Uso racialmente sesgado de la fuerza por parte de la policía…sí. Sesgo racial en los disparos por parte de esa misma policía…no. Eso dice un estudio efectuado en la ciudad de Nueva York por Roland Fryer, un profesor de Harvard, publicado hoy por el NYT. Es decir, los ciudadanos afroamericanos de NY corren un mucho mayor riesgo que los blancos de sufrir exceso de fuerza a manos de la policía, pero no de recibir disparos. Aún así, y a reserva de contrastar esa investigación con otras, o revisar más a fondo su metodología, hay una serie de factores contextuales que no pueden ser omitidos. El entorno que rodea tanto al uso excesivo de la fuerza que la semana pasada resultó en la muerte de los afroamericanos Alton Sterling en Lousiana, y Philando Castile en Minnesota, como en la muerte de cinco policías blancos a manos de Micah Johnson, un veterano del ejército, no es solo un entorno de violencia, sino un entorno de falta de paz, lo que no es igual. Cuando hablamos de falta de paz es necesario incluir temas como la desigualdad creciente, oportunidades racialmente diferenciadas, una sociedad que no solo sigue permitiendo el libre acceso a las armas, sino su libre exhibición durante protestas como la de Dallas, y, sobre todo, el impacto que toda esta serie de factores tiene en las percepciones al respecto de esas condiciones. Lo anterior importa porque todo aquello que integra a las sociedades es constructor de paz, mientras que aquello que las desintegra, es disruptor de paz. Ni el debate acerca del acceso a las armas, ni tiroteos como el de la escuela de Sandy Hook en Newtown hace unos años, o antes, en Columbine, ni el uso racialmente sesgado de la fuerza por parte de las policías o la radicalización de un individuo que termina matando a cinco de ellos en Dallas, pueden ser revisados fuera de este contexto.

Uso de la fuerza de la policía en afroamericanos, sesgado y excesivo

Esta última investigación, efectuada por Roland Fryer de Harvard, y que se refiere concretamente a la ciudad de Nueva York, demuestra que los ciudadanos afroamericanos corren un mayor riesgo que los blancos de padecer el uso de la fuerza por parte de la policía.  Cuando se trata de temas como el uso de las manos, la utilización de esposas, el empuñar un arma, el poner al sospechoso contra la pared o hacer que se tire al piso, la raza termina siendo un factor que predice la probabilidad de que esa fuerza sea aplicada con mayor exceso o rigor. El estudio, sin embargo, no encuentra evidencia que indique que la policía neoyorkina dispare más frecuentemente a ciudadanos afroamericanos que a blancos.

Esta investigación, por supuesto, debe ser contrastada con otras efectuadas en otras partes. Pero al margen de ello, y más allá de seguir revisando datos duros al respecto, es indispensable comprender el entorno dentro del que se manifiesta tanto la diferenciación en ese uso de la fuerza por parte de policías de distintos estados de EU, como la radicalización de un individuo que termina por matar a cinco policías inocentes en Dallas o bien, la potencial radicalización de individuos como él en otras partes del país. El contexto es relevante porque al final, las percepciones que se tienen sobre estos temas son el resultado de la combinación de dicho contexto con hechos muy concretos como los ocurridos la semana pasada. No se entiende lo uno sin lo otro.

Paz y falta de paz

(Recupero estos párrafos de un texto previo y añado nuevos elementos):

De acuerdo con el Índice Global de Paz, instrumento que mide una combinación de componentes relacionados con este concepto, los Estados Unidos son la nación número 103 de un total de 163 naciones medidas en materia de paz. EU se ubica mucho más abajo que los países europeos, abajo de otros países miembros de la OTAN como Canadá y abajo otras grandes economías como Japón. Países como Haití, Sierra Leona o Burkina Fasso, tres de las naciones más pobres del mundo, están mejor ubicados en ese índice que EU. Esto no se debe exclusivamente al comportamiento de Washington en lo internacional, o al número de armas que año con año fabrica, exporta o adquiere, sino a las circunstancias que atraviesa una gran cantidad de su población debido al nivel de violencia que prevalece en muchas de sus ciudades como son Nueva Orleans, Detroit, St. Louis, o Baltimore. Esta falta de paz que caracteriza a aquél que, al menos en nuestro imaginario, sería el país más avanzado del mundo, se debe también a incidentes como aquellos en los que un joven puede de pronto entrar en un cine o en una escuela y asesinar a seres humanos cuyo único pecado era encontrarse en ese sitio trabajando, estudiando, enseñando, o divirtiéndose con sus familias.

Entender la paz como un concepto integral, supone valorarla no solo a partir de la ausencia de violencia sino ubicar los elementos que la componen, los que la constituyen y la edifican -como lo son el nivel de la armonía, respeto, cohesión, colaboración e integración social, económica y política de una colectividad- y detectar en dónde se encuentran los eslabones que están rompiendo la cadena social.

