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Claudia Margarita tiene un hijo de 19 años con síndrome de Moebius; se llama Claudio Armando y tiene cáncer en la nariz y en la piel.

Ella y su esposo, Russbel Farrera, estaban determinados a acercarse lo más posible al escenario del Estadio Victor Manuel Reyna, durante el encuentro con las familias, y para su sorpresa el papa Francisco decidió bendecirlo.

Alzaron la silla de ruedas en medio de la misa; fue entonces cuando el Pontífice rompió el protocolo: se acercó a Claudio y lo bendijo, lo besó. Permaneció con él por unos tres minutos, después la silla de ruedas fue bajando a su lugar.

Claudia, su madre, emocionada ante el gesto del líder católico, dice que “es un hombre sencillo, una persona humilde por haberse acercado a mi hijo. Pensé que se trataba de un hombre inalcanzable y no lo es. En abril mi hijo cumple 19 años. Hace dos meses le detectaron cáncer de nariz”. Todo esto lo dice mientras su esposo abanica con un sombrero a Claudio, pues el calor aquí es de más de 30 grados.

Es una de las familias, de entre 100 mil espectadores. Algunas ofrecieron testimonio, como la de los Morales Montoya, padres de Alejandro, un niño de 14 años de edad que tiene discapacidad. Cuando Alejandro terminó de leer su discurso, Su Santidad pidió a los ahí presentes que no olviden: “Los padres de Alejandro se arrodillaron ante él para detenerle el papel mientras él leía, no olvidemos esa bella imagen de los padres arrodillados ante su hijo, yo los felicito por los padres que son”.

También felicitó al matrimonio de Aniceto y Grisel, que cumplen 50 años de matrimonio. Un papa alegre, bromista, habla sobre el amor, la fidelidad, la paciencia para aguantarse, como lo ha vivido por décadas la pareja, a quienes reconoció como ejemplo de lo que debe ser la institución del matrimonio entre un hombre y una mujer.

En su mensaje dijo que en las familias se vale pelearse e inclusive arrojarse los platos, pero nunca irse a dormir estando en guerra, “porque después, al día siguiente, esa guerra se convierte en guerra fría y pesada”, y usó así un lenguaje sin rebuscamientos, directo, el mismo con el que pidió a los presentes “echarle ganas” para enfrentar los grandes y pequeños problemas.

Renovó en este encuentro con las familias las promesas matrimoniales y pidió a los esposos tomarse de las manos. Recomendó no tenerle miedo al amor y construir una vida que tenga sabor a hogar, a familia.

Francisco, con el rostro quemado por el sol intenso de esta tierra chiapaneca, arrancó ovaciones y condujo a la reflexión.

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