El 2017 inicia con un México encabronado como nunca antes. Podemos considerar que el incremento a la gasolina fue la gota que derramó el vaso. Sin embargo, la acumulación de agravios, deslealtades, abusos e irresponsabilidades por parte de la clase política hoy es una bomba.

El incremento a la gasolina podríamos pasarlo por alto como una problemática que se vincula también con el contexto internacional, tal y como dice el secretario de hacienda José Antonio Meade, si este fuese un caso aislado. Sin embargo, es inaceptable como un elemento más de una cadena de abusos.

Racionalmente puede ser entendible que este ajuste de precios era la única alternativa. Sin embargo, se convierte en una deslealtad después de que con bombo y platillo el gobierno federal trató de justificar la Reforma Energética prometiendo la disminución del precio de la gasolina, la electricidad y el gas, como el beneficio más importante de esta reforma legislativa. Nunca se debe prometer lo que no se puede cumplir, pues si se traiciona una promesa importante, se pierde la credibilidad de forma absoluta.

PEMEX, casi desde su fundación después de la nacionalización del petróleo,  ha sido la caja chica del presidente en turno y el botín de funcionarios de alto nivel, junto con el saqueo sistemático de un sindicato corrupto.

Hoy en la era de la transparencia sabemos que la crisis de PEMEX está originada en la corrupción. Una corrupción millonaria y acumulada desde hace varios sexenios en que fue una empresa ordeñada en sus utilidades, abusada fiscalmente y sin un plan de mantenimiento y actualización tecnológica.

El resultado de esta irresponsabilidad es que una de las petroleras más grandes del mundo hoy no es capaz de proveer combustible para el consumo interno del país y necesitamos importar gasolina procesada en 34 países.

La corrupción es el eje de todos los males de este país, hoy inmerso en una grave crisis social.

Entre más se ventilan mediáticamente las pillerías de los gobernadores hoy desahuciados por el sistema, vemos un fuerte impacto en las clases vulnerables y desprotegidas de nuestra sociedad.

Al quedar en evidencia la impunidad en que se desenvuelve nuestro sistema de justicia, se estimula la percepción de que si los políticos roban, entonces se justifica que los pobres para sobrevivir roben a los ricos. Entonces surge esta nueva delincuencia micro y PYME, que roba a PEMEX ordeñando ductos, así como la que extorsiona a sus vecinos y a través del secuestro de baja rentabilidad obtiene ingresos, que prolifera en el Estado de Guerrero, ejemplificada en la banda Los Tequileros, que secuestran a gente que vive en paupérrimas condiciones y a la que arrebatan unos cuantos pesos.

Esta nueva delincuencia de baja rentabilidad no es mas que una revuelta social producto de esta época.

Hasta hace pocos años la política se guiaba por la lucha ideológica. Sin embargo, al perderse la ideología, que impulsó a gente estudiada a buscar un cambio político tratando de derrocar al gobierno por las armas, como sucedió en los años setenta con la guerrilla guerrerense encabezada por los profesores Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, egresado de la escuela rural de Ayotzinapa este último, se perdió el orden político y el pragmatismo estimuló la corrupción y con ello todos los vicios políticos y sociales que nos han llevado a esta crisis de valores.

Es una visión simplista suponer que la gente se dará por satisfecha con una derrota del PRI.

Lo que se está gestando en México es un voto “antisistema”, como el que llevó a Trump a la presidencia de Estados Unidos, contra todos los pronósticos políticos.

Si la clase política tradicionalista, como la que hoy nos gobierna, no rectifica el camino, podremos ver pronto, en 2018, un tsunami político de dimensiones desproporcionadas y sin un camino de retorno, como lo fue Trump para Estados Unidos.

Estamos viviendo tiempos en que la realidad tortuosa supera a la fantasía. Estemos preparados para cualquier sorpresa, por descabellada que parezca.

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