Veinticinco años después de la reunificación de Alemania, la canciller Angela Merkel ha aceptado describir a un diario varias de las fotos que ilustran su biografía, un curioso test que desvela desde su "inquietud" ante el perro de Vladimir Putin, hasta cómo elige los colores de sus chaquetas.

Una de las instantáneas que le presentó el periódico "Süddeutsche Zeitung", que publica hoy los comentarios de la canciller, muestra una entrevista de Merkel con el presidente ruso en su residencia de verano de Sochi, cuando Putin dejó que entrara en la sala de reuniones su mascota, un imponente animal de pelo negro.

"No es miedo a los perros, pero sí una cierta inquietud porque un día me mordió uno. Lo que me pareció destacado entonces, en enero de 2007 en Sochi, fue que, aunque creo que el presidente ruso sabía muy bien que no estaba ansiosa por saludar a su perro lo trajo consigo", recuerda Merkel, que fija sus ojos en Putin para evitar mirar al animal.

Al lado, un momento que afirma que nunca olvidará, la entrega de la Medalla de la Libertad por parte del presidente estadounidense, Barack Obama.

Estuvo acompañada de su marido, el catedrático Joachim Sauer, quien llegó más tarde que ella a Washington porque tenía trabajo y que, destaca la canciller, decide por sí mismo en qué actos institucionales la acompaña.

El álbum personal recoge a una niña pequeña de rizos que lleva a Merkel a recordar las coletas que le ponía su madre, que aparece en otra instantánea en la ceremonia de su última toma de posesión como canciller.

Con ella, que tiene 87 años y sigue la actualidad a través de los periódicos y la radio, habla regularmente, aunque se ven poco, por lo que a Merkel le alivia tener otros dos hermanos que le dedican más tiempo, explica.

Cuando eran pequeños los tres, recuerda ante una foto en la que aparece su padre vestido con los hábitos de pastor protestante, en casa se vivía "cierta tensión" los fines de semana, días en los que se planchaban los alzacuellos y las sotanas y él preparaba sus sermones.

Merkel reconoce su fe y recuerda que acompañó muchas veces a su padre en los servicios que oficiaba en pueblos cercanos a Templin, la localidad de la República Democrática Alemana (RDA) en la que residían tras mudarse desde Hamburgo, donde ella nació, y reconoce su fe.

"¿Si he dudado de la existencia de Dios alguna vez? Claro que lo he hecho, pero siempre he vuelto a creer; pienso que todo el mundo que realmente cree en algún momento ha dudado de la existencia de Dios", señala.

De su infancia y juventud, ante una foto con esculturas de Marx, Engels y Lenin, no olvida las horas que invirtió estudiando asignaturas como "comunismo científico, economía política o dialéctica materialista" y tampoco el uniforme con el que aparece vestida en otra imagen para la formación militar obligatoria.

Hoy su vestimenta como canciller se resume en sus habituales pantalón oscuro y chaquetas de distintos colores.

Ya no sabe ni cuántas tiene, aunque sí que alguna de sus preferidas ha pasado más de una vez por la modista por estrecharla o ensancharla.

No hay misterio en los colores que elige: algunas ocasiones exigen ir de oscuro, cuando le dicen que tendrá un fondo blanco descarta los tonos claros y otras veces simplemente le apetece llevar colores fuertes, aunque a menudo, por falta de tiempo, asegura que la elección final es simplemente una cuestión de azar.

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