Chicago

En su ensayo La comunidad que no aceptaba un no por respuesta, el méxico-estadounidense René Luis Álvarez cuenta la historia de la creación, en 1977, de la Academia Comunitaria Benito Juárez, en Chicago.

De acuerdo con su trabajo, a finales de los 70 los padres de familia del popular y mexicano barrio de Pilsen exigieron y pelearon por la construcción de un nuevo instituto de educación secundaria para sus hijos, que ayudara no sólo a ampliar la oferta educativa de la zona, sino que, además, sirviera para la consagración de la identidad mexicana.

A pesar de que se barajaron otros nombres (Emiliano Zapata, Che Guevara), al final triunfó el del ex presidente mexicano.

El día elegido para su inauguración —luego de que acabara la construcción del colegio, diseñado por el arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vásquez— no pudo ser más significativo: el 16 de septiembre.

La escuela aún es un punto de referencia de la comunidad mexicana de la ciudad de Chicago. Hay mil 650 estudiantes de educación secundaria bilingüe. El 95% tiene origen mexicano.

Los cambios políticos que se auguran en Estados Unidos han entrado de lleno a esta comunidad. Dada la naturaleza y composición del plantel, la alerta es máxima. “Desde que se supieron los resultados de la elección, tengo a todos mis consejeros listos para hablar profundamente con los estudiantes”, cuenta el director del instituto, Juan Carlos Ocón, mexicano de Durango, quien llegó a Chicago a los nueve años.

Los estudiantes de la escuela Benito Juárez tienen las edades suficientes para entender qué está pasando y qué puede estar en juego durante los próximos cuatro años con la presidencia de Donald Trump. Se nota mucho, “muy profundamente. Hay mucha depresión y muchas dudas. Tenemos estudiantes que están desesperados, no saben cómo les va a cambiar el mundo”, asegura Ocón.

El equipo de crisis está activado desde el 9 de noviembre. El sicólogo, los consejeros y la trabajadora social están disponibles en cualquier momento, y sus agendas están ocupadas tratando de ayudar a los jóvenes y hacerlos entender en qué situación se encuentran. La incertidumbre del futuro afecta a los alumnos, especialmente a quienes no tienen documentos legales (sean dreamers o no). Ellos temen las grandes promesas
de deportación.

Según cuenta Ocón, el año pasado se graduaron 70 estudiantes indocumentados; sin embargo, no se tienen cifras exactas de cuántos están matriculados. No es obligatorio detallar esta información. “No todos quieren compartirla”, declara. Ahora menos que antes, por miedo a represalias.

La afectación entre los estudiantes es doble. En el desempeño académico, Ocón ha notado que los resultados han cambiado bastante, fruto de la “depresión” de los alumnos.

Declara que quienes están cerca de graduarse vislumbran con temor su futuro.

“Es el tiempo en el que tienen que completar las aplicaciones a las universidades, pensar acerca de su futuro, qué es lo que van a hacer después de la graduación de la secundaria”, explica.

El director del plantel prosigue: “Es la primera vez que he escuchado a muchos decir que están desesperados, que no quieren hablar de sus planes, o finalizar sus aplicaciones a las becas, o a las universidades. Eso da tristeza, porque saben que algo va a cambiar”.

La nueva situación ha generado una situación desconocida. “No solamente es frustrante, sino que al mismo tiempo nos hace dudar y cuestionar lo que está pasando”, dice Ocón.

No todo el foco está en los estudiantes. También los padres de familia necesitan los espacios para entender qué puede ocurrir.

“Tenemos que hablar bastante con ellos del cambio que están notando sus hijos”, asegura Ocón, quien no duda en exigir más implicación de las autoridades. “Estamos preparándonos, pero necesitamos mucho más”, concluye.

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