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El viernes 12 de octubre se dieron cita alrededor de 500 mujeres y hombres en la terminal metropolitana de transporte de la población hondureña San Pedro Sula. No todas esas personas compartían los mismos motivos para emprender el éxodo, pero la mayoría huyó de la violencia y también de la pobreza.
Los más jóvenes aseguran que, de quedarse en Honduras, tendrían dos opciones: matar o ser asesinados.
El sábado 13 partió la caravana y, durante las siguientes horas, el río humano sumó a casi dos mil personas. La mayoría viajó únicamente con lo puesto y sobresalieron muchos niños menores de siete años.
Hacia la mañana del lunes 15 de octubre la muchedumbre cruzó la frontera con Guatemala. El presidente Jimmy Morales declaró entonces que su gobierno no obstruiría el camino para los hondureños. Propuso como único requisito que los migrantes se registrasen en una lista única.
La marcha fue tan impresionante que pronto despertó el ánimo entre la población guatemalteca: durante la jornada del martes 16 se sumaron al tropel dos mil seres humanos más.
El miércoles 17, el presidente Jimmy Morales denunció la amenaza del secretario estadounidense, Mike Pompeo, en el sentido de que su gobierno sufriría sanciones si no impedía el avance masivo de los migrantes.
Ese mismo día, Pompeo instruyó al canciller mexicano, Luis Videgaray, en público y en privado: explícitamente le ordenó detener la caravana centroamericana antes de que ésta llegase a la frontera con los Estados Unidos.
Seis días y 640 kilómetros después de haber dejado San Pedro Sula, los primeros caminantes subieron al puente Rodolfo Robles, que cruza el río Suchiate: frontera natural entre México y Guatemala. Para ese momento el movimiento masivo sumaba alrededor de 5 mil individuos.
Justo a la mitad del puente, 400 efectivos de la Policía Federal mexicana repelieron, con gases lacrimógenos, a los recién llegados. Los líderes de la marcha aseguran que entre las víctimas hubo mujeres y niños.
Horas más tarde el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, ofreció un mensaje donde dijo que “toda persona que desee ingresar a territorio nacional podrá hacerlo siempre y cuando cuente con documentos de viaje y una visa concedida” por su gobierno.
La noche del sábado fue fría y también fue ingenua: las y los integrantes de la caravana creyeron que iban a ser recibidos por México, sin mayor contratiempo, tal como ha sucedido durante muchos años.
Hacia el mediodía del sábado 20, el puente Robles era un horno húmedo de 32 grados centígrados, donde habían acampado centenas de seres humanos. La puerta de metal, a mitad del puente, seguía sin abrirse para la mayoría: sólo unos 400 niños y mujeres fueron admitidos para entrar a territorio mexicano con el objeto de que solicitaran su visa.
Entre los migrantes comenzó entonces a correr el rumor de que el ingreso definitivo sería negado y esas personas terminarían deportadas.
Hacia las dos de la tarde un hombre saltó nueve metros para sumergirse en las aguas del río. Le siguieron decenas que prefirieron explorar esta otra opción de ingreso a México. Cada vez que alcanzaron la orilla gritaban: “aquí, allá, la raza vencerá,” para animar a sus compañeros y convocar a que los siguieran.
No todos eligieron esta escapada; otros prefirieron regresar a la orilla guatemalteca para, desde ahí, abordar balsas fabricadas con neumáticos que les cruzarían hasta ciudad Hidalgo, Chiapas.
Hacia el mediodía de ayer domingo más del 70% de la caravana se encontraba ya del lado mexicano y el puente Robles se hallaba vacío. La frontera líquida del Suchiate hizo que la Policía Federal mexicana hiciera el ridículo, mientras mantenía cerrada una puerta enrejada.
Hay grupos de migrantes que desde ayer se dispusieron para continuar la ruta: aún les faltan, a pie, mil 400 kilómetros para llegar a los Estados Unidos.
ZOOM: ¿Qué va a hacer el presidente Enrique Peña Nieto? ¿Utilizar la fuerza pública para retener en territorio mexicano a cinco mil migrantes hondureños y guatemaltecos, o pagar las consecuencias de la ira de Donald Trump? Nadie querría estar en sus zapatos.
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