Los evangelistas no mencionan al burro fulano ni a la vaca mengana que la leyenda colocó en el portal de Belén (quizás por obvio, pues los establos son para que pernocten semovientes). Su consagración suele adjudicarse a San Francisco de Asís, a quien le simpatizaban los cuadrúpedos, en general más que los bípedos, y a quien un día que andaba de gira se le ocurrió una puesta en escena de la natividad y les dio papel a los animales como calentadores del bambino. En fin, que se discute, que si Isaías y que si el Pseudo-Mateo, etcétera. Nada de eso me preocupa mucho: si Giotto y Botticelli pintaron al burro es porque hubo burro, y a otra cosa.
Ese burro tiene pedigrí literario. Recuerdo dos apariciones de relieve. La primera: en los años veintes, el dramaturgo estadounidense Thornton Wilder escribió un juguete teatral titulado “La huída a Egipto” que dura cinco minutos en escena, mientras la Sagrada Familia y la burra recorren el desierto con los soldados del horrible Herodes pisándoles los talones.
Según Wilder no era burro, sino una burra llamada Hepzibah, que mientras camina no deja de hablar de teología, pues coordina un seminario con otras “chicas” de su establo. Ante el dilema de que Herodes mate niños, por ejemplo, sostiene que “hasta en cosas de la fe debemos emplear la razón” e interroga a María: “¿Para qué nacieron si deben morir tan pronto? ¿Por qué debe sobrevivir el niño que traes en brazos y otros deben morir?” A lo que María responde: “Van a matar a mi hijo mientras tú discutes sobre la fe; por favor, Hepzibah, te suplico que lo salves.” Pero Hepzibah continúa dale y dale: “teológicamente hablando, no hay razón por la cual ustedes escapen mientras degüellan a otros”.

La Virgen María, asustada e impaciente, le pregunta entonces si ya no recuerda haberse arrodillado ante el niño en el portal. Y Hepzibah, sabia, pero burra al fin, advierte a quien lleva en el lomo: “¿Cómo no los reconocí antes?” Y concluye: “Mundo extraño es éste en el que la sobrevivencia de Dios depende de los burros…”
Segunda historia. En su hermoso libro Gaspar, Melchor y Baltazar (1980) Michel Tournier narra el nacimiento de Jesús desde el punto de vista de un burro que se llama Kadi Chouïa (“Sabio de no hay por qué”: un sabio tonto). Se parece en algo a Hepzibah y se las da de “poeta, literato y hablador” que, a causa de su “excesivo amor a las palabras”, se siente incomprendido por los humanos. El relato de Kadi Chouïa también roza la teología, pues da cuenta de un debate entre San Gabriel y el samaritano Silas sobre si Dios es carnívoro o vegetariano, y sobre por qué exige sacrificar animales y a veces humanos (como a su propio hijo)…”
El burrro, que está en el pesebre por casualidad (y no es el que llevará a la familia a Egipto), describe así el nacimiento de Jesús: “Y de pronto ocurrió algo formidable. Una agitación de alegría incontenible cubrió el cielo y la tierra. Un estremecimiento de alas innumerables acompañó nubes de ángeles mensajeros que volaban en todas direcciones. La paja que nos cubría se iluminó como la cauda fulgurante de un cometa. Y escuchamos la risa cristalina de los arrollos y la risa majestuosa de los ríos. En el desierto de Judea, el jugueteo de la arena conmovía los flancos de las dunas. La ovación que se elevaba del bosque de pistaches se unía a los aplausos sedosos de los búhos. Toda la naturaleza se exaltó… ¿Por qué? Casi por nada: habíamos escuchado salir, de la tibia sombra de la paja, un pequeño grito que no venía ni del hombre ni de la mujer: el gemido dulce de un niñito”.
Y entonces el arcángel Gabriel desciende al portal como una torre de luz y organiza el gran hossana en las alturas y hace saber a todos que el niño es un cordero cuya sangre fluirá de los altares para salvar a la humanidad. Y el burro rebuzna una carcajada: ocurrirá todo eso, pero los burros seguirán siendo maltratados e ignorados. El arcángel le profetiza entonces el día en que Jesús entrará a Jerusalén montando un burro y por fin Kadi Chouïa se siente parte de la navidad.
Pero no tarda en hallar otro motivo de protesta. La llegada de los reyes magos lo ofende: “¡Siempre tienen que llegar los ricos!” con sus criados y sus lujos y sus toldos y camellos y caballos y galgos. “¿Quién habría pensado que esta humilde familia iba a interesar a los reyes?” Unos reyes que han llegado para expropiarse la navidad pues “son insaciables y quieren ser los dueños de todo, incluso de la pobreza…”