A partir de las decisiones que en estos meses ha tomado López Obrador se puede inferir que éstas son guiadas más por la ganancia político (y eventualmente electoral), que por una racionalidad económico-financiera. Es justo lo que muchos llaman populismo financiero; medidas que reditúan política y electoralmente, pese al elevado costo económico o fondeo insano. AMLO es muy bueno en el manejo de símbolos políticos, que le atraen simpatías, apoyos y hasta una devoción cuasi-religiosa (lo ven cómo se transfigura). Es el caso, por ejemplo, de haber renunciado a Los Pinos como residencia presidencial, y convertirla en un museo. Es un gesto equiparable al de uno de los íconos históricos de López Obrador: Lázaro Cárdenas. La imagen imperial de monarcas y presidentes era el Castillo de Chapultepec. Cárdenas quiso mostrar su cercanía con los menos privilegiados cambiando la residencia presidencial a Los Pinos, dejando el Castillo como museo. Ahora lo evoca AMLO.

Otro gran símbolo político es deshacerse del avión presidencial. Podría hacerse de una nave más austera, menos ostentosa, pero el simbolismo que busca perdería su fuerza; al gran público le gusta verlo hacer fila y esperar, como cualquier ciudadano, su turno, así eso implique retrasos y riesgos para él y demás pasajeros. Y también habrá un costo económico, pues se seguirá pagando la renta del avión así como su mantenimiento en Los Ángeles, mientras se deteriora. No importa, es rentable políticamente.

Decidir que su seguridad dependa más del pueblo, que lo cuida, y estar en estrecho contacto con él, así como tomar café en Oxxo, no genera costos económicos (sino algún ahorro), pero sí implica riesgos de seguridad, no sólo para AMLO, sino para todo el país pues es jefe de Estado. No le hace, trae beneficio político. Y la austeridad republicana podría generar ineficacia gubernamental e injusticias, dado que el recorte se hace con hacha, no con bisturí. En el CIDE y otras instituciones ha afectado no sólo a profesores, sino incluso a personal secretarial y de intendencia, los que se supone se verían beneficiados. No le hace; la austeridad es aplaudida por las masas (salvo quizá por quienes, habiendo votado por AMLO, pierdan ahora como recompensa parte de su salario, prestaciones o su trabajo).

Eso, para no hablar del aeropuerto de Texcoco. La decisión de cancelarlo nada tuvo que ver con una racionalidad económica, pues saldrá más caro cancelarlo que terminarlo. E irá a dar al basurero. Y todo ello sin considerar los costos indirectos en confianza y credibilidad. No importa; era más relevante enviar el mensaje de que no es florero, que él manda aquí, para la algarabía de sus seguidores. Y es políticamente correcto afirmar que un país de tercer mundo no tiene por qué tener un aeropuerto de primer mundo. Primero los pobres (aunque se pierdan recursos que podrían ir a los programas sociales). Muchos insisten en conminarlo a que se retracte en este tema. No lo hará, pues es más importante la ganancia política que el costo económico, directo e indirecto. Y no se diga con el Tren Maya, un proyecto que no parece viable económicamente, pero se presenta como detonador del desarrollo del sureste. Y paga más políticamente hacer ceremonias metafísicas que hacer proyectos de viabilidad ecológica, turística o económica.

En cambio, no pasó un día sin que se corrigiera el recorte planeado a las grandes universidades públicas. La idea era quitarles algo de ese presupuesto para las 100 universidades Benito Juárez. No hubo error, sino rectificación. Y eso, porque el costo político que pudo generarle sería enorme; miles de estudiantes que votaron mayoritariamente por él movilizados en las calles, no es precisamente la imagen de un presidente progresista y sensible a las demandas populares. Mejor evitar ese costo político que preservar los pocos recursos que de cualquier manera iba a economizar. El simbolismo político será pues el eje de este gobierno, a casi cualquier costo económico o administrativo.

Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

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