* Un sujeto con su móvil en Tokio, fotografiado por EFE

Un coletazo de dragón chino ha pegado en las últimas semanas en los mercados bursátiles del mundo. Shanghái arrastró primero a Asia, pero los efectos se han dejado sentir incluso en México, que inició septiembre con pérdidas.

A decir de China, el desplome se explica en parte por una serie de mensajes que circularon en redes sociales -entre ellos uno sobre un suicidio en Beijing por la caída de la Bolsa- y que resultaron ser apócrifos, lo que ameritó procesar a 197 personas.

Uno de los inculpados es Wang Xiaolu, periodista que presuntamente reconoció haber escrito "rumores y suposiciones subjetivas" que causaron pánico en los inversionistas, según informó la agencia de noticias Xinhua. "No debí haber tratado de hacer ruido con afán sensacionalista", leyó en televisión.

Otros mensajes hablaban de mil 300 muertos en Tianjin en lugar de los oficiales 158, o bien de un posible ataque terrorista en el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ambos fueron desmentidos por la República Popular, que hace dos años aprobó una ley que castiga con cárcel a quien difunda rumores falsos en internet.

Más allá de cuántas mentiras (o tal vez verdades a medias) arrojaron las redes en el gigante asiático como para tirar su Bolsa, lo cierto es que el caso vuelve a generar el debate sobre el impacto o no de Twitter y Facebook en los mercados.

Suena descabellado, pero cabe recordar que no es la primera vez que pasa. En 2013, un supuesto 'tuit' de la agencia de noticias Associated Press alertaba "dos explosiones en la Casa Blanca y Barack Obama herido", y que reproducido miles de veces provocó en minutos la caída de 200 mil millones de dólares de la Bolsa de Nueva York.

En realidad, el llamado Ejército Electrónico de Siria había hackeado la cuenta de AP y fue hasta que Washington pudo aclarar el asunto que los valores en Wall Street volvieron a la normalidad.

No obstante, lo ocurrido puso en duda "la creciente automatización en las decisiones sobre la compra y venta de acciones", como criticó entonces . "Se trata de un automatismo informático generado mediante complejos algoritmos a partir del escaneo de informaciones que se van recibiendo; esos algoritmos han comenzado a tener en cuenta información recogida en mensajes de redes sociales."

De hecho estas preocupaciones -que parecían al inicio inofensivas anécdotas- han derivado en estudios más serios como el de Johan Bollen, profesor belga de informática que publicó cómo El Ánimo de Twitter predice el Mercado de Valores ().

Porque ni las grandes compañías se han salvado, como cuando las acciones de Apple se hundieron casi 3% por un aparente retraso de proyectos, versión difundida por el blog Engadget en el ya lejano 2007. Historias por el estilo pues, sobran.

Y aunque a Bollen se le criticó por ciertos datos sesgados en su investigación, lo cierto es que las autoridades financieras deben empezar a preguntarse si un grupo de vivales podrían confabularse para divulgar 'inventos' y ganar así algún provecho económico.

¿Tendrían que avalarse en occidente leyes como las chinas? No, porque el problema no es la libertad de escribir o leer a otros en el ciberespacio, sino más bien el dejarnos llevar por el primer post que nos llega o, peor aún, el anonimato detrás de una cuenta y que los actuales desarrolladores no han podido (o no han querido) resolver.

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