Y el futbol no es la excepción y menos cuando se trata de la Selección Nacional Mexicana.
Esto puede tener su origen en algunas teorías: una de ellas es que quizá creemos que tenemos un equipo que definitivamente no tenemos; que juramos tener a jugadores un escalón más arriba de lo que nos marca la realidad. Se nos olvida que históricamente, el tope ha sido siempre el mismo, sin importar la razón o la circunstancia: que “no era penalti”, que “si los cambios”, que “el golazo del rival”, que “la serie de penaltis” etcétera, es decir, nos creemos más de lo que somos y hemos sido, y la historia reciente en Concacaf nos restriega en la cara que hemos sido un desastre al menos en los pasados ocho años, pero cuando el presente nos otorga otra historia, entonces decimos que no somos tan buenos, que la culpa es de los demás equipos que atraviesan por un cambio generacional, que juegan mal, que no tienen líderes, bla bla bla.
La clasificación ha sido histórica y ha sido premiada con un estadio semivacío, con abucheo al entrenador y con un descrédito generalizado argumentando que se trata de Concacaf, que esta clase de logros deberían de considerarse como normales, pero se nos olvida que hay una gran diferencia entre lo que debería ser y lo que ha sido.
Cuando entendamos eso, entonces valoraremos lo que representa llegar al Mundial de manera anticipada.
Ningún chile nos embona, porque paradójicamente fue más celebrado llegar a la Copa del Mundo en el último lugar y de rebote, que haber obtenido el quinto boleto de 32 disponibles.
Lo que suceda de aquí a que finalice el viaje mundialista es otra historia, habrán otros elementos que deberán formar parte del análisis, pero es ridículo e injusto minimizar el hecho.