“Me violaron tres hombres y cuando terminaron, cerraron la puerta y me dejaron ahí”. Así inician los desgarradores testimonios del documental “La Guerra Contra las Mujeres” del reportero de guerra Hernán Zin.

Cuando una mujer es violada en circunstancias normales es terrible, pero hay leyes que persiguen el delito. Cuando cientos, miles o incluso cientos de miles de mujeres son forzadas a mantener relaciones sexuales durante el transcurso de un conflicto violento, la situación cambia, se convierte en un arma de guerra, la más barata, pero también es una de las más crueles, sádicas y violentas que hay y aún hace falta mucho para hacer conciencia internacional sobre los graves daños que trae a una sociedad en proceso de pacificación.

“Fuimos asesinadas, arrastradas a hoyos, a fosas comunes, torturadas física y psicológicamente… Nos rociaban alcohol, nos metían en el sótano y se meaban encima de nosotras” son los dolorosos recuerdos de muchas mujeres que pasaron por un calvario.

Contagiadas de VIH/SIDA, mutiladas, golpeadas y con secuelas que les durarán para toda la vida, no sólo físicas sino en el alma. Algunas de ellas como Florence en Uganda fueron secuestradas a la corta edad de 9 años para servir como esclava sexual de distintos soldados del LRA.

Con entrevistas que van desde Bosnia hasta Uganda Hernán Zin pone sobre la mesa de discusión una guerra invisible que se desata casi en cualquier rincón del mundo en contra de las mujeres simplemente por serlo. Durante 3 años, Hernán y su equipo recorrieron 10 países para recabar las historias de mujeres como Leila, Florence, Jane, Emerance, Rahima que se han atrevido a dar la cara y denunciar.

Si bien es cierto que el derecho internacional la violación y la violencia de género utilizados en conflictos son consideradas como crímenes contra la humanidad también es cierto que hay un enorme abismo entre lo que ocurre en las lujosas salas de prensa de los gobiernos y de los organismos internacionales y lo que pasa en el terreno en países como la República Democrática del Congo que tiene en su haber la triste historia de cientos de miles de mujeres violadas en una guerra.

Eso, sólo en la República Democrática del Congo. En Siria y en Sudán las cosas no van mejor, cientos de mujeres han sido asaltadas sexualmente cada día. Más de 40,000 fueron violadas en el conflicto en Bosnia, 64,000 en Sierra Leona y una increíble cifra de más de 500,000 durante el Genocidio en Ruanda.

Tristemente el horror no termina con la violación. Luego viene algo que a veces es aún peor: el repudio de los esposos que rechazan, golpean, abandonan o incluso matan a sus mujeres por “hacerles pasar por la vergüenza” de haber sido abusadas. Ni hablar de los procesos legales si es que los hay, de las enfermedades de transmisión sexual que les contagian cuando no las infectan de VIH/SIDA, de los embarazos no deseados, de la soledad, la humillación y muchas veces, el abandono de su propio país.

Es tiempo de que la promesa de acabar con estos terribles crímenes de guerra se termine. De acabar con la impunidad en la que se escudan quienes, en el contexto de una guerra convierten a la violencia sexual en la más perversa arma para denigrar, humillar y lastimar a sus enemigos lastimando a mujeres y niñas inocentes.

Es tiempo de que, como sociedad, exijamos que la violación usada como arma masiva llegue a un final. De exigir que se acabe la condena en el discurso y comiencen los “comos” para proceder a la acción para detenerla en la realidad.

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