Entre los muchos juicios que sentenciaba Goethe, hay quien todavía recuerda aquel que determinaba que El vampiro era la obra maestra de Lord Byron, que no escribió ese relato, cuyo origen acaso puede hallarse en una noche del verano tormentoso de 1816 en una villa de la ribera del lago Leman, en Suiza, que Mary Wollstonecraft Shelley evocaba en Londres en el otoño de 1831. Aquella noche, bajo la influencia de la lectura colectiva en noches sucesivas de la traducción francesa de Fantasmagoriana, una recopilación de cuentos alemanes, y de la declamación de Christabel, el poema de Samuel Taylor Coleridge, Lord Byron les propuso al poeta Percy Busshe Shelley, a Mary Wollstonecraft y a John Polidori que cada uno escribiera un relato de fantasmas. “El noble autor”, escribía Mary W. Shelley aludiendo a Lord Byron, “comenzó un cuento, cuyo fragmento publicó al final de su poema Mazeppa. Shelley, más inclinado a plasmar sus ideas y sentimientos en el esplendor de la brillante imaginería y la música del más melodioso verso que adorna nuestra lengua, que a inventar el mecanismo de una historia, empezó un relato basado en experiencias de la primera etapa de su vida. Al pobre Polidori se le ocurrió una historia terrible sobre una dama con cabeza de calavera, castigada de ese modo por espiar por el ojo de una cerradura. He olvidado qué es lo que vio; algo tremendamente espantoso y maligno, por supuesto; pero una vez reducida a una condición peor que la del famoso Tom de Coventry, no sabía qué hacer con ella, y no tuvo más remedio que mandarla a la tumba de los Capuleto, único lugar apropiado. Los ilustres poetas, incómodos con la trivialidad de la prosa, abandonaron enseguida su antipática tarea”.
Mary W. Shelley recordaba asimismo que, a pesar de que se dedicó a pensar una historia, “sentía esa vacía incapacidad de invención que es la mayor desdicha del autor, cuando a nuestras ansiosas invocaciones responde la penosa Nada”.
Quizá bajo el influjo de alguna de las reiteradas conversaciones entre Lord Byron y Percy Shelley acerca de la posibilidad de descubrir el principio vital y conferirlo a la materia inerte, de los experimentos del doctor Darwin, que tuvo un fideo en una caja de cristal hasta que, por algún medio extraordinario, empezó a moverse por un impulso voluntario, del galvanismo que sostenía que podía reanimarse un cadáver, la imaginación le deparó a Mary W. Shelley el principio de Frankenstein o el moderno Prometeo, que se editó por primera vez hace 100 años.

Un año después, en Londres, Longman & Company editó Ernestus Berchtold o el moderno Edipo, de John Polidori, que afirma que comenzó a escribir esa historia “en Cologny, cuando Frankenstein fue concebido, y un noble escritor, decidido a descender de su elevada posición, nos regaló unas cuantas horas de literatura de terror y escribió el fragmento que aparece al final de Mazeppa”.
John Polidori acababa de recibirse como doctor en Medicina en la Universidad de Edimburgo con un trabajo sobre sonambulismo cuando George Gordon Lord Byron lo contrató como médico personal por consejo de su amigo el doctor William Knighton para que lo acompañara en el viaje que emprendió por Europa en 1816. Por eso estaba en la Villa Diodati la noche en la que Lord Byron le propuso a sus huéspedes escribir un cuento de fantasmas.
Polidori era un médico que estaba frecuentemente enfermo, al que Lord Byron recomendó casarse y tener muchos hijos para compensar las bajas que estaba causando entre la población. En una página impresa en la primera página de Ernestus Berchtold sostiene que es asimismo autor de “El vampiro” que se atribuía a Lord Byron.
En el otoño de 1819, refiere Roberto Cueto, un paquete sin remitente llegó a la redacción de la revista New Monthly Magazine, que dirigía Henry Colburn. Contenía una carta anónima que relataba detalles acerca de Lord Byron y los Shelley en Cologny, y el manuscrito de un relato, “El vampiro”, que sostenía que había sido escrito por Lord Byron.
El redactor en jefe, Alaric Watts, dudaba de la autoría del relato, por lo que decidió publicarlo precedido de un prólogo y de la carta anónima. Colburn temió que los escrúpulos de Watts fueran en detrimento de las ventas. Watts dimitió, el relato se convirtió en un suceso literario, Lord Byron negó con indignación cualquier relación con el texto y envió a su editor, John Murray, el fragmento que había escrito en Villa Diodati, el cual era el inicio de una historia de fantasmas, no de vampiros. Lord Byron pretendía que fuera impreso en alguna revista como respuesta al New Monthly Magazine, pero Murray lo publicó en 1819 al final del poema Mazeppa con el título “Fragmento de un relato por Byron”.
La noche del 16 de junio de 1816 en la Villa Diodati parece haberse vuelto legendaria. Entre otras cosas, en ella se entrecruzaron tres de los que podrían considerarse mitos modernos: el vampirismo, Lord Byron y Frankenstein, de los cuales el cinematógrafo ha contribuido a propagar sucesivas perversiones.