A sus 26 años de edad, la Fundación UNAM ofrece una rica cosecha de logros en su misión de respaldar con recursos adicionales las tareas de docencia, investigación y difusión de la cultura de nuestra Universidad.

Inicio el presente año mis responsabilidades como miembro del Consejo de la Fundación, plenamente consciente de la importancia de su trabajo y por ello comparto en este artículo las siguientes reflexiones.

México tiene ahora como uno de sus desafíos más apremiantes la renovación y la consolidación de sus instituciones. Para que una sociedad pueda fincar sobre terreno firme su progreso económico y social, requiere enfrentar las deficiencias y rémoras que lastran su entramado institucional. Por eso es oportuno conocer ejemplos destacados de instituciones de nuestro país que han sabido evolucionar al ritmo de nuestro desarrollo histórico, en contraste con otros casos de decrepitud y estancamiento.

La UNAM es un ejemplo de renovación institucional. Su historia nos ofrece significativas lecciones por su capacidad de transformarse para poder cumplir con sus altas responsabilidades.

Desde su refundación por Justo Sierra en 1910, la Universidad dejó atrás sus resabios coloniales y a lo largo del turbulento proceso revolucionario fue adaptándose a las demandas de los nuevos tiempos. Esta etapa, en la década de los años 20, no estuvo libre de tensiones. No sólo se trataba de establecer los términos de su nueva relación con el Estado, también estaba abierto el debate sobre la verdadera función que correspondía a la Institución en la vida pública y la distancia necesaria que debía guardar para preservar la libertad de cátedra. La Universidad sorteó con éxito ese dilema conciliando su indispensable servicio al progreso económico y social del país con el respeto a su independencia académica.

En 1929 alcanza las bases de su autonomía con el presidente Emilio Portes Gil, y de ahí en adelante atravesó por un período de maduración institucional. La Universidad entendió que la autonomía no era una dádiva externa, sino que requería de la depuración de sus órganos de autogobierno y de administración.

Una institución en una sociedad democrática debe verse a sí misma como una tarea en permanente revisión. A partir de los años 50, con su cambio a Ciudad Universitaria, la Institución encontró el espacio vital necesario para su expansión. La ampliación de su radio de acción hizo posible que cubriera las necesidades de profesionistas calificados en nuevas disciplinas para un país que iniciaba un periodo de notable crecimiento. En vez de amurallarse ante los nuevos problemas sociales, o de encerrarse en una torre de marfil, la Universidad se mantuvo abierta y, en momentos decisivos, comprometida con el proceso de democratización de nuestro país.

A lo largo de mis 23 años como embajador de México en Suecia, la ex Unión Soviética, Alemania, España, los Estados Unidos, el Reino Unido y Cuba he sido testigo privilegiado del eco y reflejo de nuestra Universidad en la escena mundial. La UNAM goza de un merecido reconocimiento internacional que prestigia a nuestro país. Es considerada como la mejor institución de educación superior en América Latina y durante mucho tiempo ha sido formadora de cuadros profesionales de muy alta calidad que han impulsado el progreso de la región.

La presencia de la UNAM en el exterior se manifiesta en múltiples formas:

Sus 53 convenios de intercambio suscritos con organismos e instituciones de estudios superiores garantizan su movilidad académica. Actualmente, mil 834 académicos de la UNAM estudian en el extranjero y mil 825 académicos del extranjero se encuentran laborando en nuestro campus universitario.

Respaldan también su dimensión internacional sus Escuelas de Extensión Universitaria en San Antonio y Chicago, Estados Unidos y en Ottawa, Canadá; a lo que se agrega su notable red de Centros de Estudios Mexicanos en el extranjero, que alientan el interés de especialistas e investigadores en una gran diversidad de temas de importancia para nuestro país. Esta red se encuentra integrada en instituciones de gran renombre: la Universidad de Washington, en Seattle, la de California y la de Arizona; la Universidad de la Sorbona, en París; el King’s College, en Londres; el Instituto Cervantes, en Madrid; la Universidad Libre de Berlín; la Universidad de Costa Rica y la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín. Se suma a lo anterior la vasta corriente de intercambios en los campos de las ciencias y de la cultura en la que la UNAM participa directa o indirectamente.

Como decía Alfonso Reyes hablando de la cultura, nuestra Universidad es viajera, viajan sus publicaciones, viajan sus alumnos y sus egresados; y en la red de convenios de cooperación suscritos con una miríada de instituciones afines están presentes no solamente los avances que hemos alcanzado en la educación superior y en las ciencias y las humanidades, sino también el vigor y las grandes potencialidades de México.

En los momentos que vivimos y de cara al futuro, debemos cuidar las historias de éxito con que contamos, velando por su preservación. Por ello, estoy seguro que el respaldo que ofrece a nuestra Universidad la Fundación UNAM representa también una contribución al futuro de nuestro país.

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