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Desde hace tres años, Carmita es la mamá de sus nueve hermanos. Después del fallecimiento de su madre, la joven, entonces de 20 años, se hizo cargo de los niños que, dice, “son mi sangre, y aunque me han dicho que regale a los más chiquitos, no lo voy a hacer, quiero tener a mi familia”.

Para que ellos tuvieran qué comer, Carmita se empleaba desde pequeña como trabajadora doméstica, porque a su madre no le alcanzaba para que se alimentaran todos los días, era poco lo que la señora ganaba lavando ropa, por lo que la joven tuvo que dejar la primaria.

A sus 23 años, a veces sueña que es libre, que va a cumplir su mayor anhelo: estudiar. Pero sólo se queda en eso, en un sueño. De los peores momentos no olvida cuando tuvo que pensar en cómo decirle a sus hermanos que la mujer muerta en el agua era su madre.

Carmita, como le dicen de cariño a Carmen Díaz Pérez, cuenta que cuando le avisaron que Alberta Pérez Encino había muerto, no sabía cómo dar esa noticia a sus hermanos. Primero se lo dijo a los mayores: a Luis, un año menor que ella, y a Magdalena, dos años más chica. Ambos se casaron poco tiempo después. Luego le dijo a Domingo, quien hoy tiene 15 años; después a Faustino, de 13 años; a Graciela, de 12; Mateo, de 10, y a Tilo, de ocho.

Rosalinda y Candelaria, de cuatro y cinco años, aún no saben qué pasó con su madre. Para ellas, Carmita es su mamá y es por ellas que la hermana mayor decidió no irse a trabajar. No quiso dejarlas solas.

Dice que tampoco tendrá hijos, que con sus hermanos ya los tuvo. “No te vayas, me decían mis hermanos mayores”, recuerda cuando quería ir a trabajar, pero los dos más chicos que ella le decían que haría falta para cuidar sobre todo a las dos pequeñitas, pues Candelaria se enfermaba a menudo.

Su casa está hecha de láminas, sin piso, apenas hay dos camas que recientemente compraron; antes dormían en tablas que colocaban para no sentir el frío de la tierra.

Desde el año pasado han podido mejorar su situación con el apoyo bimestral de 7 mil 350 pesos que se les da en conjunto a sus hermanos, a través del programa Seguro de Vida para Jefas de Familia, de la Secretaría de Desarrollo Social.

Dinámica complicada. Para Carmita la vida no ha sido nada sencilla. “Como todo joven quisiera salir a pasear y ser libre. Ésta es una responsabilidad que no esperaba. Para mí es difícil hacerla de mamá. También lo es decirles como ellas a sus hijos: ‘Haz tu tarea’. Dedicarme a hacer las comidas y a veces no te obedecen y son tremendos. Entonces tengo que estarlos cuidando porque se pueden lastimar, no hacen caso, para mí eso es difícil”.

Domingo y Faustino son quienes más le ayudan, y al igual que los demás no quieren hablar de su papá: hoy su padre y madre es Carmen.

Por eso, Domingo procura ir bien en la escuela, para que no les retiren el apoyo de Sedesol. No quiere estar en la misma situación de hace tres años, cuando murió su mamá. “Pensaba que ya no íbamos a comer porque no estaban mis papás, ni nadie que nos fuera a mantener”.

Faustino también ayuda con el quehacer de la casa, a la que para llegar hay que subir más de 100 escalones, y en la que ahora tienen estufa, pero antes cocinaban con leña que cortaban en Tapijulapa, considerado pueblo mágico, pero que para estos niños no lo había sido.

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