El Papa Francisco convocó a un Año Santo especial que dio inicio ya el pasado 8 de diciembre para la Iglesia universal y cinco días después para cada Iglesia local. Lo ha propuesto bajo el tema de la misericordia, particularmente querido para él. Varias notas de los años jubilares se han de repetir en este, en especial la invitación a hacer una vivencia intensa de la fe y a disponerse a recibir frutos peculiares de gracia.

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (, n.1). De esta manera inicia el Santo Padre su bula de convocatoria. Su pontificado en varios momentos se ha caracterizado por esta orientación hacia lo esencial de la fe. Pero también ha insistido en recordar la dimensión vital de la misma a través de la conducta de los creyentes, derivada de su contemplación de Dios. Por eso establece este tiempo como uno de esos “momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre” (MV, n. 3).

Como una especie de compendio teológico inicial, Francisco sentencia: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV, n.2).

Hay en su planteamiento una fuerte provocación a despertar la experiencia de la misericordia. No se trata, en efecto, de una urgencia teórica, sino de una orientación existencial: suscitar la vivencia para proyectar una nueva manera de proceder. Para ello, combina lo más delicadamente espiritual con lo más operativo y concreto. De la contemplación a la acción, para volver a una contemplación más plena, cuyo fruto no puede ser sino alegría y paz.

El gesto inicial de este Año ha sido el de la apertura de la puerta santa, tanto en el Vaticano como en todo el mundo. Como él mismo lo ha especificado, en esta ocasión es “una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (MV, n. 3). A través de este ejercicio espiritual, se suscita una actitud interior que favorece simultáneamente la apertura a Dios y a los hermanos, misma que habrá de verificarse en la oración y en las obras de misericordia.

Existe un texto en la Sagrada Escritura con el que san Pablo, saludando a la comunidad de los Corintios, refleja con nitidez el espíritu de la misericordia cristiana. Es la obertura ideal para seguir esta temática a lo largo del año:

“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!” (2Co 1,3-4).

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