Es decir, si se piensa, por ejemplo, que el tema de las armas es un problema meramente jurídico, entonces bastaría con aplicar algunas medidas en ese sentido para erradicar la posibilidad de que ocurran masacres como las de Newtown. Es más, hoy existe una opinión pública favorable al respecto. Algunas encuestas recientes muestran que alrededor de 55% de estadounidenses considera que el control de armas es actualmente insuficiente en el país. Por otra parte, si esta fuera una cuestión exclusivamente de locura mental, o de un elevado grado de exposición a ciertos videojuegos o películas, entonces sería suficiente con dirigir determinadas políticas hacia esa problemática y asunto resuelto.

Desafortunadamente, sin embargo, la cuestión es bastante más compleja que eso. El problema no es una película o un videojuego, sino la sociedad que los produce y los consume. Por consiguiente, las leyes o la situación de la salud mental en ese país, son sin duda importantes y forman parte de todo el sistema, pero hay más elementos que deben ser dirigidos, investigados y atendidos en el mediano y el largo plazo.

Coloco acá un ejemplo relevante no solo a este tema, sino a los casos que vimos la semana pasada:

Desigualdad y violencia: la brecha racial

Una y otra vez, la investigación ha encontrado una muy elevada correlación entre desigualdad y violencia (enfatizo: no pobreza, sino desigualdad). Es decir, estudios efectuados en decenas de países, demuestran que mientras más ancha es la distancia social y económica entre sectores más y menos favorecidos de la sociedad, y mientras más elevada es la concentración del ingreso, mayores probabilidades hay de que la violencia directa se manifieste en esa sociedad.

Ahora bien, un estudio del Economic Policy Institute publicado el año pasado, muestra que desde 1970, en Estados Unidos la desigualdad se ha intensificado prácticamente año con año (no es el único estudio que lo indica, pero sí es relevante el conocer desde cuándo esto viene sucediendo).

Esta desigualdad, sin embargo, no es racialmente pareja. Cuando se incorpora el factor racial al análisis, la brecha se profundiza. El Pew Research Center (PRC) indica que, empleando una muy diversa gama de instrumentos de medición, la distancia entre afroamericanos y blancos en materia de bienestar es muy alta, tema que no solo no ha mejorado con los años, sino que tiende a incrementarse.

Los afroamericanos, por ejemplo, se encuentran detrás de los blancos en cuanto a propiedad de viviendas, riqueza por hogar e ingreso promedio, entre otros muchos indicadores. Estas diferencias, sigue el PRC, persisten incluso si se incorpora el factor educativo. En otras palabras, incluso cuando los ciudadanos afroamericanos tienen un mayor nivel de educación, la brecha permanece.

Impacto en las percepciones y en el sentimiento de falta de integración

Todos esos factores inciden en las percepciones de las personas. El propio Pew Research Center señala que, por muy amplios márgenes, “los adultos afroamericanos tienden, mucho más que los blancos, a decir que los afroamericanos son tratados menos justamente que los blancos en diversas áreas de la Vida Americana. Por ejemplo, 64% de adultos afroamericanos dicen que los afroamericanos reciben un trato menos justo en sus áreas de trabajo comparado con 22% de blancos que dicen los mismo…Los afroamericanos también tienden, mucho más que los blancos, a decir que son tratados menos justamente por la policía, en las cortes, al pedir un préstamo o una hipoteca, en restaurantes y cuando votan en elecciones”.

Lo que termina sucediendo con todo lo anterior, es que sectores importantísimos de la sociedad estadounidense, muchos de los cuales se ubican entre afroamericanos –pero no solamente; en estudios similares que incluyen grupos poblacionales como los latinos, los resultados no son demasiado distintos- se autoperciben desintegrados. Y cuando semejante cantidad de ciudadanos se sienten marginados, entonces la falta de paz se hace presente. Esa falta de paz puede (o puede no) resultar en radicalización y violencia directa como la que vimos la semana pasada.

Al final lo que hay es un contexto que funciona, no como justificación, sino como telón de fondo que se ubica, a veces invisible, tanto detrás de la fuerza sesgada y excesiva por parte de policías en contra de ciudadanos afroamericanos, como detrás del impacto que esta fuerza genera en sectores de la población, así como de la contraparte, la radicalización de individuos como Micah Johnson y sus reacciones.

Conclusión: hay que atender muchos problemas a la vez. El uso sesgado de la fuerza por parte de las policías es uno. La potencial réplica en la radicalización de algunos individuos es otro. El fácil acceso a las armas es uno más. Pero, sobre todo, la sociedad estadounidense necesita estudiar, comprender y trabajar mucho más a fondo las tendencias que año con año siguen produciendo desintegración y marginación, económica, social, política y cultural, en el seno de sus comunidades.

Twitter: @maurimm

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