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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Fotografía actual: Gamaliel Valderrama
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
En los últimos años del Porfiriato, uno de los temas que empezó a preocupar tanto a la prensa como a la clase alta de la época eran los recurrentes casos de suicidio de jóvenes, sobre todo de mujeres, en una capital en expansión.
Bajo un contexto social en el que la mujer cargaba con "el honor" de su familia, las jóvenes no podían comportarse ni actuar de acuerdo con su propia voluntad y, cuando lo hacían, solían ser tachadas de ingratas o demás etiquetas desagradables. Comportarse con propiedad, mesura y bajo el cumplimiento de normas creadas por otros miembros de la sociedad (en su mayoría hombres) les aseguraba ser valoradas, queridas y respetadas.
Kathryn Anne Sloan, investigadora de la Universidad de Arkansas, Estados Unidos, rastreó dos casos de suicidios de mujeres expuestos mediáticamente entre noviembre y diciembre de 1909: uno fue un en el que María Fuentes y Guadalupe Ortiz se quitaron la vida al mismo tiempo, y otro fue el de María Luisa Noecker, adolescente cuyos padres pertenecían a la alcurnia del Porfiriato.
La investigadora notó que la cobertura estaba inclinada hacia la moralidad en decadencia, a hablar mal del entretenimiento de la modernidad y la creencia de que todas esas muertes estaban ligadas a algún trastorno mental, aunado a un juicio moral sobre las jóvenes dependiendo de la clase social a la que pertenecía. De acuerdo con Kathryn, éste fue el motivo por el que el suicidio se empezó a ver como espectáculo o farándula en vez de una noticia preocupante.
“El suicidio era un fenómeno moderno, un efecto secundario inevitable del acelerado progreso y desarrollo de México, y leña para atizar el fuego de las emergentes disciplinas de la sociología y la psiquiatría. Una lectura de los periódicos de la época porfiriana revela que la sociedad quería interpretar el suicidio como un proceso continuo que va del honor a la deshonra. Relatos de suicidios entre los residentes privilegiados de la capital recibieron extensa atención de la prensa”, mencionó Sloan.
En contraste a esto -y como suele pasar en la actualidad- las clases bajas no recibían ni la misma atención mediática ni la exigencia de justicia; el motivo de las muertes de las jóvenes de clases medias y bajas pasaban a ser un número más. Este hecho fue comprobado por la investigadora cuando encontró los casos anteriormente citados, el de noviembre con dos suicidios y el de diciembre con el de María Luisa.
El primero fue el de María y Guadalupe, quienes acordaron un pacto suicida eligiendo uno de los sitios más simbólicos de la ciudad para hacerlo: el Bosque de Chapultepec. La noticia salió publicada porque ambas chicas lograron confundir a los medios, ya que portaban vestidos de alta costura cuando sus cuerpos fueron encontrados.
Los hechos ocurrieron el 5 de noviembre de 1909. Sloan nos cuenta que en diversos periódicos se manejó la versión de que las dos chicas eran mejores amigas y habían tomado un tranvía del Zócalo hacia Chapultepec, paseo sumamente convencional en los tiempos de Díaz.
Vestidas con sus mejores prendas y accesorios, María de 18 años y Guadalupe de 16, llamaron la atención de tres hombres que las siguieron hasta Chapultepec. A pesar de que lograron perderlos en un tramo, fueron ellos los que las encontraron sin vida: María y Guadalupe estaban abrazadas, recostadas a lado de una botella de cianuro de potasio, cartas y fotografías.
Así lucía el bosque de Chapultepec a principios del siglo XX. Arriba al fondo luce el Castillo de Chapultepec. Colección Villasana-Torres.
Casi un mes después, en las portadas de los periódicos sensacionalistas de la época se reportaba que María Luisa Noecker, hija de un empresario alemán, se había quitado la vida la madrugada del 3 de diciembre en su recámara, después de haber asistido a una fiesta.
María Luisa asistió a la fiesta donde se encontraría el torero Rodolfo Gaona, un personaje digno del “sueño mexicano” y de quien se dijo ella estaba enamorada. Gaona provenía de una familia de escasos recursos y gracias a su talento había podido ingresar al mundo de la aristocracia. Testimonios de quienes acudieron a la reunión, y de las sirvientas de María Luisa, indican que ella había acompañado al convivio a su amigo, el vendedor de huevos Cirilo Pérez, con la esperanza de conocer personalmente a Gaona.
Los testigos afirmaron que María Luisa salió del sitio con Enrique Gaona, hermano del torero, y que juntos se fueron a dar un paseo nocturno por la Alameda, para después pasar la noche juntos en el Hotel Venecia. A la mañana siguiente, la joven llegó temprano a casa, y horas más tarde se quitó la vida con un arma de fuego, dándose dos balazos.
