Barack Obama, un demócrata liberal al que se echa de menos, pronunció un llamativo discurso en los festejos del centenario del nacimiento de Nelson Mandela en Sudáfrica que, junto con Winston Churchill fue el otro gran demócrata del siglo XX. El ex presidente de EU señaló que “cuando la gente hablaba del triunfo de la democracia en los noventas, ahora habla del triunfo del tribalismo y los hombres fuertes. Necesitamos resistir ese cinismo”. Y más adelante: “no soy alarmista. Simplemente es un hecho. Miren a su alrededor; la política de los hombres fuertes va en ascenso (…) mientras se mantienen las elecciones y algunas apariencias en la forma, buscan socavar toda institución y norma que da sentido a la democracia”.

Y así está ocurriendo. En muchos países con democracias antiguas y nuevas, las mentalidades políticas experimentan fatiga. Brotan por los poros de la sociedad impulsos que no se puede calificar más que de cavernarios: racismo, clasismo, nacionalismo y otros fanatismos. Se hace realidad el cínico pero lúcido presagio de Carl Schmitt: el soberano es el que puede colocarse por encima de la ley, el que puede dictar el estado de excepción (apoyado, claro, por su corte de los espantos o mediante las armas). Tergiversan los hechos; la “verdad efectiva” de los hechos, que Maquiavelo consideraba la piedra angular de toda política teórica y práctica, es grotescamente sustituida por mentiras que, en la percepción de mucha gente, son aberraciones justificadas. También decía el fundador del conocimiento de la política moderna que “gobernar es hacer creer”. La creencia en la verdad de esas mentiras está haciendo estragos. Basta que un prejuicio, un insulto o una afirmación que cambia o inventa los hechos circule en las redes para que haya millones de ilusos que los crean y actúen en consecuencia. Éste es un hecho dramático para la política democrática y representativa.

¿A quién representa el soberano? Si se ha de invertir la sentencia de Schmitt para dar lugar a que el soberano sea el ciudadano, las cosas deberían funcionar exactamente al revés. El juicio de los ciudadanos sobre la vida pública debería ser el contenido de la conversación política, y las leyes y las propuestas para atender ese juicio, la labor de los políticos en el gobierno, en el parlamento y en la judicatura. No es así, y esto es lo que los hombres fuertes no quieren. Si lo permitieran, no gobernarían.

Esos gobernantes no son demócratas, pero son representativos. En ello reside la desgracia. Hitler y Mussolini fueron representativos. Llegaron al poder por medio de elecciones, disfrutaron del beneficio del parlamentarismo y cuando las circunstancias lo hicieron posible usurparon la soberanía para poner en su lugar la autocracia a perpetuidad, hasta que fueron derrocados por la victoria bélica del bloque que defendió los valores y el sistema de gobierno democráticos.

En la situación actual no sabemos hasta dónde van a llegar. Han ganado terreno en un número alarmante de países: Estados Unidos, Rusia, Hungría, Polonia, Turquía, Israel. Las fuerzas que los sostienen han construido consensos amplios en Alemania y en Italia ya han ganado las elecciones. El propósito que persiguen es imponer agendas retardatarias, utopías regresivas, suprimir la presencia de quienes se les oponen hasta, si es posible, borrarlos del mapa de la política. Es la agenda de la “democracia” iliberal que no es otra cosa que una forma de autoritarismo disfrazado de formas democráticas, como lo afirma Obama. Donde la democracia resiste, la agenda es clara: luchar por desplazar a los hombres fuertes por ciudadanos más fuertes que ellos. Defender los espacios de deliberación libre y abierta, combatir todo modelo de pensamiento único, desarmar cada “verdad alternativa” con evidencias sólidas en discursos plurales e informados. También se impone conceptualizar esta realidad para entenderla mejor. El futuro está lleno de sombras. Nadie puede saber si la batalla está perdida. ¿Estaremos otra vez ante la profecía de Hegel: “La historia se repite dos veces: primero como tragedia y después como farsa”? ¿Es ésta la farsa?

Académico de la UNAM. @pacovaldesu

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