En mis más de cinco décadas de dar clases en la Facultad de Derecho de nuestra UNAM, siempre, al terminar mis cursos, les pregunto lo siguiente a mis alumnos: ¿En qué piensan que los ha cambiado ser universitarios? La gran mayoría me contesta: “Entramos todos iguales, pero salimos diferentes”. Y yo creo que la anterior respuesta es valedera para todos los universitarios. Así lo sentimos los que nos iniciamos como tales desde la Escuela Nacional Preparatoria hasta concluir nuestros estudios de licenciatura o doctorado, o ambos, según el caso.

En la preparatoria sentimos la impronta de la UNAM en una época compleja de fines de los años 50, donde nuestro país se encontraba en plena efervescencia por muy diversos acontecimientos sociales, políticos y económicos, incluyendo un entorno internacional particularmente complicado.

La UNAM nos enseñó el valor de expresar nuestros puntos de vista en total libertad, así como el respeto absoluto a las opiniones contrarias.

Era una época en la que todos leíamos libros, periódicos, revistas, etc. etc.; inclusive había que traducir algunos textos, sobre todo del francés, italiano o inglés.

Acudir a las bibliotecas y hemerotecas era motivo de alegría, pues nos fue puesta la semilla de la duda y de la consiguiente investigación.

Época de grandes maestros mexicanos y extranjeros, españoles estos últimos, que nos trajeron su sabiduría allende los mares, con puntos de vista novedosos para nosotros. Su integración a la sociedad mexicana fue sorprendente, como la recepción que se les prodigó. En tanto nuestra Universidad crecía en número de preparatorias y el cambio del viejo barrio universitario del centro histórico a la entonces muy lejana Ciudad Universitaria marcó un hito extraordinario cuyos resultados son, sin duda, los grandes mexicanos que ahí estudiaron, consolidando el gran país que todos tenemos.

Nuestra Facultad de Derecho también se vio beneficiada por la huella de enormes juristas nacionales y extranjeros que nos formaron en las severas disciplinas relativas, dando una larga serie de aportaciones a lo mejor del quehacer nacional dentro de un marco jurídico importante, heredero sin duda de los principios revolucionarios de la Constitución de 1917, ya centenaria, pero en plena vigencia con sus necesarias adaptaciones a un país moderno y cambiante, no exento de lamentables desigualdades.

La UNAM ha crecido mucho al ritmo de nuestros tiempos, ofreciendo a los alumnos multitud de oportunidades profesionales y complementos científicos y culturales de enorme envergadura, contenido y proyección que cada día la engrandecen.

Desde hace 25 años destaca la existencia de la Fundación UNAM A.C., que considera que, siendo nuestra Máxima Casa de Estudios fiel reflejo de la sociedad mexicana, apoya con becas a los alumnos de familias de escasos recursos.

Fundada en 1993 con fines filantrópicos, como organización de la sociedad civil, realiza una labor silenciosa pero muy eficiente que todos los universitarios aquilatamos y agradecemos.

Por ello y muchas otras cosas más, lo señalado al principio de este breve texto confirma la siguiente verdad: en nuestra UNAM, entramos todos iguales, pero salimos diferentes... siempre para bien.

Ex Presidente del Tribunal Universitario de la UNAM

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