En nuestra foto comparativa aparece la casa donde se suicidó María Luisa Noecker. Es la esquina de las calles de Balderas y Nuevo México (hoy Artículo 123), en donde hoy se encuentran las oficinas del INEGI.
“Hay en el suicidio de esta joven, detalles que hacen cuajar los ojos de lágrimas. Entre ellos, éste: un ser anónimo (hay quien asegure que el novio) envió al hospital donde se encontraba el cadáver, un ramo de fragantes flores, con la consigna al mensajero que las llevó, de que se depositaran sobre el cadáver tendido entre un hacinamiento de cuerpos inertes”, cita de una publicación sobre la muerte de María Luisa en la revista La Semana ilustrada de 1909.
“Los reporteros conjeturaron que las tres jóvenes, casi niñas, María, Guadalupe y María Luisa, eran las víctimas más recientes de una epidemia de suicidios que se apoderó de la Ciudad de México. A pesar de que las autoridades sanitarias querían culpar a los trastornos nerviosos, como la neurastenia, y a las afecciones degenerativas por el brote de suicidios, la mayoría del público culpó a la "locura de amor" por la creciente tasa de muertes entre los jóvenes mexicanos”, narró nuestra entrevistada, Kathryn Sloan.
Al tratarse de tres jóvenes, los casos no tardaron en llegar al escrutinio público. El primero había sido juzgado por la prensa ya que un día después de la muerte de María y Guadalupe, se descubrió que su “origen” no era de clase alta, que las jóvenes habían tenido una vida llena de desventajas, con diversos novios y que, además, compartían el amor por un mismo hombre, para la prensa amarillista de ese entonces todo se resumió a la muerte de dos chicas humildes y en condiciones morales “dudosas”.
En un inicio, los medios decían que eran dos jóvenes de buen ver, con una presencia y vestimenta impecables, una vez descubierta su historia se dedicaron a criticar su forma de vida y que ninguna de las dos había muerto por amor o por recuperar su honor, sino porque no iban a poder tener una vida de lujos ni riquezas. Otros afirmaban la historia del triángulo amoroso, donde la más grande, celosa de haber perdido a su querido, había obligado a la más pequeña a cometer el suicidio ya que así ninguna de las dos se quedaría con aquel hombre.
Con un hambre de morbo, uno de los periodistas del antiguo periódico El Imparcial atendió el velorio y describió los hechos diciendo que habían sido sepultadas con las ropas con las que las encontraron y con sus “caras morenas”, que se les transportó en servicios de segunda clase, datos que al parecer levantaron interés en la sociedad porfiriana. Así de rápido cambió el reporte sobre una muerte; de tragedia a circo.
En cambio, la muerte de María Luisa significó la restauración de su honor perpretado por alguien que no era su novio ni tampoco de su clase. Los juicios sobre su caso se vieron inmediatamente ligados al origen de Rodolfo Gaona, hombre del que Luisa era admiradora y que con recurrencia iba a ver a la Plaza de Toros, cuyos panfletos adornaban su cuarto tal cual ahora funcionan los “posters” de bandas o personajes famosos.
Los invitados de la fiesta la vieron salir con Enrique Gaona, hermano del torero, quien aceptó haber tenido relaciones sexuales con ella. Algunos reporteros dedujeron que Rodolfo también estaba involucrado: los diarios de la capital se inundaron de historias, testimonios y relatos de los asistentes, también de comentarios de la elite social a la que pertenecía Luisa.
A Rodolfo le costó ganarse el respeto y admiración del público de la clase alta porfiriana, pero esta situación echó para abajo todos sus esfuerzos. En la plaza le gritaban “indio bolero”, ya que no era fácil aceptar que un hombre con raíces indígenas llegara a tales alturas de riqueza y fama.
La prensa estaba dividida en dos, los medios oficiales y los independientes: los primeros iniciaron una “cacería de brujas” contra el torero y los otros decían que la culpa no era de nadie más que de los padres que no cuidaron dónde iría la adolescente, como “La Iberia” y “El Abogado Cristiano”, ambos dedicados a pedir imparcialidad y veracidad periodística.
Uno de los panfletos de noticias ilustrados por José Guadalupe Posada. En este se informaba sobre los suicidios de María y Guadalupe y en la parte posterior hay un poema dedicado a las jóvenes. Hoja 1. Anónimo. I. Antonio Vanegas Arroyo. México.S.f.
