Una de tantas cosas que nos enseñaron mal en la escuela fue el tema de LAS DttTttTtTttROOOOGAAAAS. Se nos educó para creer que todas las sustancias ilícitas estaban en el mismo paquete de MALDAD, DESTRUCCIÓN, MUERTE. El mejor ejemplo era el comercial de “Vive sin drogas”, una absurda campaña que TV Azteca lanzó en 1999:
https://www.youtube.com/watch?v=-G_LZX5Gky4
“Las drogas”. Pero o sea, ¿cuáles? TODAS. ¿Pero todas son malas?

TODAS MALAS TODAS. ¿Igual de malas? MALAS TODAS MALAS. ¿Hay diferencias entre unas y otras? TODAS MALAS TODAS IGUALES MALAS DI NO A LAS DROGAS.
Como no había internet para averiguar más del tema y la High Times no llegaba al Sanborns, la información “fidedigna” venía de “los grandes” que ya habían consumido “estupefacientes” (jaja). Por ejemplo: una chica de la secundaria tenía una hermana mayor muy cooOOOoOOOOOOooOoool, con pelo pintado de colores y una banda de rock. Un día hicimos una vaquita para que nos consiguiera MARIGUANAAAAA. Mis amigas y yo nos sentíamos completamente preparadas para la experiencia, porque veíamos MTV e íbamos al Chopo; peeeervafeeeeer, éramos prácticamente adultas.
Obviamente la transacción nunca se concretó y no volvimos a ver nuestra lana.
(Ahora eso me alegra, porque resulta que sí te puede hacer daño si empiezas a fumar cuando estás chiquille. Fuente: estudio.)
En primero de prepa, cuando empecé a beber alcohol barato (eran los noventa: nadie te pedía identificación para venderte una botella de Oso Negro y un garrafón de “jugo” Ami), mi mamá se preocupó por mis pésimas elecciones embriagantes y me dijo que mejor tomara vino. Seguramente se imaginaba que iba a conseguir una botella de pinot noir francés y me la iba a servir en una copa Riedel. Corte a: borrachera con un litro de Padre Kino, cama voladora a las tres de la tarde, guácara morada, cruda, dolor de cabeza, miseria.
Sabiendo que no podría disuadirme de los vicios propios de la juventud, mi mamá me recomendó que fumara mota en lugar de tomar aguas locas, porque era menos peligroso. (Y sí, tenía razón. Fuente: estudio). Yo le dije: “Mamá, agarra la onda: la mota sólo la consigue la clase dominante, los chairos que viven al sur; yo no me junto con ellos, me discriminan, VIVIMOS EN SANTA MARÍA LA RIBERA Y FALTAN VEINTE AÑOS PARA QUE ESTOS MENSOS SE ENTEREN DE QUE ESTA COLONIA ES LO MÁXIMO”. Mis amigos y yo éramos unos metaleros gorditos extremadamente ñoños, así que por un buen tiempo tuvimos que conformarnos con caguamas.
Fue hasta mediados del segundo año, regresando de la huelga, que alguien nos convidó brownies de mota. Era un enorme logro social. Estábamos muy nerviosos, pero le entramos con mucho gusto, chomp chomp, qué sabrosos, chomp chomp, no saben a mota, chomp, chocolateeee, chomp ñom. Pasó media hora... nada. Una hora... nada. Nos fuimos al norponiente de la ciudad, de plano. Dos horas... nada. Tres horas... no, pues qué se me hace que nos vieron la cara, seguramente nos dieron unos que no tenían nada, qué poca madre, mañana hay reclamaUOUOUOUOUOUOUOUOUOUOUOUOUOUOUO.

PUM.
Nos pegó fuertísimo. Nos sentimos pachoncitos, nos reímos bobamente, escuchamos “capas” de la música que nunca habiamos notado, nos pusimos paranoicos, nos dimos cuenta de lo difícil que es interactuar con el mundo no pacheco, nos dio monchis y arrasamos con un paquete de pastisetas (¿son tan buenas como las recuerdo?). Fue una gran, gran experiencia.
