No es necesario el permiso del célebre Doctor Chunga —ese sabio hombre que lleva siempre dentro el querido y muy celebrado Andrés Bustamante— para brindarle un aplauso por titular, sin imaginárselo, el método señalado líneas arriba.
Pero de que funciona, funciona.
Ya se escaparon para siempre siete valiosos días del nuevo año. Pero, a fin de cuentas, se la pasó usted reponiéndose de los excesos del periodo vacacional por breve que haya sido —de los fregados romeritos, la odiosa pierna al horno y el espantoso espagueti con cubos de jamón, tratemos de no hablar al menos durante un año—, de las reuniones familiares que son manicomios en los que el fármaco más potente para evadirse es la sidra Santaclós, y hasta de la rosca del día 6, con lo cual terminó, salvos somos, el maratón Guadalupe-Reyes. Días infames y para el olvido que, como aquellas golondrinas, no volverán.
De modo que no se sienta culpable: usted se propuso leer este año, con el marcatextos en la mano, tirando por lo bajo, unos 100 libritos. Si el año tiene 52 semanas, si ya perdimos una, si vamos a perder otra cuando se acabe, entonces nos quedan 50 que multiplicadas por dos libros nos dan la cifra mágica de 100 títulos.
Le daré una mala noticia y una buena. La mala: es amarga la medicina pero ande, abra la boca, saque la lengua y aguante: no, no va usted a leer todos libros que imagine en este 2019. Pero hay una buena: usted tiene la intención de leer, de adentrarse en mundos hasta ahora desconocidos, de vivir pasiones incendiarias reservadas sólo para unos cuantos aventureros, de encontrar la paz en las palabras ya que en la vida cotidiana es tan difícil de hallar, de nutrirse con lo mejor que ha dado el género humano a lo largo de miles de años llenos de historias, personajes, lances, colores, tierras, mares y galaxias encerradas en los libros.
Ya tiene la decisión. Bien ahí.
El problema es cómo leer, y cuánto, y qué.
Así que el primer paso para leer de veras durante este año es saber qué libros son a los que acudirá. Y esos títulos son a los que les ha traído ganas desde que era niño o adolescente. Las historias que lo ilusionan, que lo llaman, que lo hay atraído siempre y siempre se ha dicho que mejor luego.
El paso dos es cómo leer. El problema no estriba en solucionar el trilladísimo lugar común de “si no tengo tiempo para vivir, menos para leer”. Calma, sin drama, si lo que usted quiere es leer el paso dos consiste en involucrarse, y para eso no hay más que de dos sopas: o nació usted con una memoria prodigiosa más que la de 10 Borges juntos, o leerá acompañado de un cuadernillo y una pluma. Ahí anotará usted el nombre de los personajes, cómo se relacionan, y desde luego irá tomando nota entre comillas de las frases, expresiones o giros del lenguaje que más le vayan gustando del texto. La gran ventaja de este formato es que aunque pasen tres o cuatro días sin que pueda acudir a su libro en turno, le bastará echar mano de su cuadernillo y ver en un minuto en qué va la historia y quiénes son los personajes. El cerebro funciona, entre otras maneras, reviviendo las memorias, y para eso no hay nada mejor que sus propias notas.
El tercer paso, un poco difícil de aceptar, se lo adelanto, es la cantidad de libros que va a conseguir en un año. No serán 100, de veras que no. Quizá ni la mitad. Bueno, ni siquiera 30. ¿Pero si le digo que la cantidad no importa en realidad y que si se lee 10 o 14 o 20 su vida será tantas veces más completa, plena y feliz? Ese incremento en la calidad de vida —ese entender la existencia, los procesos que la componen, los discursos que maneja lo mismo el chofer del micro que el orador más ducho— multiplicado por 10, que son los libros que usted leerá durante un año, créame, nadie se lo va a regalar, ni siquiera a vender. Nadie, porque ese crecimiento está en los libros y usted que quiere leer por fin este 2019 será el único dueño, administrador y beneficiario de su lectura.
Ahora, permítame decirle que sin ningún problema puede usted nacer, crecer, trabajar, multiplicarse y jubilarse sin haber leído un libro en su vida. Y mire, tan amigos. Eso sí, será infinitamente más sencillo que cualquier merolico lo maree con ideas de lo más absurdas —sean políticas, mágicas, gastronómicas o estéticas— y que usted se las crea y hasta se pregunte: ¿y este sujeto, por el cual si no hablara no daría ni un peso, cómo le habrá hecho para llegar a dónde está? Yo sé que quiere que se lo diga: nadie nace sabiendo, sino que todo el mundo se hace —se forma, se alimenta, se fortalece— leyendo.
¿Quiere verse inoculado por el virus incurable de la lectura con un solo párrafo? Bien. Leamos: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.
Así empieza esa novela prodigiosa titulada El Túnel, escrita por Ernesto Sabato. Le apuesto lo que quiera a que ahorita mismo quiere usted saberlo todo del maldito pintor Castel, de la desdichada María Iribarne y ahora sí que cómo estuvo completita la onda.
Tiene ahí el primer título de su lista de lectura del 2019.
Ande pues, lector querido: sin miedo y al toro.
@cesarguemes