En este caso, José Gudalupe Posada ilustró un texto de Antonio Venegas Arroyo donde decían que la única responsable de la muerte de María Luisa había sido ella misma, ya que ella tomó la decisión de quitarse la vida. “Se le atribuía su falta de juicio a la corta edad de 15 años, y exhortaba a las niñas a evitar las fiestas si no conocían a los demás invitados”, invitando a los padres a poner más atención a sus hijos. Ambos tonos periodísticos evidenciaron la polarización de opiniones: si pertenecías a la clase alta, el torero y su familia –por ende, la clase popular– eran los “malos” y si eras de la clase popular, pensabas lo contrario. Las muertes de las jóvenes se convirtieron en un escenario de combate para los eternos problemas que trae consigo la separación social.
El slogan menciona que para que la muerte de la mujer fuera “romántica” –es decir, trágica y aceptable– se tenía que sacrificar por algo, en este caso el honor familiar y personal: “Esta hipótesis se acopló a muchos suicidios del año anterior: hombres y mujeres jóvenes que se quitaron la vida porque sus amantes los habían engañado. El suicidio terminó con su sufrimiento emocional y restauró su honor.”
Para la investigadora el suicidio no era exclusivo de la Ciudad de México, sino que era un fenómeno identificable en muchas ciudades del mundo. Envenenamientos, provocarse la muerte en el transporte público o desde lo alto de un edificio eran actos que se veían en las urbes en crecimiento, quizás porque los jóvenes se estresaban demasiado o porque las emociones eran demasiado intensas. Lo triste es que en vez de tratarse como un problema de salud, los medios y la sociedad en sí los veía como un acto de honor, reputación y salvación, especialmente si la víctima era mujer.
El famoso torero Rodolfo Gaona se vio envuelto en el caso del suicidio de la joven María Luisa Noecker, lo cual causó conmoción en la capital aquel 1909.
A diferencia de hace poco más de cien años, los suicidios hoy en día son del interés público y político. El año pasado, en 2016, se registraban cinco mil suicidios anuales a nivel nacional. En conferencia, María Elena Medina Mora, directora general del Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñiz” decía que es de suma importancia detectar a los jóvenes que tengan esta tendencia, ya que es un acto “predictivo, es decir, quienes ya lo intentaron, tienen un riesgo mayor de volverlo a hacer. Por ello, identificar a estas personas de alto riesgo y proporcionales seguimiento y apoyo debe ser un componente clave de todas las estrategias integrales de prevención del suicidio”.
108 años después
Entre los motivos que desencadenan esta conducta está la calidad de vida, la escasez de oportunidades, el estrés mental o emocional y las enfermedades mentales. Estadísticamente, a pesar de que las mujeres rebasan en intentos de homicidio al de los hombres, son ellos lo que logran quitarse la vida. Medina Mora señaló que el sexo femenino suele recurrir a sobredosis de fármacos mientras que los hombres lo hacen con un arma de fuego o elementos cortantes.
En septiembre del año pasado el gobierno de la Ciudad de México reportó su preocupación ya que la tasa de suicidios en la capital se incrementó: mil quinientos jóvenes entre los 15 a los 29 años se quitaban anualmente la vida. María Fernanda Olvera Cabrera, directora del Insituto de la Juventud de la Ciudad de México, informaba que la baja autoestima, los problemas en casa y el no poder tener una educación influía directamente la vida de los jóvenes.
Las cifras resultan apabullantes: “de los 218 casos que se encuentran bajo tratamiento –y de los cuales se ha logrado no consuman el suicidio- 120 corresponden a mujeres y 98 a hombres. Por lo que se refiere a edades, 111 se encuentran entre los 12 y 17 años y el resto a jóvenes entre 18 y 29 años. Además, se ha brindado atención a 28 personas por autolesiones”.
Tanto Medina Mora como Olvera Cabrera aconsejaron poner atención a los hijos y no minimizar sus emociones o pensamientos. A pesar de todos los avances para que el suicidio esté estudiado y cuidado dentro de las políticas públicas, a veces los medios se siguen comportando como hace cien años, juzgando a las víctimas o, depende de quién sea, etiquetan como suicidas a mujeres –desde niñas hasta adultas- que fueron asesinadas.
Fotografía antigua:
Archivo Hemerográfico de EL UNIVERSAL.
Fuentes:
Kathryn A. Sloan, investigadora de la Facultad de Bellas Artes y Humanidades de la Universidad de Arkansas. Revista “Semana Ilustrada”,1909. “Jóvenes, los rostros del suicidio en México”, Redacción EL UNIVERSAL y “Preocupa aumento de suicidios en la CDMX”, de Phenélope Aldaz en el EL UNIVERSAL.