En tiempos donde parece que las fronteras de lo inimaginable se desvanecen cada vez más con la Inteligencia Artificial, la neurociencia y el avance tecnológico acelerado, la emoción y el asombro pueden sentirse cuando uno se encuentra nuevamente frente a lo sencillo, afirma desde las butacas la dramaturga de la compañía Marionetas de la Esquina, Amaranta Leyva (Cuernavaca,1973). Mientras, Roy, uno de los titiriteros manipula, histriónico, un león de madera simpatiquísimo que abre sus grandes fauces y, cuando quiere, se yergue sobre sus patas traseras. Es muy travieso, dice el titiritero, y quizá por eso los niños se identifican con él.
El león formó parte del elenco de títeres que tuvo la primera puesta en escena de El circo, obra con la que Marionetas de la Esquina vio la luz hace medio siglo, en el verano de 1975.

Escrita por Lucio Espíndola y dirigida por Lourdes Pérez Gay —ambos, fundadores de la compañía—, la obra es una alegoría sobre la dictadura de Jorge Rafael Videla en Argentina. Más allá de ser una obra en la que los títeres hacen actos circenses, su trasfondo es el de la fuerza colectiva ante un personaje, el león, que se opone a la existencia del arte.
Como si la historia fuera cíclica, El circo no pierde vigencia. El león, que hoy es el emblema de uno de los líderes más radicales de la derecha en Sudamérica, simboliza el enemigo a derrotar.
Lucio Espíndola llegó a México desde Argentina en la época de la dictadura militar —cuenta Pérez Gay: “Yo pertenecía, entonces, a Los Mascarones, una compañía que duró bastantes años; hacíamos teatro de calle. Siempre tuve la inquietud de trabajar con las infancias. Y justo cuando nacieron mis hijos, decidí dedicarme a eso. En ese momento conocí a Lucio porque llegó a darnos un taller de marionetas a Cuernavaca, que es donde Los Mascarones tenía su sede. Tuvimos títeres muy lindos y empezamos a trabajar juntos, después nos hicimos pareja. Esa fue la forma en que empezamos. No fue fácil, pero teníamos buena calidad en el trabajo y eso siempre fue nuestra premisa: hacer trabajo de calidad para las infancias, no pensar que cualquier cosa es buena para los niños, sino pensar que las obras para ellos debían tener la mejor calidad posible”.
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Fue entre los años 75 y 77. Después la pareja se fue a vivir a la Ciudad de México. “Aquí en la ciudad, vivíamos en un departamento y, la verdad, es que no teníamos casi nada. Teníamos, por ejemplo, muy pocas herramientas, lo cual es muy importante para un constructor y una constructora”, continúa y cuenta una anécdota curiosa que revela el estado en el que se encontraban en aquellos años.
Antes, muchos objetos a los que hoy se accede con facilidad eran material raro. Para hacer agujeros como los que haría un taladro, Lucio calentaba un clavo con fuego y una pinza, y hacía los hoyos sobre la madera. El “taladro azteca”, lo llamaba.
“Todos los títeres tienen, donde se manipula todo, unos hoyitos en los que se mete el hilo”, explica Lourdes Pérez Gay.
Como en el caso del “taladro azteca”, la pareja arreglaba cada títere e inventaba sus propias herramientas: esa fue la primera forma de trabajar que tuvieron.
“Hacíamos pequeñas giras en diferentes partes de la República: íbamos a las calles, a los teatros, a las escuelas, a donde fuera”. Recuerda a un promotor cultural, Manuel de la Cera, que dirigió el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) entre 1987 y 1988, y permitió la presentación de proyectos escénicos a través de la SEP.

Eran otros tiempos y al teatro escolar le siguieron los espectáculos en colaboración con el ISSSTE: “Muchísimos grupos independientes teníamos trabajos más asegurados. Más giras a todo el país. Uno tenía, quizá, 30 funciones para hacer en tal área, entregaban el dinero para viáticos y al regreso se hacía el pago. Entonces, esta fue la forma en que muchas compañías independientes pudimos crecer y organizarnos más, gracias al proyecto de Manuel de la Cera.
Lucio y yo preparábamos jóvenes o algunos no tan jóvenes que se integraban con nosotros. El elenco era pequeño y recorrimos el país por completo, muchas veces todo de norte a sur, todo el territorio”.
Antes de la urbanización de muchas zonas del país, estuvieron principalmente en ferias de pueblo. Para los años 80, la dictadura había acabado y la vigencia de la historia del circo y el león se desvanecía. Pero había otras obras “porque el objetivo siempre fue ser una compañía de repertorio, no hacer una sola obra y tirarla, sino por ser titiriteros, por el trabajo que implica hacer títeres, conservarlos, crear el propio repertorio. No hacerlo así es como si tiraras un actor a la basura”.
La fundadora enlista algunas de las obras queridas con las que hicieron giras: El jardín, La barranca, La visita inesperada... Es difícil calcular cuántas han hecho en cincuenta años, y un conteo rápido arroja por lo menos mil 700.
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En el trayecto se sumo un problema: no tenían dónde ensayar. Se apoyaron en la convocatoria del PAICE, en la que si los artistas obtenían un recurso de 50%, debían aportar la misma cifra.
“En esa época estrenamos una obra que le pidieron a Amaranta en el Kennedy Center y que gustó mucho. Era una adaptación de La bella durmiente, que llamó Los sueños de la bella durmiente y a la que le dio un tono social. Gustó mucho. En Estados Unidos no te puedes relacionar con nadie si no tienes un manager, y tuvimos uno que aún nos llama”, recapitula, mientras se pregunta si las medidas de Trump permitirán que tengan una gira en Estados Unidos en la actualidad.
“Eso fue una gran ventaja, coincidimos en ese momento del país y gracias a las giras pudimos tener el dinero para aportar el 50% que pedía el PAICE. También tuvimos el apoyo del arquitecto Angel Luz, que nos ayudó a ahorrar”. Al menos una década tardaron en concretar la creación de La Titería, sede de Marionetas de la Esquina, que abrió sus puertas en 2016.

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Para escribir historias infantiles que muchas veces abordan temas delicados como el abuso o la violencia, la dramaturga Amaranta Leyva explica que se centra en “contar las historias desde el punto de vista de los niños. Hay que ser muy fieles a ese punto de vista, tanto en las historias como en la plástico. Yo creo que en el niño no se trata de si es incómodo o no el tema: el niño lo que percibe es si uno es honesto o no en lo que está contando. Es a partir de la honestidad donde reciben o no la obra. La incomodidad del niño viene cuando el trabajo es superficial y es deshonesto. No es la inocencia, es la honestidad de ser niño a través de cómo ven el mundo y a través del juego. Si yo estoy fingiendo que soy niño, ese niño va a decir: mamá, ya vámonos”.
Así, abordar ciertos temas se vuelve una liberación emocional para los niños, mientras que un adulto puede sentirse confrontado, explica.
Mañana, a las 13:00 horas, en La Titería (Vicente Guerrero 7, Del Carmen) se develará la placa conmemorativa por los 50 años de trayectoria de Marionetas de la Esquina, el cierre de la temporada 2025 y el festejo por los 50 años de El circo, obra emblemática con la que dialogarán con sus orígenes.
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