Finalmente, se alcanzó al famoso acuerdo en principio tan cacareado desde abril pasado, pero sólo entre Estados Unidos (EU) y México. El presidente Donald Trump, con su peculiar estilo, no dejaba de alardear que le cambiaría el nombre al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y que ahora sólo sería el Acuerdo de Comercio México-Estados Unidos y con ello se proclamaba como el ganador de esta negociación.

El gobierno mexicano saliente y entrante compartía la idea de que lo peor que podía pasar era que no hubiese acuerdo, porque ello generaría fuertes perturbaciones en los mercados financieros, en un momento muy delicado como solían ser los cambios de administración. Adicionalmente, urgía concluir con la incertidumbre que había frenado algunos proyectos de inversión y contribuido a un bajo crecimiento económico en los dos últimos años.

La contraparte estadounidense captó perfectamente ese flanco débil y por ello sabía que México estaba dispuesto a flexibilizar sus posturas para que hubiese TLCAN, como lo comentamos el 2 de agosto, cumpliéndose el escenario allí planteado.

Si bien un acuerdo comercial tiene muchos aspectos relevantes, la atención se focalizó en las reglas de origen de la industria automotriz por obvias razones, ya que representan 31% de las exportaciones totales del país. Adicionalmente, muchas inversiones se han venido realizando en los últimos ocho años en la misma, al ser México una plataforma de exportación especialmente orientada al mercado norteamericano.

El acuerdo al que llegaron EU y México establece que para obtener tratamiento libre de aranceles, los autos vendidos en Norteamérica deben tener 75% de su contenido hecho aquí, en comparación con 62.5%, y al menos 40% del contenido debe hacerse con trabajadores que ganan 16 dólares por hora. Recordemos que México hizo una propuesta intermedia en abril pasado y que EU originalmente había planteado 85% de componente regional y 50% en su país.

Según reportó EL UNIVERSAL ayer, 30% de las exportaciones de automóviles incumplirán las nuevas reglas. Las autoridades y grupos empresariales mexicanos han tratado de tranquilizar señalando que, en esos casos, las empresas que no las cumplan pagarán un impuesto de 2.5%, bajo el principio de nación más favorecida.

Sin embargo, sigue persistiendo el temor de que a las armadoras y fabricantes de autopartes europeos y asiáticos la administración Trump les imponga un arancel de 25% utilizando la ley de seguridad nacional, investigación que inició el 23 de mayo pasado y que está en curso.

El tipo de cambio recibió muy favorablemente la noticia del acuerdo comercial. El interbancario (48 horas) que el viernes previo cerró en 18.9345, el lunes se apreciaba a 18.7465; pero el martes se depreció a 18.9850 y cerrando en ese mismo nivel el miércoles. Al parecer, los detalles que comenzaron a salir y la imposibilidad de poder cumplir con las nuevas reglas de origen enfriaron el entusiasmo; además de que no se conocía cual sería la postura de Canadá, presionada por el acuerdo en principio de los dos socios.

Los analistas oficiales (entrantes y salientes) festejaban el gran logro de nuestros negociadores. Algunos se perdían en historias inventadas de las diferencias entre el canciller Luis Videgaray y el secretario de Economía Idelfonso Guajardo, especulando a que jugaron el rol del policía buen y el malo, cuando desde hace mucho se había abandonado la postura de no firmar si se llegaba a un mal acuerdo, sabiendo las consecuencias de ello.

Si bien es cierto que se eliminó la cláusula sunset, terminación automática a los cinco años que no generaba certeza a las inversiones de largo plazo, por una revisión a los seis años alargando el plazo de conclusión a los 16 años, entre algunos expertos se quedó la sensación de que una revisión a los seis podría ser una eufemística posibilidad de terminación.

Adicionalmente, la exhibición de detalles del acuerdo bilateral no reportados, como la imposición de aranceles de 25% a automóviles ligeros, SUVs y autopartes cuando se rebase cierto volumen (2.4 millones de vehículos) o un monto de 90 mil dólares, confirmó la preocupación de que se quieren imponer prácticas proteccionistas, en especial a competidores europeos y asiáticos.

Aunque Justin Trudeau, primer ministro canadiense, aseguró ayer que es posible llegar a un acuerdo comercial con EU antes del viernes, dejo entrever que su país prefiere no firmar a llegar a un mal acuerdo, a diferencia de su contraparte mexicana que escogió un mal acuerdo a un buen pleito. Lo más probable es que las autoridades canadienses terminarán por alinearse con Washington y que se salga finalmente con la suya. Sin embargo, no podemos descartar que Canadá decida no aceptar el plazo señalado por Trump y le niegue una victoria, que lo debilitaría de cara a las próximas elecciones.

Catedrático de la EST-IPN.
Email: pabloail@yahoo.com.mx

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