El terrorismo no es acerca de qué tanto daño material se ocasiona, sino acerca de qué tanto consigue impactar psicológica y políticamente a un actor, a un país o a una sociedad. Así, justo cuando Trump lleva semanas construyendo la narrativa del “ISIS derrotado” como justificación para retirar a sus tropas de Siria, llega un atentado para enviar un incómodo contramensaje que tiene el potencial de alterar todo el plan. Y no es que sea el único ataque cometido por ISIS en lo poco que va del año. De hecho, solo en la zona de Siria, durante este naciente 2019 la agrupación lleva 21 atentados; el más grave de estos ocurrió el 6 de enero. Pero la diferencia es que el miércoles pasado ISIS eligió efectuar un ataque suicida directamente contra militares de EU (y otros aliados de Washington). Cuatro estadounidenses murieron en el atentado, además de una decena de lamentables víctimas civiles. Este caso nos lleva a preguntarnos qué significa realmente “derrotar” a una organización terrorista. ¿Qué tanto hemos aprendido al respecto después de todos estos años? ¿No es finalmente ISIS una escisión de la misma Al Qaeda en Irak, tantas veces declarada como liquidada? El ataque ocurrido esta semana es un buen ejemplo para intentar responder algunas de estas preguntas.

En efecto, ISIS llegó a controlar una tercera parte de Irak y la mitad de Siria. Esto le proporcionaba no solo un amplio territorio desde donde podía planear y operar, sino una masa de población para gobernar bajo sus leyes y sus usos políticos, redes para comerciar y financiarse, rutas para abastecerse de recursos y combatientes. Por encima de todo, ese amplio territorio permitió a ISIS la construcción narrativa del “Califato”, el “Estado Islámico”: la meta soñada de Bin Laden no era ya un discurso o palabras vacías, sino una realidad material. Así que, cuando ISIS es atacado y todo ese territorio le es arrebatado, no solo se le golpea física sino también simbólicamente. La pérdida territorial no es, por tanto, una pérdida menor.

Dicho lo anterior, sin embargo, es importante dimensionar qué es lo que ISIS sí consiguió entre 2013—cuando muta desde aquello que conocíamos como Al Qaeda en Irak, hacia lo que se empezó a conocer como “Estado Islámico de Irak y Siria”—y 2016, cuando empieza su declive. Es decir, ISIS hoy cuenta con (a) una red de filiales medianas y mayores que movieron su lealtad desde Al Qaeda hacia la nueva bandera. Estas filiales se dieron a conocer como “provincias” del “Estado Islámico” y siguen operando en sitios tan alejados de Siria como Nigeria o Afganistán; (b) decenas de células de mayor o menor tamaño que operan en unos 26 países diferentes; (c) decenas de miles de combatientes que estuvieron dispuestos a migrar a Irak y Siria para sumarse a sus filas, muchos de los cuales murieron, pero miles de los cuales permanecen en la zona, o bien, han regresado a sus países de origen y yacen ocultos como “células durmientes”, listos para atacar cuando lo consideren adecuado; (d) una red de reclutadores y operadores digitales, lo que incluye oficinas de propaganda, grupos de chat privados y encriptados para persuadir y radicalizar, o incluso el desarrollo de métodos para dirigir y poner en marcha ataques terroristas a distancia como el de Niza o algunos de los de Londres; y (e) otras miles de personas quienes, sin contacto directo alguno con la organización, han estado y siguen dispuestas a atacar en su nombre.

El atentado del jueves es una muestra que nos permite evaluar lo mucho que de todo aquello sobrevive: Primero, de acuerdo con reportes militares y de inteligencia, ISIS conserva en Siria e Irak unos 20 a 30 mil combatientes, los cuales, si bien no cuentan ya con un territorio controlado, sí mantienen capacidad de sabotear y atacar a todo tipo de actores en la zona (por ello los 21 atentados en estos pocos días de 2019, más de uno diario en promedio). Segundo, como lo ha demostrado los últimos años, ISIS conserva un gran sentido de la comunicación, una enorme destreza para influir en la agenda política y mover decisiones en el sentido que busca. En el caso hoy analizado podemos detectar al menos dos objetivos clave: (a) Mediante el atentado del jueves, ISIS consigue contrarrestar la narrativa de su “derrota” y transmite el mensaje de que sigue vivo y resistirá como ha resistido a lo largo de las últimas décadas (si bien ha ido mutando en el camino). Con ello, la agrupación sostiene un poder de atracción en determinadas personas, lo que le ayuda a conservar y/o a crecer su base de seguidores duros (quienes coinciden en sus metas y sus métodos) y blandos (quienes no concuerdan con sus métodos, pero sí con sus metas); y (b) El atentado también permite a ISIS incidir en la discusión política en Washington. Hoy, gracias al ataque, muchos actores intentarán convencer a Trump acerca de la urgencia de mantener sus tropas en Siria pues un repliegue sería prematuro.

Se podría argumentar que no conviene a ISIS que EU permanezca estacionado en Siria y le siga combatiendo directamente en su centro operativo. Pero esa es justo la trampa que atrapa a Washington una y otra vez. El conservar 2,000 tropas en Siria está lejos de garantizar el final de un ISIS que ya no lucha frontal y abiertamente, sino que se encuentra mezclado entre la población, oculto, en las coladeras. En cambio, ofrece a la agrupación jihadista oportunidades y blancos para cometer ataques suicidas y herir o matar a tropas estadounidenses, alimentando con ello su mensaje de resistencia, vigencia y relevancia para con su base a nivel local y a nivel global. Basta con revisar la actuación de la misma Al Qaeda en Irak del 2004 al 2011 contra las tropas de EU, la imagen de cientos de cadáveres de militares llegando a Washington envueltos en banderas, y el impacto psicológico y político tras una guerra de desgaste que no parecía tener final.

En suma, el caso revisado nos obliga a pensar no solo acerca de si ISIS ha sido “derrotado”, sino a reevaluar lo que significa derrotar a una organización terrorista, mucho más cuando se trata de la más amplia y compleja red de su tipo de toda la historia. Entender que su campo de lucha no está en el territorio material, sino en el inmaterial, resulta fundamental para revalorar cuáles deben ser las estrategias más efectivas para combatirle. En este espacio hemos compartido algunas de las claves más importantes procedentes de la investigación (puede revisar algunas ideas en este texto https://bit.ly/2CpA5uR ). Pero la realidad es que seguimos teniendo mucho que aprender al respecto.

Twitter: @maurimm

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