Debido a la pandemia por el Covid-19 es primordial hacer todo lo posible para que disminuya la contaminación atmosférica en las grandes ciudades; de lo contrario, muchas personas —en especial las más vulnerables: adultos mayores y con enfermedades preexistentes como hipertensión, diabetes, obesidad y asma— tendrían que enfrentar dos enemigos al mismo tiempo: la mala calidad del aire y el coronavirus, lo cual ocasionaría una saturación aun mayor de las salas de emergencia de hospitales y clínicas.

Por fortuna se ha visto que, con la reducción de la actividad humana, que incluye el tráfico vehicular, en las grandes ciudades de todo el mundo ha habido una disminución en los niveles de los contaminantes primarios, como el monóxido de carbono y los óxidos de nitrógeno, sobre todo.

Ahora bien, no hay que descuidar otras fuentes de contaminantes atmosféricos que se nos pueden salir de control, como los incendios forestales, tanto dentro como fuera de las zonas urbanas.

En el caso de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, la información sobre la calidad del aire es obtenida y divulgada en tiempo real por el Sistema de Monitoreo Atmosférico (SIMAT), el cual continúa funcionando en estos momentos de la pandemia para beneficio de los ciudadanos, investigadores, autoridades, periodistas...

Sin embargo, ya que la pandemia por el Covid-19 nos ha obligado a estar en cuarentena, también resulta vital poner atención a la calidad del aire en ambientes interiores, como el de nuestra casa, precisamente.

Con el fin de entender la importancia de la calidad del aire en ambientes interiores, Rodolfo Sosa Echeverría, investigador del Grupo de Contaminación Ambiental del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, hace un poco de historia: “En la década de los años 70 del siglo XX hubo un incremento en los precios del petróleo. Esto obligó a hacer más eficiente el uso de los recursos energéticos. Una medida que se tomó para alcanzar este objetivo fue hermetizar los edificios.”

Como se sabe, en muchos países, el invierno es en extremo frío y el verano en extremo caliente, por lo que, según la estación del año, los ambientes interiores se deben calentar o enfriar con sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado que funcionan a partir de la energía eléctrica, que a su vez se genera mediante la combustión de productos derivados del petróleo. En esa época se hermetizaron los edificios para gastar menos recursos energéticos.

“No obstante, las personas que vivían o laboraban en esos edificios empezaron a sufrir algunos malestares físicos, como mareos, dolor de cabeza y lagrimeo constante, durante su estancia en ellos. Cuando se investigó la razón de esto, pudo verse que al hermetizar los edificios se impidió el intercambio de aire con el exterior, es decir, los contaminantes se concentraron en su interior. A este fenómeno se le llamó ‘síndrome del edificio enfermo’. Ése fue el inicio del estudio de la contaminación del aire en ambientes interiores, a la que se encuentra expuesta una gran parte de la población. Cabe mencionar que otro tipo de contaminación en ambientes interiores de tipo ocupacional o laboral, por ejemplo, los de las industrias, ya se conocía con anterioridad”, añade Sosa Echeverría.

De sentido común

De acuerdo con el investigador universitario, hay dos factores fundamentales para que el efecto de los distintos contaminantes en la salud de las personas sea alto, medio o bajo: la concentración de dichos contaminantes en el ambiente donde aquéllas permanecen y el tiempo de exposición a ellos.

“Tenemos que considerar que, antes de la pandemia por el Covid-19, muchos de nosotros permanecíamos en ambientes interiores (casa, oficina, aula, transporte público o privado…) tres cuartas partes del día; ahora, con la cuarentena, lo hacemos —o deberíamos hacerlo—prácticamente todo el día, dentro de nuestra casa”, comenta.

En opinión de Sosa Echeverría, las medidas para mantener la calidad del aire en ambientes interiores no implican acciones radicales y complejas como las que se ponen en práctica en otras estrategias cuyo objetivo es abatir la contaminación atmosférica exterior (mejorar los combustibles y la tecnología automotriz, aplicar controles o restricciones a las industrias), sino sólo acciones de sentido común.

“Estas medidas son: 1) tener una ventilación adecuada, porque en las zonas urbanas, por lo general, se usa gas LP o gas natural tanto en la preparación de los alimentos como en los calentadores de agua, y las emisiones generadas por estos combustibles pueden acumularse y causar problemas de salud; 2) seguir al pie de la letra las instrucciones de los productos que se utilizan en el hogar, como limpiadores, desinfectantes, insecticidas y plaguicidas, porque pueden contener sustancias tóxicas; 3) hacer labores de limpieza, como barrer, aspirar o sacudir, con un cubreboca; y 4) no fumar, porque si lo hacemos, de nada servirán las otras medidas; además de afectar la salud del fumador, el humo del cigarro afecta la salud de los que se encuentran cerca de él y los convierte en fumadores pasivos, y no olvidemos que la calidad del aire en ambientes interiores mejoró cuando a nivel local y posteriormente a nivel federal se estableció la reglamentación para la protección de los no fumadores, que prohíbe fumar en lugares públicos cerrados”, concluye.

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