De ahí nos dio por fumar en ocasiones especiales. Era todo un acontecimiento y realizábamos actividades propias del pacheco, como ir al supermercado y contemplar las cajas de cereal, ver películas musicales o visitar exposiciones “lokoshonas”. Un día fuimos a la playa y nos convidaron de una mota tan fuerte que, al principio, creímos que nos habían dado OTRA DROGA DESCONOCIDA porque no sentíamos la lengua; luego nos tranquilizamos, nos dio monchis y nos zampamos la comida que una amiga había llevado para sobrevivir una semana entera. Perdón :(
Cuando fui anoréxica, el monchis era una parte muy importante del ritual, así que me preparaba para el atracón con una olla enorme de sopa de verduras, claras de huevo con mostaza (en serio sabían chingón), gelatina light de varios sabores y litros y litros de clight. Mi novio de la universidad y nuestra pandilla, compuesta por puros pachecos profesionales –de esos que fuman ocho veces al día y no alteran su rutina para y por echarse un toque (al revés: el toque es su rutina)–, no comprendían mis extraños comportamientos; tampoco mi proclividad a reirme de tonterías y poner más atención a las texturas que a sus elevadas conversaciones políticas.
Eso sí: a veces en la pacheca sentía que se me trepaba el chairo. O sea, me invadían pensamientos anticapitalistas y conspiranóicos. Y luego se me trepaba el payaso y me daba risa tener viajes tan cliché. Jijijojó.
Un día, unos conocidos me invitaron a fumar una mota cultivada en su propia maceta. La casa estaba en el Edomex: mal augurio. Me puse pachequísima y fuimos al cine a Mundo E. A media función de Capitán de mar y guerra me dio la pálida. Sentía que estaba al borde de la locura, que si no me agarraba de algo me iba a quedar pacheca de por vida y que ya nunca más le entendería a las películas de Russell Crowe. Lo peor es que no le tenía confianza a los güeyes con los que estaba y... ESTÁBAMOS EN EL CINE. No podía ponerme a hablar porque IBA EN CONTRA DE MIS PRINCIPIOS. Fue una tontería, aunque también uno de los peores momentos de mi juventud. Nunca fui pachequísima, pero a partir de aquella vez le empecé a bajar a la frecuencia de mi consumo, hasta que se volvió esporádico y luego esporadiquísimo.
Hoy lamento que la mayor parte de la mota esté MANCHAAAADA POR LA SAAAAANGRE DEL NARCOTRÁAAAFICO. ¡En serio! No estoy de acuerdo con los que dicen que “la culpa de toda esta violencia es los consumidores por comprar la DROGA” (*suena el reprise de la rola de “Vive sin drogas”*), porque están viendo y no ven que hay que legalizar y sacar un dineralalalalalal de impuestos y de empleos legales y ser una potencia mundial gracias nuestra especialidad: la mota panteonera (o bien: aprender a cultivar variedades muy sofisticadas y ya no tener que “importar” mariguana gringa, como diiiiiicen que está pasando). Están viendo y no ven lo que pasó con la prohibición del alcohol en Estados Unidos, o sea. Están viendo y no ven los números de Colorado y Washington. PERO en lo que eso ocurre, sí se siente gacho apoyar a una industria que tiene efectos colaterales nefastos. Como cuando compras una pinche falda en Zara y piensas en los niños esclavos de Bangladesh, pero peor. Tons mejor no. O hay que encontrar a un hippie con su aeroponia en la azotea y su invernadero en el clóset. O ser ese hippie*.
*Opción válida únicamente para personas a quienes no se les mueren hasta los cactus, como a mí.
En lo que eso ocurre, seguiré con mi caguama y mi botella de vino barato (ya no tan barato) esperando a que algún día alguien me role un toque. Nomás que esta vez estaría chingonsisisisisísimo que fuera legal.