Es el título de un capítulo del generoso libro de Zygmunt Bauman, Extraños llamando a la puerta (2016, Paidos), presentado por Jaime Ruiz de Santiago en el número 125 de Estudios (verano 2018). Se vale hablar de “pánico” y no basta con denunciar como malvados a los que tienen miedo cuando pasan las caravanas de migrantes, cuando desembarcan en las costas europeas hombres, mujeres, niños que huyen de la miseria, de la violencia, de la guerra, de la sequía. Nuestros medios nos informan de lo que pasa por aquí y en Europa, pero el mismo fenómeno migración/pánico se da en el resto del mundo.

Mario Vargas Llosa, en “La marcha del hambre” (11 de noviembre, El País) señala justamente que “el asalto de los millones de miserables de este mundo a los países prósperos ha generado una paranoia sin precedentes”; resucita fobias que se creían extinguidas, como xenofobia y racismo; engendra el miedo para beneficio de los gobiernos autoritarios y reaccionarios: desde Hobbes sabemos que la administración de los miedos colectivos es un instrumento político demasiado eficiente. Por desgracia, el miedo no entiende razones y mucho menos estadísticas, de modo que no podemos ser optimistas.

Vargas Llosa tiene razón cuando afirma que “el problema de la inmigración ilegal no tiene solución inmediata y todo lo que se diga en contrario es falso, empezando por los muros que quisiera levantar Trump”. Michel Rocard tenía razón cuando decía, en su calidad de primer ministro: “Francia no puede acoger toda la miseria del mundo”. Algo como la cuadratura del círculo.

Buenos sentimientos que comparto: la Biblia que dicta la ley de hospitalidad a favor del extranjero. Abraham como primer migrante. Kant que habla de una “ciudadanía mundial”, de un derecho cosmopolita que se funda en “la común posesión de la tierra ya que nadie tiene mejor derecho que otro a estar en determinado lugar del planeta” (La Paz perpetua); el papa Francisco: “¿Quién es el responsable de la sangre de estas hermanas y hermanos nuestros? —después de la muerte de muchos náufragos en Lampedusa—. Hemos perdido el sentido de la responsabilidad hacia nuestros hermanos y hermanas”. (8 de junio, 2013). Y ahora, mi compañero de generación, el filósofo Étienne Balibar, pide “un derecho internacional de acogida”, puesto que los migrantes deberían gozar, a lo largo de su estancia, para empezar, de unos derechos para contrarrestar las leyes de los Estados, para que funcionarios y policías no maltraten a los errantes. Trump dio la orden de disparar a matar si fuese necesario, algo que, felizmente, el Ejército norteamericano no aceptó. Luego, como no existe un derecho de acogida, habría que desarrollar la responsabilidad de la cual habló el Papa: como disposición colectiva, actividad cívica a favor de la “parte móvil de la humanidad, suspendida entre la violencia del desarraigo y la de la represión”. (El País, 21 de octubre).

Buenos sentimientos no bastan y no tranquilizarán a los que las caravanas espantan. Las inevitables migraciones hacia Europa, los Estados Unidos y México –no se hagan ‘patos’, muchos errantes se quedaron y se quedarán en nuestro país– deben obligarnos a inventar soluciones, para evitar la resaca nacionalista, cuando no racista, y el crecimiento de movimientos capaces de enterrar a la democracia. Bien lo dijo Gilles Lipovetsky, hace unos días en México. Él pensaba en Europa, haciendo eco a las palabras de Rocard, pero eso vale para nuestra América: “Las grandes migraciones detonan el alza de la ex trema derecha. No podemos tener Estado sin una política clara frente a las olas migratorias, ni aceptar a millones de africanos y árabes porque en Europa no tenemos las condiciones. Debe haber políticas, ayudar al desarrollo en esos países. Los derechos humanos dicen que debemos recibir a todo el mundo, pero eso no es una política óptima, es un ideal ético”. (Entrevistado en El Financiero, 20 de noviembre).

México ha dejado de ser un país de emigrantes, es y será un país de inmigrantes, como los Estados Unidos. Mi colega Tonatiuh Guillén tendrá mucho trabajo en su calidad de director del Instituto Nacional de Migración, a partir del 1 de diciembre. Le deseo valor, imaginación y suerte.



Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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