El Líbano, una pequeña nación en la costa oriental del Mediterráneo, y en una región altamente problemática, es un país que en los últimos cinco meses no ha tenido gobierno. Después de las elecciones parlamentarias de mayo pasado, el gobierno encabezado por Saad Hariri presentó su renuncia al presidente de la república, el general Michel Aoun.

Después de las consultas constitucionales con los nuevos legisladores, Hariri fue nombrado primer ministro con la tarea de formar un nuevo gobierno, que se supone tiene un carácter de unidad nacional y representa a los principales grupos políticos y sectarios del país. Cinco meses después, el estancamiento se mantiene, debido a problemas no resueltos sobre la representación de las partes y la asignación de ministerios entre ellos. En un país donde 18 comunidades religiosas y étnicas comparten poderes políticos y se rigen por consenso, los fenómenos de vacancia en los poderes se están volviendo más comunes últimamente. El país estuvo sin presidente durante más de dos años y medio antes de la elección del presidente Michel Aoun.

Con su alto índice de alfabetización y su cultura mercantil tradicional, el Líbano ha sido tradicionalmente un importante centro comercial para Medio Oriente, pero también ha estado en el centro del conflicto de la región, a pesar de su pequeño tamaño y ubicación, lindando con Siria e Israel y con una singularmente característica comunal. El país ha sido el refugio de las minorías de la región durante siglos. El conflicto en Siria desde 2011 tuvo un impacto devastador en las condiciones políticas, económicas y sociales de Líbano. A pesar de la pronunciada política gubernamental de distanciarse de la lucha siria, los libaneses se dividieron políticamente en su evaluación de la situación en el país vecino, y Hezbolá participó activamente en el enfrentamiento militar con las fuerzas de oposición sirias. Social y económicamente, Líbano se convirtió en el destino de miles de familias sirias que huían de la violencia en su país. Un millón y medio de ellos encontraron refugio dentro de las fronteras libanesas. Con su infraestructura inadecuada, economía frágil y complejidad social, Líbano enfrenta una presión tremenda que requiere un gobierno fuerte para enfrentar circunstancias extraordinarias.

Desafortunadamente para la población libanesa, el comportamiento de sus representantes está en contradicción con la urgencia de sus condiciones alarmantes. Están en continua disputa sobre su participación en el nuevo gabinete, ignorando la presión interna y externa de los países donantes para poner fin a la crisis. La situación económica es sombría y la carga de deuda pública colosal continúa aumentando hasta alcanzar los 83 mil millones de dólares, que representan 155% del producto nacional bruto. Los informes muestran un empeoramiento continuo en las condiciones comerciales del sector privado. El continuo estancamiento político es un importante riesgo para la economía, que ya se espera que crezca lentamente este año y el próximo. Los expertos proyectan un crecimiento de 1.8% en 2018 y de 2.9% en 2019, luego de alcanzar un nivel récord entre 2007 y 2010, con un promedio de 8% antes del inicio del conflicto sirio.

Además de los factores locales en la nueva crisis del gobierno, los políticos libaneses, con sus afiliaciones regionales, no temen involucrar a sus aliados externos en lo que se supone es un asunto soberano. Las esperadas sanciones estadounidenses contra Irán se convierten en un factor de la política interna libanesa, y así las repercusiones del caso [del periodista] Khashoggi en Arabia Saudita... De acuerdo con Al-Monitor, el gobierno de Donald Trump advirtió a Líbano que dar a Hezbolá el Ministerio de Salud en el próximo gabinete cruzaría la línea roja. Piensan que Irán está tratando de expandir su poder en Líbano en represalia a las nuevas sanciones impuestas por Estados Unidos y que Hezbolá utilizará al Ministerio de Salud para eludir las restricciones de EU en sus actividades de financiamiento. El mensaje sutil es que EU ya no puede hacer una distinción entre el gobierno de Líbano y Hezbolá como lo ha hecho en la última década.

Las principales potencias influyentes en el oeste y en el mundo árabe están ejerciendo presión sobre los líderes libaneses para que formen un gobierno de unidad nacional. Una mayor demora puede poner en peligro la implementación de reformas muy necesarias para mejorar las finanzas del gobierno, reactivar la economía y desbloquear préstamos por 11 mil millones de dólares prometidos en la conferencia internacional The Cedars celebrada en París, en abril pasado.

La actual crisis libanesa refleja el grado de corrupción de la clase política libanesa después del final de la larga guerra civil. Las principales figuras políticas eran señores de la guerra que se convirtieron en estadistas, pero no pudieron estar a la altura de su nivel de responsabilidad. La deuda pública astronómica y el empeoramiento de las finanzas del Estado son ejemplos flagrantes de mala administración y falta de compromiso con los intereses nacionales de quienes se supone que son los guardianes del bienestar de su pueblo. Líbano no es un caso aislado.

El autor fue embajador de Líbano en México entre 1999 y 2011
nouhad47@yahoo.com

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