Hola. Yo sé que la dedicatoria de este texto es completamente descabellada, porque ustedes las minimillenialls no leen blogs dentro de sitios de periódicos fundados hace cien años. O de periódicos, punto. O de “sitios”, punto. O blogs, punto. Mi mensaje lo debería estar dando a través de snapchat. Pero no sé usar snapchat, ya lo borré, nunca aprendí a usarlo y ocupaba memoria en mi teléfono y no sé cómo liberarle espacio. Así que seguiré escribiendo en esta plataforma antigüita porque los treintones somos necios y optimistas.
Hoy quería hablarles de lo horrible que era el concepto de “virginidad” en la sociedad clasemediera mexicana del pasado. Pero no del pasado-pasado, ese que era en blanco y negro y en el que había un río donde hoy está el Viaducto, sino en el pasado reciente, cuando la gente se vestía así de forma no irónica:


O sea, el pasado en el que yo crecí.
Como que ya medio se aceptaba que tuvieras relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero con una serie de especificaciones absurdas. Nos dijeron que había ser EXTREMADAMENTE JUICIOSAS al escoger al güey (porque se asumía que eras buga y nada más que buga) con el que íbamos a “hacer el amor” por primera vez, porque de otro modo un CUALQUIERA nos arrebataría LO MÁS VALIOSO QUE TENÍAMOS.
No había internet ni forma de enterarnos de que el himen no era más que un pedazo de tejido flexible que ni siquiera se rompe sino que se estira, que puedes encargarte de él tranquilamente antes de atravesarle un pito y, sobre todo, que no sirve para nada. PARA NADA. Es más inútil que el apéndice, pero del apéndice nadie te dice que “lo cuides como si fuera la flor más delicada”, sino que un día se te inflama y te lo tienen que sacar de emergencia y lo tiran a la basura sin mayor ceremonia. Bueno, pero no podíamos gugulear todo esto, entonces nos hablaban del himen como si estuviera hecho de dólares, aguacate y iPhones 7 Plus de 256 GB color dorado. Y nosotras nos la creíamos.
También era importante perder “la virginidad” en un ambiente extremadamente cursi, con velas, pétalos de rosa, vino del Sumesa y música de Air Supply.
De preferencia, tenías que “hacerlo” un día en que trajeras vestido de noche y guantes, con un güey de tuxedo que, capítulos antes, te gritoneó y se puso violento contigo:
#AyBeverlyHills
Nadie nos contó que la sexualidad era algo que nosotras también podíamos disfrutar. Y si de casualidaaaaaaaad te enterabas por ahí de que había goce para todes, eso no aplicaba en la “primera vez”, que necesariamente debía ser tortuosa como trámite del IMSS.
Era tanta la mística alrededor de “la virginidad” que daba terror perderla. No sé ustedes, compañeras de la mediana edad, pero en la secundaria, varias amigas y yo estábamos convencidas de que coger era algo tan doloroso y traumático como la labor de parto. Es neta. Así de ignorantes éramos sobre nuestros cuerpos.
Al mismo tiempo estaba la presión social para cumplir con el trámite vaginal, porque era un oso total ser “virgen”, o sea, hello, esto no es Puebla en el siglo XIX. Esto hacía cortocircuito con el resto de los mensajes recibidos y cada día de nuestras vidas adolescentes era un nuevo capítulo de La Rosa de Guadalupe.
Así que, queridas minimillenialls, valoren el tiempo en el que viven, abracen su libertad, sean responsables, aprendan idiomas ahora que sus cerebros están blanditos, vayan al dentista una vez al año y no comentan locuras. Este consejo les doy, porque la tía Plaqueta soy.