En meses recientes hemos visto en todos los medios de comunicación la, al parecer, interminable marcha de los ciudadanos sirios que abandonan su país con sólo lo que traen puesto huyendo de la terrible violencia que los ha asolado en los últimos años. Caminando kilómetros, subiendo a trenes abarrotados, subidos a lanchas inflables inestables, todo por tratar de dar una mejor vida a sus familias, muchas de ellas con niños pequeños. Dispuestos a todo con tal de llegar al sueño alemán de reiniciar su vida lejos de las masacres de Isis o del ejercito oficial de Bashar al-Assad.

Sin embargo, los que se quedan, con menos exposición porque sus historias no se tratan de Europa, la tienen tanto o más difícil. Enfrentarse a un rudo policía húngaro armado con gas lacrimógeno y agua a presión es bastante mejor que enfrentar a las brutales ocurrencias de los militantes del Estado Islámico.

Huir a un campo de refugiados interno es, a veces, la única opción. Pero al llegar uno puede verse sometido a condiciones de pobreza extrema sin apenas bocado que llevarse a la boca. Hacinamiento, falta de agua, de electricidad y por supuesto ni soñar con que exista algo de educación…

Campos improvisados, manejados en muchos casos por manos privadas porque son financiados por Arabia Saudita (lo que deja fuera a las Naciones Unidas de su administración) estos campos tampoco significan la salvación.

La frontera es un sueño. Llegar a Jordania para los que tienen menos recursos para escapar del país hacia Europa, es un objetivo. Pero al llegar tampoco se encuentra un panorama halagador. El Campo de Refugiados Zaatari es ya uno de los más grandes del mundo, su saturación es tal que se han comenzado a construir nuevos bloques de tiendas que se crean para ser temporales pero que con la crisis de este conflicto se vuelven permanentes.

Niños con apenas ropa que vestir, se llevan a la boca la única comida del día. La ONU maneja este campo que ya hoy por hoy tiene incluso una calle donde los sirios intentan llevar una vida más o menos normal. Comercios, tiendas, cafés y restaurantes se han ido abriendo aquí con el paso del tiempo. Zaatari es una opción también para recomenzar, pero sin ayuda, la oleada de refugiados lo ha ido avasallando y empieza a superar los recursos.

La siguiente semana les contaré algunas de las historias magníficas y otras no tanto de Zaatari. Pero hoy, los insto de nueva cuenta a donar a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, cualquier ayuda es invaluable.

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