¿Alguna vez han visto cómo una mancha de aceite de coche derramado en el piso de pronto se convierte en un arcoíris con las primeras gotas de lluvia? Imaginen ahora esa misma mancha multiplicada por millones y millones de veces. Así se veía, a contra luz, el derrame del Deepwater Horizon en el Golfo de México hace ya nueve años.

Era la noche del 20 de abril de 2010 cuando la plataforma petrolera Deepwater Horizon de la empresa BP hizo explosión, 11 trabajadores murieron y millones de barriles de petróleo se derramaron sin control. Durante dos días seguidos la plataforma continuó ardiendo hasta que fue posible controlar el incendio.

Para controlar el derrame de más de 207 millones de galones de petróleo, se utilizaron 7 millones de litros de dispersantes químicos utilizados para disolver el petróleo para dar la apariencia de control del derrame, pero que causaron aún más daños ecológicos.

Lo ocurrido con el Deepwater Horizon se considera el mayor derrame de petróleo en la historia, sin embargo, lamentablemente no ha sido el único ni sería entonces el último. Las aguas contaminadas llegaron a las costas de al menos cinco estados de la Unión Americana.

Finalmente, el 15 de julio de 2010, tres meses después, se logró cerrar el pozo. Pero el daño estaba hecho. Más de 1600 kilómetros de costas habían sido cubiertos con crudo transportado por las corrientes. Miles de aves, peces, crustáceos y especies marinas de todo tipo muertas y un sinfín de preguntas sin respuesta.

El impacto para la economía local, para los pobladores, para el turismo, fue muy grande. Sin embargo, el impacto en la salud humana, los efectos de largo plazo del derrame en la salud oceánica, aún son temas que no encuentran adecuada respuesta. La cadena alimenticia se afectó desde su base: el fitoplancton. Hoy por hoy, no se tiene una respuesta a qué tantos de esos químicos llegan a la boca de los consumidores que degustan un pez extraído de las aguas del Golfo.

Rubén Arvizu, director para América Latina de la organización Ocean Futures, señala incluso que cuando tuvo la oportunidad de estar ahí, luego del derrame, encontraron no únicamente peces muertos, sino también peces con mutaciones: sin ojos, con tumoraciones, cangrejos sin pinzas.

“Existe la posibilidad de que el aumento de sargazo en los mares y playas en México pudiera estar relacionado con este derrame”, señala Arvizu. “La enorme cantidad de carburante que todavía existe ahí genera condiciones ideales para este fenómeno, además –añade– hay que recordar que durante más de 40 años ha habido un derrame submarino cerca de la costa de Nueva Orleans que todavía sigue arrojando petróleo, o sea el golfo de México se ha convertido en un caldo perfecto para que el problema del sargazo tenga el resultado que estamos viendo”, concluye.

Contrario a lo que se ha dicho oficialmente, el Golfo no ha vuelto a tener la vida que tenía antes. Las playas siguen infestadas de alquitrán, la fauna disminuyó considerablemente, la producción de ostras y camarones se redujo y aún se sigue retirando crudo de las playas, pues éste sigue llegando.

Lamentablemente, lo mas decepcionante es que los derrames (de petróleo, de químicos, etcétera) vuelven a suceder sin que, al parecer, haya consecuencias para quienes atentan contra el medio ambiente. Seguimos sin comprender que si destruimos nuestros océanos, estaremos condenando a la extinción a nuestra propia especie.

Twitter: @solange_ 

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