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Texto: Vanessa Conde Aguilar
Fotografía actual:
Eber Escutia Zuñiga
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
El paseo en la calle de Plateros, que ahora es la calle de Madero en el Centro histórico, solía ser territorio de los llamados “lagartijos”, hombres bien arreglados cuya misión principal era cortejar a damas de sociedad para disfrutar de su dinero.
Si no tenían éxito con las damas de alcurnia, el objetivo podía cambiar hacia las nanas de estas familias ricas utilizando incluso a los niños que cuidaban como pretexto para acercarse a ellas.
Había de todas las edades, su vestimenta y su insistente actitud con el género femenino los hacía distinguirse. Se les veía con jaquet, saco cruzado, corbata de moño, camisa muy almidonada y con puños; sombrero alto de bolo paja, bigote espeso; zapatos de charol con polainas; guantes y bastón y resaltaban sus fistoles o anillos.
Su aparición se remonta desde la época del virreinato pero comienzan a tener mayor auge a fines del siglo XIX, cuando se les empezó a conocer en la capital como “Los Dandis”, “Los Catrines”, “Los rotos”, “Los lagartijos”, etc. Los lugares que concurrían eran el Portal de Mercaderes, la cantina La Fama Italiana, sobre Plateros o San Francisco, hoy calle de Madero, o bien, en la esquina de Vergara, hoy Bolivar y en el Teatro Nacional en la calle 5 de mayo, entre otros sitios.
La hora del paseo, como se conocía, era el momento preciso para que literatos, políticos, estrellas de teatro nacional, artistas e intérpretes, anduvieran en carruajes elegantes sobre la calle que hoy conocemos como Madero para pavonearse. Era el marco en el que “los lagartijos” se exhibían también, el numero uno de ellos Crisóforo Casenco caminaba con paso mesurado siempre saludando con suprema elegancia a las damas que paseaban por ahí.
En el libro 6 siglos de Historia Gráfica de México se dice que un largartijo muy famoso fue don Crisóforo Canseco. Imagen tomada del libro 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976.
El objetivo de estos hombres iniciaba a temprana hora del día, pues esperaban que ellas salieran de misa para abordarlas. La estrategia era buscar primero un contacto visual para atraer su atención, luego ganar su confianza para así lograr enamorarlas y disfrutar de su dinero.
Había algunos que desde la primera vez se aventuraban a caminar al lado de las damas para comenzar a halagarlas lo que provocaba, generalmente, que fueran golpeados por las ofendidas, pues se acercaban a ellas diciéndoles piropos y las seguían como una lagartija, de ahí su nombre.
Un "lagartijo" que al sobrepasarse recibió su castigo. Imagen del libro Historia Gráfica de México 1325-1976.
“Los lagartijos” de mayor edad eran llamados “viejos verdes”, quienes buscaban mujeres jóvenes, pero si no lo lograban se dedicaban a “hacerle el amor” o cortejar a las cocineras o recamareras; claro que había otros “viejitos enamorados que se consolaban con florear cuanta mujer veían sus ojos”, como indica la enciclopedia 6 siglos de la historia gráfica de México 1325-1976 de Gustavo Casasola.
Entre lagartijos había niveles
Durante el porfiriato, en México la sociedad adoptaría la influencia europea; en esta época había prácticamente sólo dos clases sociales: alta y baja. Los ricos que eran los privilegiados y tenían una mayor participación económica asimilaban mejor toda esta influencia del viejo continente como lo eran “los dandis”, cuyo equivalente en nuestro país eran “los lagartijos”.
Había tres niveles: los de la aristocracia -muchos de ellos cultos-, los de la clase media y los bohemios o vividores que se colaban en todos, aquellos que cuando la ropa se les desgastaba tenían que remendarla o acudían al mercado El Volador, entonces situado en donde hoy vemos la Suprema Corte de Justicia de la Nación, junto al Zócalo capitalino, para surtirse de ropa y sombreros.
El tipo clásico de un "lagartijo de barrio". Imágenes del libro 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976.
Edgar Anaya, cronista dedicado al turismo nacional, comenta para EL UNIVERSAL que la Ciudad de México a finales del siglo XIX era tan solo una extensión del Centro que conocemos hoy, “entonces ir a Lomas de Chapultepec era ya muy lejos”. También Nos describió brevemente cómo estaba dividida la capital en cuanto a clases sociales:
La clase alta se ubicaba al poniente desde Reforma hasta el Zócalo y la clase pobre en el oriente, desde Zócalo hacia el actual Congreso de la Unión; aunque pareciera difícil de creer, las colonias Santa María la Rivera y la Guerrero eran elegantes, narra el entrevistado.
