Leyla Hussein habla de su país con ternura, con amor, con admiración. Es lo primero que conmueve al escucharla. Se refiere a su nación como “tierra hermosa, tierra de poetas”. Proviene de una familia con dos padres profesionistas, de clase acomodada, que “no tuvieron 11 hijos o más, como se estila en Somalia, sino sólo tres”. Ellos, en realidad, se oponían a la práctica de la Mutilación Genital Femenina (MGF), pero aún así la llevaron a cabo con Leyla y su hermana, para que no fueran discriminadas en la escuela, y para que se pudieran casar.

Aprovechando su presencia en el Oslo Freedom Forum, que se llevó a cabo en la Ciudad de México en días pasados, hablé con esta sobreviviente de una práctica que sigue imperando en muchos países.

Leyla tenía siete años cuando le realizaron la mutilación. El mismo día, un poco antes, se lo hicieron a su hermana pequeña, y la escuchó gritando en la otra parte de la casa. “Cuando digo gritando –se pone seria cuando habla de ese momento–, digo que era como un animal al que masacraran”. Eso es lo que escuchó de su pequeña hermana de seis años.

Al escuchar esto, corrió de manera instintiva, tratando de ponerse a salvo. Pero la atraparon y la pusieron sobre una cama, abriendo sus piernas a la fuerza. “No entendía por qué pasaba esto, pues quienes me lo hacían eran mis tías y las amigas de mi madre”. Esta confusión de que fuera gente a quien amaba la que le perpetraba esa tortura es parte del trauma que le quedó desde ese entonces (“el hecho de que me inmovilizara gente a la que yo le tenía confianza significó que dejara de confiar en nadie”). Acto seguido vio un cuchillo afilado… y fue mutilada.

Leyla reconoce que si no hubiera sido por la ablación, no la hubieran aceptado las otras niñas en la escuela. Habría sido estigmatizada y considerada “sucia”.

Existen básicamente tres tipos de MGF. En el tipo 1, el clítoris es removido. En el 2, también los labios menores, y en el 3, además, los labios mayores, que son cosidos por fuera, de modo que queda un pequeñísimo orificio para orinar y menstruar (en ocasiones, para tener sexo y dar a luz, se necesita cortar de nuevo).

La ablación se practica en 28 países de África y en muchos de Asia, y ahora, con la migración, en casi todos los países de Europa Occidental, y en América, en lugares tan improbables como Colombia. A menudo quienes la llevan a cabo carecen de la más elemental higiene (ni hablar de utilizar anestesia) y emplean navajas de afeitar o vidrios. Un porcentaje de las niñas muere desangrada o por infecciones (como el caso de la modelo y también activista Waris Dirie, quien perdió a sus dos hermanas por la MGF). Para algunas sobrevivientes, la secuela psicológica dura el resto de la vida.

En el mundo hay de 230 a 240 millones de mujeres que han pasado por esta práctica. Tres millones están en riesgo cada año. Cada 11 segundos una niña es mutilada. En Europa, 500 mil viven con ello. Tan sólo en el Reino Unido se estima el número en 170 mil, y 6 mil están en peligro cada año, a pesar de que las leyes lo prohíben, gracias en parte por la labor de activistas como Hussein.

A pesar de que ha hecho muchas cosas en su relativamente corta vida, como certificarse como terapeuta para ayudar a las víctimas; a pesar de haber asistido durante años a mujeres africanas migrantes y de haber fundado el proyecto Daughters of Eve, que protege a las niñas en riesgo de MGF; a pesar de ser la presidenta ejecutiva de Hawa’s Haven, una coalición de mujeres somalíes que busca concientizar sobre la violencia de género y de haber establecido el Dahlia’s Project; a pesar de que tiene una función esencial al ser embajadora de The Girl Generation, un programa en 10 países cuyo objetivo es que desaparezca la MGF en una generación; a pesar de su importante papel en el documental “The Cruel Cut”, que llevó la conciencia de la mutilación femenina a todas las capas de la sociedad británica, logrando que los parlamentarios endurecieran la ley contra la ablación… a pesar de todo esto, lo que considera su único logro es haber protegido a su hija Feyrus de ser una víctima más, pese a la presión de su familia.

