Cuando protegemos a los niños de la violencia no sólo prevenimos consecuencias individuales a largo plazo que muchas veces son irreversibles, sino que reducimos el costo económico y social que genera la violencia en nuestras sociedades.

Cuando los niños y niñas son expuestos a la violencia experimentan una serie de síntomas a corto y largo plazo que afectan su vida en diferentes dimensiones. La violencia, dependiendo de su frecuencia e intensidad, así como de la edad del niño, puede generar lesiones físicas y cerebrales, ansiedad, depresión y trastornos de la personalidad.

Al mismo tiempo, los niños que han vivido violencia pueden mostrar dificultades de aprendizaje y relacionales. La evidencia nos indica que el cerebro de un niño pequeño que en sus primeros años de vida está expuesto a violencia o negligencia grave se desarrolla de forma insuficiente, comparado al de un niño sano que vive en un entorno armonioso.

A nivel global cerca de mil millones de niñas, niños y adolescentes de entre dos y 17 años de edad dicen haber experimentado violencia física, sexual o sicológica en el último año.

En México 36 de cada mil niñas, niños y adolescentes de 10 a 17 años reportan haber sufrido daños a su salud, debido a algún tipo de violencia o agresión, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de 2012. De acuerdo con la misma encuesta, la violencia ocurre en los entornos más cercanos: el hogar, la escuela, la comunidad.

Un estudio global de UNICEF que compara datos de violencia contra niños y niñas, ubica a México en el quinto lugar en homicidios de niñas, niños y adolescentes de cero a 19 años.

No podemos entonces negar que la violencia es una realidad de todos los días para los niños y niñas. Lamentablemente, estamos viviendo una etapa de normalización de la violencia; es decir, estamos acostumbrados a utilizarla como forma de disciplina, a verla como algo permisible, como parte de la cotidianeidad.

Esta aceptación es uno de los obstáculos mayores que impide resolver la problemática, junto con los altos niveles de impunidad ante los crímenes violentos. Además, al ver que la violencia se vuelve en una forma de relacionarse con los demás, los niños aprenden a replicar violencia.

Se trata de una realidad estremecedora ante la cual no podemos quedarnos sin actuar. La violencia contra las niñas, niños y adolescentes es evitable si desafiamos el status quo que daña sus futuros y en muchos casos les arranca la vida.

La familia es un actor fundamental de apoyo para los niños que viven en contextos de violencia, pero a la vez las familias requieren contar con las herramientas necesarias para saber cómo afrontar las afectaciones que ocasiona la violencia y, por lo tanto, requieren del apoyo de las instancias del Estado relevantes y de la sociedad civil.

Para colocar en la agenda pública y establecer como una responsabilidad colectiva el fin a la violencia contra niños, niñas y adolescentes en el mundo, recientemente fue anunciada en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, la Alianza Global Para Poner Fin A La Violencia contra la Niñez y México forma parte del comité coordinador de esta alianza, junto con Indonesia, Tanzania y Suecia.

La fortaleza de esta alianza reacae en que reúne a los más diversos actores sociales como: gobiernos, fundaciones, las Naciones Unidas, la sociedad civil, la comunidad académica, el sector privado y los jóvenes para actuar y conseguir el objetivo de poner fin a todas las formas de violencia en contra de la niñez y la adolescencia.

Erradicar los diferentes tipos de violencia contra la niñez es una responsabilidad que debe ser compartida por todos los actores de la sociedad y debe llevarse a cabo cuanto antes.

*Jefa de Protección a la Infancia de UNICEF

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