Un trago de concentra la historia de una planta. El inicio de esa historia es desmenuzada por la , que estudia el funcionamiento de las y su interacción con el medio ambiente. Los investigadores examinan cómo se regula la fotosíntesis y la pérdida de agua asociada. Estos procesos clave se sintonizan con la adquisición de agua y nutrientes del suelo, así como con las condiciones de luz, temperatura, humedad del aire y dióxido de carbono atmosférico.

Cada gota que la planta utiliza, o desperdicia, importa, no solo por lo que la planta puede convertir mediante ella, como una rechoncha y dulce uva, sino por la apuesta hídrica de un bien cada vez más escaso. La agricultura es el principal consumidor de agua dulce en el mundo. Para el doctor Rodrigo Méndez Alonzo, del Departamento de Biología de la Conservación de la División de Biología Experimental y Aplicada del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada Baja California (CICESE), uno de los grandes retos es pasar de la agricultura que hemos practicado desde hace 10 mil años a una agricultura moderna, no en el sentido de producción masiva, sino precisa y ambientalmente amigable que reduzca en el menor caso posible el impacto al medio ambiente, una agricultura basada en ecología de ecosistemas.

“El ecosistema agrícola está inmerso en un paisaje con otros ecosistemas igualmente importantes y un reto importante es el manejo del agua. Todas las zonas mediterráneas son regiones semiáridas y en el futuro se esperan cambios en cuestiones de precipitación que llevaran a problemas necesariamente de producción. Sabemos que las sequias son un problema meteorológico que luego se convierten en un problema hidrológico por los reservorios hídricos, que si no se alimentan, terminan generando un problema social y económico”.

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Gota a gota

Una de estas investigaciones está centrada en la llamada agricultura de precisión que es una combinación de estudios de percepción remota (drones) con los cuales se obtienen imágenes de muy alta resolución espacial sobre las características del terreno. Sobre esta base se estudian varios modelos de suelo y de fisiología de las plantas. Se generan mapas en colores para determinar las zonas con mayor estrés hídrico o más pobres en materia orgánica, así como las más ricas en estos recursos. “Este tipo de herramientas ha permitido a los productores modificar el terreno para optimizarlo, generando diferentes obras de infraestructura, construyendo, por ejemplo, barreras para evitar la pérdida de agua y mejorar el manejo de líquido a escala puntual”, apunta Méndez Alonso.

Otro estudio retomó una técnica de irrigación ancestral subterránea. El método de la olla de barro enterrada utiliza un artefacto de este material sin barniz. Mediante una tapa se intruduce agua y al estar dentro del suelo, la percolación de la olla suministra un tipo de riesgo muy controlado, tal como si se regara con un gotero. “No hay pérdidas de agua hacia el subsuelo o la atmósfera, por la evaporación. Es un método muy controlado de irrigación que podría reducir hasta 60% del volumen de riego, en comparación de uno de goteo que ya de por si es un riego muy ahorrador”. El investigador agrega que se trata de una técnica china que data de 500 a. de C. y se ha utilizado en EU. En Ensenada se implementó en cuatro viñedos y los resultados fueron que utilizando un volumen mucho menor de riesgo se obtuvo una cantidad estandarizada de uva igual a la obtenida mediante el riego convencional.

97.5%
DE LA PRODUCCIÓN
de uva industrial se concentra en Baja California, Zacatecas, Sonora, Aguascalientes, Coahuila y Querétaro

Cambio climático

La Doctora Tereza Cavazos, investigadora del Departamento de Oceanografía Física del CICESE, subraya la necesidad de seguir proyectando escenarios futuros climáticos, pues los viticultores pueden ir armando estrategias más puntuales ante el gradual aumento de la temperatura y la disminución de las precipitaciones. Las regiones con vocación vitivinícola tienen una temperatura que oscila entre los 10 y 20 grados centígrados. Las mejores áreas para el cultivo de vid tienen una acumulación de entre mil 700 y 2 mil unidades de calor entre abril y octubre. Los parámetros de temperaturas máximas y mínimas ayudan a determinar la acumulación de calor por temporada, crucial en la formación de azúcares en la uva.

Cavazos explica que los viticultores tienen que actualizar sus planes de trabajo dependiendo de las condiciones climáticas. En el futuro puede haber calor aún más extremo, adelantándose la época de floración y de cosecha. Las temperaturas más frías durante septiembre también son importantes para olores y sabores. “Hemos proyectado escenarios y justamente vemos que las temperaturas mínimas de septiembre podrían aumentar. Este es otro factor que se sumaría para en un futuro mover las cosechas. El hecho de que cambien las fechas de la temporada de crecimiento, cambia toda la logística de la producción y de las cadenas de comercio”. Estos posibles cambios pueden ir variando uno o dos días cada temporada y a finales de siglo, según los escenarios proyectados por Cavazos, podrían venir cambios más radicales como una reducción significativa de las áreas vitivinícolas, por lo que también se tendrán que encontrar variedades más adecuadas para las condiciones de calor más extremo, como el nebbiolo.

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Las sequias cada vez son más evidentes en el país y en el mundo. “En Baja California decimos que cuando es un año de Niño lloverá en invierno y eso es lo común en gran parte de México. Para nuestro estado el tener lluvias de invierno significa que habrá humedad en los acuíferos y será un buen año, pues aquí no tenemos ríos”. La especialista explica que de abril a octubre casi no llueve y algunos productores no regaban pues los viñedos requieren poca agua durante el crecimiento, pero ya muchos acuden a esta práctica porque las temperaturas son más altas. Los viticultores se preparan con anticipación para este tipo de eventos climáticos, pero en los últimos años el Niño y La Niña se han comportado de forma opuesta. “Pensamos que el Niño de 2015 podría favorecer el llenado de los acuíferos, pero no llovió, a diferencia de 2017. Esto cambia la planeación, como la compra de agua para riego”.

80%
DEL VINO MEXICANO
se produce en los valles de Guadalupe, San Vicente, Ojos Negros y Santo Tomás, ubicados en Ensenada.

Por otra parte, Cavazos señala que el crecimiento excesivo de la industria turística (hoteles y restaurantes) ligada al vino en Baja California ejerce una presión extra sobre los recursos hídricos de la región, donde tampoco hay una planeación de este impacto a largo plazo. Sin embargo, ambos especialistas están de acuerdo que cada vez existen más productores comprometidos con minimizar el impacto de recursos naturales y que buscan hacer equipo con los científicos para mantener el auge de una industria que produce alrededor de 40 millones de litros anualmente, según cifras de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural.

En la actualidad, se ocupan 8 mil 431 hectáreas para la producción de uva industrial y 80% de los vinos nacionales provienen de Baja California. Con este panorama, el crecimiento de la investigación científica en torno a esta industria se torna más pertinente. Rodrigo Méndez señala que finalmente los países de mayor tradición vitivinícola, como España, Francia, Chile, Argentina y EU, han invertido más en instituciones que han permitido aumentar la generación de conocimiento en esta materia. En el vecino país del norte se encuentra precisamente el líder mundial en estudios sobre viticultura: la UC Davis.