El 2 de junio de 1929, cuando el Estado y la Iglesia, México y Roma, estaban a punto de firmar los “arreglos” que pondrían fin a la guerra cristera, el general Gorostieta cayó bajo las balas de los soldados federales que le tenían un respeto mezclado con temor. ¿Quién era el general que aparece en los corridos de los federales como “Gorraprieta”?

General en jefe de los cristeros en 1928 y 1929, no había inventado su grado. Nacido en Monterrey en 1890, era nieto de un militar que peleó contra los franceses e hijo de un ministro de Porfirio Díaz. Estudió en el Colegio Militar, sirvió bajo las órdenes de Felipe Ángeles como teniente de artillería, luego contra Orozco en el Norte y contra los americanos en Veracruz; a los 24 años era el más joven general brigadier de la historia, pero la disolución del ejército federal en 1914 pone fin a su carrera militar. Después de trabajar como ingeniero en los EU y en Cuba, regresa a México cuando Obregón llega al poder. Casado, padre de familia, emprende varios negocios y rechaza la invitación a participar en dos rebeliones militares.

Es el conflicto entre el Estado y la Iglesia que pone fin a su vida civil. He contado alguna vez que los levantamientos espontáneos de campesinos católicos, durante el verano y el otoño de 1926, convencieron a los jóvenes radicales católicos de la Liga Nacional Defensora de la(s) Libertad(es) Religiosa(s), que podían derrocar al presidente Calles y tomar el poder por la fuerza de las armas. Ilusión trágica que los impulsó a llamar al levantamiento general en enero de 1927. Así empezó la Cristiada, guerra entre mexicanos que duró casi tres años. A finales de 1927, son numerosos los focos de guerrilla y los combatientes, pero la Liga es incapaz de darles una organización y de conseguir armas y municiones. Busca un jefe entre los generales desmovilizados, pero nadie cree en la posibilidad de una victoria de la guerrilla católica. Es cuando la Liga invita a Gorostieta. El hombre acepta.

Es profundamente católico. Aprovecho la oportunidad para hacer mi mea culpa. En mi Cristiada publicada en 1973, repetí sin averiguaciones una piadosa leyenda hagiográfica, de origen eclesiástico: el cuento es que Gorostieta no era católico; agnóstico, masón, hasta algo anticlerical, de una familia liberal del Norte. Que se fue con los cristeros porque era resentido contra los revolucionarios que habían truncado su meteórica carrera militar. Incluso que se fue como mercenario, por dinero. Se hubiera vuelto católico, contagiado por la fe del pueblo y de sus soldados cristeros, de modo que murió por la Iglesia y Cristo. Punto final. San Pablo en el camino de Damasco, o casi.

Falso. Leticia Gorostieta, inconforme con el retrato de su antepasado en la película For Greater Glory —no tiene nada contra Andy García que interpreta el papel de Gorostieta— me enseñó las 18 cartas del general a su esposa (1927-1929), así como su correspondencia con sus padres. ¿Conclusión? Una familia muy católica, muy practicante, todos sin excepción. Las cartas, escritas entre cabalgatas y combates, revelan un hombre profundamente enamorado de su esposa, que adora a sus hijos. Y un católico que aceptó ir al monte por deber, para defender al pueblo católico y a la iglesia. Entre líneas, porque el autor de las cartas debe ser prudente, se lee el gran drama de la Cristiada, el compromiso total de un hombre que invoca a Dios, a Cristo, a María, se encomienda a las oraciones de los suyos, reza para los suyos, y no duda de la victoria final.

En 1929, ofrece al candidato presidencial de la oposición, José Vasconcelos, el apoyo de los cristeros. Vasconcelos contesta que hay que seguir el ejemplo de Madero: primero ir a las elecciones para demostrar el fraude, después llamar a la nación a levantarse en armas. Error. Para evitar esa alianza que daría a Vasconcelos el brazo armado que no tiene, el gobierno concluye rápidamente su paz con la Iglesia. Gorostieta veía venir el desenlace, cuando fue sorprendido y abatido el 2 de junio de 1929. Cada año, en Atotonilco, Jalisco, celebran la memoria del general. Ya van noventa años.

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