Jeanette Vizguerra, originaria de la Ciudad de México, llegó a Estados Unidos hace 20 años. En 2015 ayudó a preparar una habitación en un templo evangélico para un hombre que necesitaba refugiarse porque tenía una orden de deportación. El hombre logro arreglar su situación y consiguió quedarse en Estados Unidos, incluso ya con un estatus legal.

Dos años después, fue Jeanette quien se vio obligada a ocupar aquella habtación en la iglesia First Unitarian Society, en Denver. La mexicana cuenta a EL UNIVERSAL que ella “había dado de alta una organización no lucrativa para apoyar a los indocumentados como yo”, a través de la cual ayudaron a aquel hombre “a manejar su situación con un abogado especialista y se quedó gracias a Dios”.

Sin embargo, señala que en 2009, “saliendo de uno de mis dos trabajos y siendo cabeza de familia, porque mi esposo estaba en tratamiento contra el cáncer, me paró un policía sin ninguna justificación y me hizo una pregunta antes de pedirme cualquier documento. Me dijo: ‘¿Estás legal o ilegal en el país?’, y le contesté: ‘Conozco mis derechos, no tengo porque responder esa pregunta’; me volvió a preguntar lo mismo y yo respondí con mi nombre y mi fecha de nacimiento. Me pidió documentos, le entregué mi matrícula consular y me detuvo al confirmar que soy inmigrante”.

Al salir del centro de detención, comenzó la batalla para detener la deportación. “Con más de 10 años en Estados Unidos y con hijos nacidos en este país las leyes son más benevolentes pero, en algún momento del proceso, Inmigración y Aduanas se equivocó en la información y esto hizo que de inmediato se liberara una orden de deportación en mi contra”, confía a este diario. Fue acusada de usar documentos falsos y desde entonces está peleando para arreglar la información que generó esta situación.

En la administración de Barack Obama, aunque hubo muchas deportaciones, existía el entendido de que a familias trabajadoras y sin antecedentes no las molestaran. Vizguerra tenía permiso laboral bajo el programa DACA. “En 2013 tuve que ir a México porque mi madre se estaba muriendo, no llegué a tiempo, sólo llegue al funeral; pero sabía que mi caso no estaba en corte, estaba a discreción de ICE [Servicio de Inmigración y Aduanas]”, indica Janette, quien pudo regresar clandestinamente. El riesgo real comenzó a partir de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Vizguerra tenía que ir a corte frente al Juez de Inmigración cada mes para extender su caso.

A principios de febrero decidió no ir porque había escuchado que agentes federales encubiertos estaban haciendo detenciones en las cortes. “Mi abogado y otras personas que han estado conmigo durante ocho años lo confirmaron, porque fueron a inmigración el día que yo debía ir y había agentes ahí, con chalecos antibalas, armas largas y había un ambiente muy tenso”, comenta.

“Al final supe que hice lo correcto al no presentarme, porque a mi abogado le negaron mi extensión para permanecer en el país sin el temor de ser detenida; pero no significa que no pueda seguir adelante, vamos a meter una nueva petición con más elementos que la respalden”, dice con valentía.

El 15 de febrero decidió ir al templo evangélico y refugiarse en la habitación que ella misma había preparado para otra persona que se había visto en la situación que ahora ella vivía en carne propia. “Estar en este templo es una manera de resistir contra la nueva administración, porque está teniendo cambios drásticos; es una manera de resistir en lo que yo sigo mi lucha, en lo que yo consigo respaldos; ahorita tengo a tres personas del gobierno de Denver, y pues aquí voy a seguir en lo que obtenemos alguna respuesta”, explica.

La parte más difícil es estar separada de sus hijos Zury, de seis años; Roberto, de 10 y Luna, de 12. “Por teléfono veo si mis hijos están haciendo la tarea; les llamo temprano para que se levanten y vayan a la escuela, una amiga me hace el favor y les doy la bendición de cada mañana”, cuenta con un nudo en la garganta. Dijo que algunas personas la han criticado por dejar a sus hijos solos, pero ella les responde que ellos “tienen un padre que trabaja, que también los cuida, que les da un hogar y los mantiene; nosotros no estamos pidiendo dinero ni al gobierno ni a nadie, trabajamos duro y pagamos impuestos”.

En el templo, Jeanette Vizguerra continúa atendiendo casos de indocumentados y da pláticas comunitarias, sigue trabajando. “No se me ha hecho tan difícil porque sigo como activista, teniendo reuniones y varias actividades y hago eventos para poder recaudar fondos; la iglesia no me mantiene, sólo me da refugio”, subraya.

Y se despide con una fortaleza inquebrantable: “Yo estoy siguiendo los procedimientos que me permite la ley para regularizarme, porque tengo más de 10 años en el país y tengo hijos estadounidenses, pero la oficina donde estaba mi tramite cometió un error y por eso me salió la deportación, pero sé que tengo opciones para pelear” . Ella está segura de que va a ganar.

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