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Para los aficionados a las matemáticas electorales ésta es la mejor temporada. Para los estrategas políticos es el momento del desafío. La primera pregunta a despejar es si el Frente logrará romper esa lógica que se viene prefigurando de que la elección sea (como han sido todas las de este siglo) nuevamente a dos polos ideológicos que se disputan el futuro del país. Hoy parece difícil que lo que queda del PAN, el maltrecho PRD y MC logren articular una candidatura potente y competitiva. Pero lo que sí pueden hacer es convertirse en un frente competitivo en estados con tan abultado padrón electoral como la capital y Jalisco con candidaturas locales con gran arrastre. En Jalisco parece claro que Alfaro va en caballo de hacienda y en la capital la probable candidatura de Monreal (y el descenso relativo de Sheinbaum) los pondría de nuevo en zona de competencia.
Para AMLO (que es uno de los polos) estas son muy malas noticias porque su arrastre, que es sin duda muy fuerte, no le da como para arrastrar lastre o darse el lujo de perder posiciones en su feudo capitalino. Tal vez reconsidere su decisión original porque no está para perder una franja del electorado chilango que ha visto en estos días del terremoto que las gestiones delegacionales morenistas no son modélicas. Además, la exposición de Sheinbaum con motivo del sismo ha tenido un efecto de recordación de la forma en que AMLO gobernó la capital. La inevitabilidad del triunfo de Morena en la CDMX (que antes del sismo era un dato) ahora está en veremos.
Además de la capital, AMLO sabe que su caudal de votos en las principales entidades va a ser disputado palmo a palmo por las estructuras. En el Edomex, el equipo de Zepeda y el poderoso grupo Neza le cerrarán (como ya lo hicieron este año) todos los espacios que puedan y qué decir de la maquinaria priísta. Nos quedan Veracruz y Puebla donde tiene sólidos enemigos en el gobierno y el probable reencumbramiento de Barbosa (en lugar de Enrique Cárdenas) le amputa la posibilidad de dirigirse a electorados más moderados. Jalisco, ya lo apuntábamos, tendrá a MC como articulador de la agenda de cambio y en consecuencia su espacio se estrecha. Le quedarán las entidades del sur del país donde ha demostrado una competitividad seria pero, sumando números, necesita una mejor posición de arranque en las entidades más pobladas.
De cualquier manera, sigue siendo puntero y su base de 16 millones de electores ha mostrado ser bastante estable. Así es que si votara el 58% del padrón, AMLO tendría el 32%, sigue como serio aspirante, pues en las últimas elecciones (del Estado de México, por ejemplo) los triunfadores lo han hecho con porcentajes ubicados en los treinta bajos.
El otro aspirante serio es candidato del PRI. Están claras las fechas y los aspirantes. Unos tienen más arraigo en el PRI (Osorio y Narro), otros tienen el arraigo y carreras técnicas más cercanas a un perfil más global (Nuño y De la Madrid), y Meade que no es priísta tiene la posibilidad de arrastrar un voto panista que hoy está cercano a la independiente Zavala. No hay, como en 2012, un candidato que por sí solo agregue los 7 puntos al voto estructural del PRI, por lo tanto, los cálculos y las estrategias deben ser muy meditados. La apuesta por reproducir lo ocurrido en el Edomex de atomizar el voto opositor y aspirar a ser el tercio mayor es jugar en la línea, porque es muy difícil que a golpe de triquiñuelas y presiones llegue de nuevo a los 19 millones de votos. AMLO no es Delfina y bien podría ocurrir que el tercio mayor acabe siendo el tabasqueño. Además, el país ya no está para elecciones de Estado.
El PRI que ha dado una serie de pésimos gobiernos tiene paradójicamente dos aliados: uno es AMLO que persiste en presentarse como amenaza contra las reformas estructurales. Su discurso sigue siendo genérico en temas cruciales como la seguridad y amenazador en otros como la suspensión de las obras del Aeropuerto. Es un candidato que vende bien la idea de esperanza de cambio a sus bases, pero no ha logrado quitarse la imagen de un político con un estilo personalista y confrontador a los sectores moderados. Parece mentira, pero el recurso al voto antipeje sigue siendo importante y, en consecuencia, ya que el ciudadano esté frente a la boleta puede ser que su dilema no sea quién es su predilecto, sino quién quiere que no gobierne. El otro aliado circunstancial (vaya paradoja) es el Frente Ciudadano al que ha atacado inclemente impidiendo su desarrollo y que por sus contradicciones internas no despega en el plano nacional, pero sí puede minar las bases de apoyo locales de AMLO en distritos estratégicos y quitarle votos que le permitan culminar su monomanía: ser presidente de México.
Analista político.
@LeonardoCurzio