Edgar describe que dentro de las distracciones de los “largartijos” “se encontraban lugares a los que solo los ricos podían entrar, como eran el Teatro Nacional donde se ofrecían operas, zarzuelas, obras de teatro y más, después lo tiraron para abrir 5 de mayo y dar paso a la construcción del Palacio de Bellas Artes. Otro lugar de reunión era la Cantina La Fama Italiana, en la hoy calle de Madero, donde se divertían los niños bien, ahí se podían encontrar artistas famosos, la cual cerró en 1938”.
Edificio donde se encontraba la cantina “La Fama Italiana” de la calle San Francisco, hoy Madero y Bolívar. Colección Villasana/Torres.
El Baile de los 41, ¿homosexualidad?
A fines del porfiriato hubo un baile entre “lagartijos”, en la calle de La Paz, cerca de Palacio Nacional, que ocasionó todo un escándalo y polémica, el “Baile de los 41”.
Según los diarios La voz de México y EL UNIVERSAL (homónimo de este diario, pero no su antecesor), un policía escuchó ruido en una casa a las 3:00 de la mañana del 18 de noviembre de 1901, al asomarse se encontró a raras parejas de baile; la mitad hombres y la otra mitad hombres vestidos de mujeres. El policía pidió refuerzos para capturarlos por algo que supuestamente era ilegal, además de que no contaban con ningún permiso.
Hay distintas versiones del motivo de aquel baile; una narraba que “los lagartijos” bailaban para hacer mofa de los hombres muy afeminados a quienes llamaban maricones, jotitos, muchachas, chulos, etc. También se creyó que eran homosexuales o travestis divirtiéndose. Lo cierto es que no hay una versión confirmada del porqué de este encuentro clasificado entonces como ilegal e inmoral.
Lo que sí se confirmó fue la presencia en aquella fiesta de Ignacio de la Torre y Mier, yerno de Porfirio Díaz, el número 42 de este baile y quien no fue arrestado durante la redada.
1901. Grabado de José Guadalupe Posada basado en los hechos descritos por la prensa, luego del escandaloso baile de los 41, cerca de Palacio Nacional. Imagen gratuita tomada de internet.
Luego del escándalo, algunos de los encabezados que se leían en los diarios mencionados eran: “Escándalos que se cometen en el Teatro Principal por un grupo de lagartijos” “Bailes clandestinos: una casa del callejón de la Condesa; se pagaban 25 centavos por entrar”, “La policía se impone”.
Incluso, en algún momento, hasta hubo una disposición de las autoridades de la capital en la calle de Plateros contra los lagartijos y “la policía se vio precisada a desalojar a los jóvenes elegantes”, después se redobló el servicio de vigilancia para hacer cumplir esas órdenes y, de no hacerlo, los señores “lagartijos” serían castigados con multas o hasta prisión; sin embargo, no tuvo éxito y con el tiempo estos elegantes e insistentes hombres fueron desapareciendo.
Los lagartijos, autor José Guadalupe Posada. Imagen del Museo Blaisten.
Lagartijos o pollos
José Tomas de Cuéllar, escritor que durante el porfiriato retomó la realidad social y la plasmó en sus libros, retrató la vida de las clases sociales en sus obras Baile y Cochino , Ensalada de pollos, Los fuereños, etcétera. En sus páginas hubo espacio para describir a “los lagartijos” o pollos como los denominó.
Definía a los Pollos como aquellos que están pasando de ser niño a joven gastando en la inmoralidad y malas costumbres, en especial a los veintiuno, en donde el hombre solo piensa en dos cosas: en su persona y en el amor. Para Cuellar los “lagartijos” eran pollos vestidos de negro.
Mariana Isabel Balbuena Martínez, historiadora por la Universidad Nacional Autónoma de México de Acatlán, en entrevista con EL UNIVERSAL dice que en esa época en en Europa ya eran vistos como algo inmoral y aquí en México era mayor aún la imagen de este personaje; “hombre rico, elegante, caballeroso, que llegaba a jugar al Don Juan. Un modelo romántico, atractivo.” “Porfirio Díaz que creía que Francia era lo máximo buscaba atraer estas influencias, pero sin salirse de las normas morales que eran muy estrictas en el porfiriato”.
En la clase alta había “lagartijos” que comúnmente tenían privilegios que los demás no, como acceso a escuelas, clases particulares y la posibilidad de gastar grandes cantidades de dinero; algunos solían ser cultos, tenían tanto tiempo libre que destinaban un poco para estudiar poesía, entre otras cosas. Una parte de la sociedad alta los creía odiosos, mientras que los pobres de ese entonces los despreciaban por tener tanto cuando para ellos era difícil sobrevivir, describe la historiadora.