Guillermo Fadanelli

¿Fin de la novela?

07/05/2018 |00:50
Redacción El Universal
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Hace dos semanas fui invitado a dar un par de charlas a la universidad de Puebla (BUAP), se trató de una especie de breve curso y entre la audiencia había estudiantes y personas de todo oficio, incluso abogados. Sobra decir que mis anfitriones me trataron más que bien y me ofrecieron libertad absoluta para expresarme. Para un amante de la digresión, el rodeo y el anti método ofrecer un curso es tan sólo una forma de continuar la conversación que algún día comenzaron los griegos (los griegos como una metáfora de cultura antigua, central y marginal) y que hoy da señales de estar llegando a uno de sus límites más inhóspitos.





Como un simple y necio escritor de novelas sé que cuando la novela no tiene a dónde ir acude al periodismo y desea hallar cobijo en la realidad, como si ya no encontrara en su propia forma ningún rezago de originalidad, imaginación creadora, subjetividad o arte. Deja de contar una mentira verdadera para narrarnos ahora una verdad en forma de mito común: una noticia adornada de retórica novelística.

Tengo la impresión de que la novela tiene más en común con la filosofía que con el periodismo. Es decir, se acerca más a una visión del mundo. Y es esta visión la que provoca que el mundo de lo real se trastorne y produzca movimiento. Ese movimiento citado es el único capaz de otorgarle fuerza al lenguaje, a la imaginación y, por lo tanto, a la crítica de todo aquello que nos afecta. Sin capacidad inventiva —no recreativa— no existe mundo en el que caminar, ni horizonte hacia el cual avanzar. La imaginación no sólo inventa, sino que advierte los accidentes de su alrededor, las formas que toma la comunidad o sociedad en que habita, la atmósfera que lo cobija y la realidad o existencia de otras personas. Hay a quienes la existencia de esas otras personas los lastima o les echa a perder la vida. En cambio, hay otros para quienes venir a la vida no tendría sentido en la soledad, requieren de otras personas para edificar un teatro vital o comprenderse y afirmarse como individuos. Y, sin embargo, sea uno un misántropo o un anacoreta, alguien que detesta a los otros, o sea uno el feliz y curioso habitante de la humanidad será muy difícil que logre mantenerse apartado de la comunidad o sociedad que lo contiene como objeto físico (hay que recordar que también somos objetos físicos, o cosas animadas de vida).

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Pensaba Stuart Mill que uno de los objetivos o responsabilidades de un buen gobierno es promover la virtud y la inteligencia de las personas. Y en ello la literatura de ficción, el ensayo, y la crítica a través del lenguaje pueden ser de utilidad en el ejercicio de la reflexión y el pensamiento; hay que pelear contra los malos, pero antes uno tendría que reconocerlos, saber por qué unos son villanos y otros víctimas. Por eso la lectura de filosofía y de literatura de ficción ayuda a hacer buenas preguntas. La pregunta perfecta no necesita de una respuesta, pues se basta por sí misma para aclarar un poco la oscuridad del mundo que nos cobija y que es al mismo tiempo extensión de los sentidos. El universo de los astrofísicos, por ejemplo, es una extensión de nuestros sentidos y de una moral de números y mitos antiguos, no creo que pueda ser de otra manera. Los escritores no sabemos hacer preguntas perfectas (pues ya están respondidas a priori), sino sólo imperfectas, parciales, relativas, ambiguas, periféricas, absurdas y demás. Esto da, por supuesto, lugar al intercambio de puntos de vista, allí donde el lenguaje es común a los otros, al encuentro de las palabras y las acciones —las palabras son también acciones—, al desacuerdo, al acuerdo, a la simpatía o a la antipatía de los argumentos o posturas. La política y su fundamento ético no tendría más que ser eso: una plática para llegar a acuerdos que le hagan bien a todos. todo ideal ético es confuso, pero creo que la literatura y la filosofía van de la mano y en las novelas uno aprende también los comportamientos de la comunidad y el temperamento humano. Por otra parte, la filosofía jamás resolverá los problemas de la política o de la sociedad, pero es posible que a través del conocimiento logre llevarnos a comprender con mayor profundidad los problemas prácticos. Los legisladores serían los verdaderos técnicos del mundo, y quienes a través de su labor pueden ser capaces de diseñar estrategias y mundos posibles de bienestar o menos apegados a la desgracia. Si un hombre piensa con libertad, sueña con libertad e imagina con libertad, difícilmente le podrá parecer verdadero aquello que no lo es; y ni los gobernantes ni los reformadores obtusos podrán interferir de modo decisivo en su camino. Los estadistas y los legisladores están a tal punto integrados a las instituciones que jamás los pueden encarar de forma abierta y clara. Es por eso también que los criminales, malos gobernantes, los voraces financieros o los zares del entretenimiento no se sienten a gusto con la gente educada; porque el entretenimiento y la producción de bienes (cuya distribución es parcial) no bastan para ser sustento de una sociedad globalizada y justa. La literatura, como las artes, son medios para la reflexión y la afirmación de la libertad; sin esa mínima ayuda somos carne parlante y amansada. Tales certezas fueron las que intenté bosquejar, de manera desordenada, entre los asistentes a mis charlas en Puebla.