozos que están por el suelo”.

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Foto: EFE/archivo/Irving Penn

Explica: “Hay que tener mucho cuidado. La pintura está húmeda y quiero que no se ensucie. Es una pintura admirable de calidad: Van Dick. Es muy bella. Pero tiene un defecto, cuela. Por eso pinto por el suelo con la tela a plano”.

En un rincón del taller, en un colgador, unos trajes ponen la nota insólita: trajes de luces y kimonos. Picasso se los pone de vez en cuando para divertirse él o divertir a su esposa, a Miguel o hasta a su soberbio perro afgano.

El animal nos precede hasta el jardín cuando ya nos vamos. Picasso nos acompaña: “Me gusta este jardín. A veces me paseo por él para escuchar los ruidos de la vida. ¿Sabes?, los que hacen los insectos o los pájaros en los árboles”.

Cerca del portal, al final del sendero, teniendo en su mano la de Jacqueline, Picasso frente al Monte de Provenza nos hace los últimos signos de adiós.

Dentro de pocos días, el 25 de octubre, el fabuloso eterno joven de la pintura cumplirá 90 años.

fjb