El momento fue más cómico que trágico: Andrés Manuel López Obrador aceptó una llamada de Carmen Aristegui después de meses de que la comunicadora buscara la entrevista. No había respuestas, sólo evasivas. AMLO iba en carretera y entre divagaciones y acusaciones a los mismos nombres que suele pronunciar, llamó “mirona profesional” a la periodista. A juzgar por la sonrisa pícara de Aristegui, es probable que lo haya tomado con humor, como alguien que sabe de qué ocurrencias es capaz un conocido (porque amigo no creo).

Es una dinámica curiosa: renombrar a los periodistas y comunicadores. Los calificativos han aparecido de muchas formas, desde los “propagandistas” hasta los “entrometidos”, aunque ahí nos estamos metiendo demasiado con Scooby Doo y menos con políticos o figuras públicas, que han dado cátedras enteras de periodismo frente a personas que llevan 20 años en las redacciones. ¿Tendenciosas o preguntas incómodas? Ahí está la cuestión que vale la pena analizar.

Si repasamos la historia reciente encontramos términos comunes. Como cuando alguien que se ve acorralado, usa la palabra “Idiota” a modo de bala para desquitar el odio o el coraje hacia el reportero. Como en marzo de 2012, cuando el entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, llamó “imbécil” a un periodista joven que le preguntó sobre un zafarrancho que hubo entre trabajadores de la empresa siderúrgica Arcelor Mittal de Florange y policías, todo frente al despacho presidencial parisino. Aunque Sarkozy se disculpó, dando una palmada en la espalda al reportero y diciéndole el equivalente a “estás chavo”, representó un registro más de comentarios desafortunados contra periodistas, ¡y en el primer mundo!

Otro caso fue el del vocero del Partido Popular español, Rafael Hernando. Surgió a principios de marzo de este año cuando murió la política Rita Barberá. Durante una entrevista radiofónica en Radio Nacional de España, Hernando declaró que ella había sido “vilmente linchada desde el punto mediático”, luego de las críticas a Barberá sobre sus políticas públicas, manejo de recursos y actitudes conservadoras hacia temas como el aborto y los matrimonios igualitarios. “Pero las hienas siguieron mordiendo”, expresó Hernando al referirse a lo que catalogó como acoso por parte de la prensa.

Sumamos a esta bochornosa lista un caso en República Dominicana. El alcalde del municipio de Santo Domingo Este, Alfredo Martínez “El Cañero”, durante una entrevista con dos afamadas periodistas, Edith Febles y Altagracia Salazar, usó el término “mami” para referirse a una de las comunicadoras. En el contexto de ese país, esta palabra es usada para referirse a alguien por quien se siente atracción sexual. “Mami, no tenemos recursos para eso”, fue lo que Martínez respondió ante una pregunta sobre manejo del erario público.

Si de apodos originales se trata, tenemos a un político argentino que cometió un error gracioso, desatado por una circunstancia común para los periodistas: una pregunta sobre manejo de dinero. Durante una conferencia de prensa, Jorge Capitanich, jefe de Gabinete, se quejó de las críticas respecto al uso de jets privados como medio de transporte para políticos (que él usó y pagó con impuestos), lanzadas por el periodista Fernando Carnota. “Hay un periodista, creo que de apellido Marmota, que en la mañana permanentemente cuestiona”. Por supuesto el político fue la burla en su país, donde la opinión pública lo ahogó en memes.

De los accidentes inocentes (no tanto), pasamos a las palabrotas. Porque siempre hay una figura pública que no es tan sutil y utiliza la lengua como se le viene en gana. Durante una entrevista (otra vez) en Venezuela, al preguntar al político Fidel Madroñero sobre un caso donde se vinculaba a los sobrinos de la primera dama con el narcotráfico, éste respondió enojado a la reportera: “es como si yo le dijera que tú eres prostituta”. La periodista pidió respeto pero el político aderezó con otra respuesta similar: “Ya va. Es como si yo dijera que tú eres una mujer de la vida alegre y no presente pruebas”. El contexto fue machista, aunque estuvo lejos de ser un pleito directo con el ejercicio del periodismo. De igual manera, el funcionario fue ridiculizado y quedó colocado en los anales de los apodos a comunicadores.

Si realizamos una búsqueda bibliográfica en los siglos pasados, seguro encontraremos más casos, y por miles. Y aunque parezcan aislados, el punto es el mismo: la agresión directa o indirecta a los periodistas por medio del lenguaje. Alguna profesora de la universidad me mencionó que a los periodistas se les paga con la misma moneda: los políticos se sienten destrozados por palabras y a los reporteros se les devuelve con sopa de su propio chocolate. ¿Debería ser así? El deber ser no siempre coincide con el ser.

Lo que es cierto es que el uso del lenguaje parece la menor de las agresiones contra el gremio (¿no?); en el mejor de los casos, cuando el político se siente amenazado, es libre de soltar un argumento que le salve el pellejo y hasta llega a generar polémica -como lo hacen los emisarios de Morena y de otros partidos-. En el peor de los casos, la agresión viene acompañada de otros premios: espionaje, acoso, amenazas, privación de la libertad de expresión, asesinato… por ahora nos quedamos sólo con el asunto de los títulos.

¿Se les ocurre alguna otra sugerencia para añadir a la lista? Como dicen, todos en el gremio estamos al servicio de la mafia del poder, y por ende, “merecemos” esa clase de títulos. Después de todo, no siempre es necesario un político para los apodos: ya por el hecho de ser periodistas recibimos el carismático alias de “pendejólogos”...

Frida Sánchez. UNAM, Facultad de Estudios Superiores Aragón. @frida_san24

Miguel Ángel Teposteco. (UNAM, FCPyS). Apóstol friki. Colaborador en Vice México, Confabulario y Viceversa Magazine (Nueva York). @Ciudadelblues

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