Por Frida Sánchez 

Cuando era niña me gustaba esta época, me parecía increíble que hubiera un tiempo en el año en el que todos se quisieran incondicionalmente, se perdonaran y se dieron un millón de abrazos. Los últimos años he comprendido que en muchas ocasiones (aunque no todas), es sólo hipocresía.

Comparemos. Las dos semanas que cubren el festejo de Navidad y el de Año Nuevo, me parece, se asemejan a un árbol seco. Uno muy grande. Un árbol seco que en la vida, somos cada uno de nosotros. Es como si cada año, con el paso de los días y lo meses, ese árbol se llenara de hojas una y otra vez, hasta que queda repleto y muy frondoso.

Cuando llega este tiempo, en el que todos se piden perdón y “perdonan”, dan regalos y abrazan hasta al cartero. Es cuando dejan caer todas las hojas. El árbol se pone seco. Y entonces, después de que en Navidad ya perdonaron a medio mundo, se deciden a aspirar por algo mejor y enumeran sus deseos y aspiraciones mientras se tragan las doce uvas. (Perdón, se las comen)

Luego abrazan a la tía que ven cada año, al hermano con quien se pelearon hace una semana, y a su padre, a quien le gritaron en la mañana porque no estaba lista la fruta para el ponche. Es como si la hipocresía recorriera cada hueso del ser humano.

Colocamos lucecitas en un árbol ajeno al de nuestro cuerpo, como para despedirnos de lo viejo con colores, con alegría. Como si nos diera gusto dejar de lado los errores del año pasado para cometer unos nuevos y más grandes. Para que el próximo año, podamos poner en el árbol, una estrella más grande, que le dé vida y decore lo que no nos gustó y queremos cambiar.

Tiramos este año, dándole la bienvenida a uno nuevo. A uno que no ha sido tocado por nuestras vidas llenas de vileza. Agarramos una agenda limpia y la llenamos de pendientes sin precisar en los detalles del futuro. Nos tomamos la libertad de hacer nuestro, lo que no sabemos si se nos será concedido.

No digo que sea una mentira. No soy parte de la comunidad que odia la Navidad, ni nada parecido. Al contrario, me parece magnífico que al menos una o dos veces en el año, las personas se reúnan en familia, sin otro motivo que pasarla bien y disfrutar. Lo que me cuesta trabajo entender, es la incoherencia de estas fechas. La incoherencia de la gente. De los sentimientos de la gente. De las acciones de la gente.

Creo que este año sólo comeré, a lo mucho, tres uvas, para asegurarme que esas tres, sean las mismas que cumpliré al final del próximo año.

#PonteYolo

Según un sondeo del Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), 90 de cada 100 mexicanos festejan la Navidad o el Año Nuevo en familia.

Un lugar de México en donde ni siquiera existe la Navidad: http://eluni.mx/1JACwpM


Frida Sánchez, Facultad de Estudios Superiores Aragón, UNAM
@fridii_crazy 

Ilustrador. Elihu Shark-o Galaviz 
@elihumuro

ponteyolo@gmail.com

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