Otra activista contra la MGF es Hoda Ali, también somalí (en Somalia el 98% de las mujeres entre 15 y 49 años han sufrido ablación), y a quien le hicieron la mutilación tipo 4 cuando tenía también siete años (a pesar de que también en su caso su padre se oponía). Eso la llevó a tener una gran cantidad de problemas clínicos a lo largo de su vida. Hoda tuvo que padecer seis operaciones en Somalia, Yibuti e Italia, a donde la llevaron para salvar su vida.

Hibo Wardere, otra sobreviviente, describe así el infierno cotidiano de orinar desde que sufrió la MGF: “El primer cambio fisiológico que percibes es en tu orina, que cae en gotitas, y cada gota es peor que la anterior. Es algo que dura cuatro o cinco minutos, tiempo en el que experimentas un dolor atroz. Es como frotar una herida abierta con sal".

A pesar de que en los países europeos esta práctica está prohibida, las niñas tienen el peligro de ser llevadas al extranjero para ser mutiladas (un imán de Bristol aconsejó precisamente esto para burlar la ley). Otra externalidad perniciosa de la reglamentación es que la MGF cada vez se practica a niñas más pequeñas, para que no haya riesgo de que los infractores sean descubiertos.

Una sobreviviente más, Yasmin Mumed, comenta lo siguiente: “recuerdo a las mujeres sentadas ahí. Empecé a oponerme y más gente vino a sujetarme de los brazos y las piernas, que me abrieron totalmente. Había muchas mujeres sujetándome y aún así no podían impedir que me moviera. El dolor que sentí es indescriptible. En cuanto al sexo, no siento placer de la misma manera en que sé que otras mujeres lo sienten. Nunca he tenido un orgasmo”.

Las Naciones Unidas han puesto como uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para el 2030 acabar con esta práctica, y Unicef sostiene que muchas mujeres la eligen para sus hijas por mera convención social y para evitar que enfrenten exclusión social, aunque en realidad se oponen. Es una cuestión de cambio de conciencia: una mayoría de padres y madres estarían a favor de evitarla si las demás familias la evitan también.

“La gente dice que esto es algo cultural o religioso –explica Hussein–, pero ningún libro sagrado habla de ello. La Mutilación Genital Femenina es una de las peores formas de abuso a menores, una forma de abuso sexual, una forma de opresión contra la mujer y una forma de controlar la sexualidad de la mujer”.

En la actualidad han surgido antropólogas africanas como Fuambai Ahmadu que están a favor de esta práctica, por el supuesto respeto a los usos y costumbres (el linchamiento y los latigazos en plazas públicas son también costumbres de algunas comunidades, recordarían algunos). Ahmadu, de hecho, se sometió voluntariamente a la clitoridectomía en su país, Sierra Leona, como parte de un ritual de su etnia, los kono. Por supuesto que tiene una voz en el debate, aunque siempre se podría argumentar, en este caso, que ella lo eligió siendo adulta, lo cual es muy distinto a ser una niña y no tener opción alguna.

“Nuestras niñas no necesitan alterar ninguna parte de su cuerpo para ser aceptadas”, finaliza Leyla Hussein. Su hija Feyrus fue llamada así por su hermana, la pequeña que fue mutilada aquella tarde y cuyo espantoso chillido, como lo confiesa Leyla, aún recuerda en sus pesadillas. Hoy su hija vive libre de la mutilación: ha roto la cadena de una práctica que data de cientos de años atrás. Como demuestra el activismo de estas mujeres, que han logrado sensibilizar a legisladores de una decena de países, es difundiendo la realidad de la mutilación genital, hablando de ella, rechazándola abiertamente, como se puede concientizar para que sea una mancha en los anales de la historia, pero una mancha superada, erradicada de la faz de la Tierra.

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