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Ciudad Juárez.— Por unos instantes no hubo fronteras ni muros ni agentes de Migración. El sueño de decenas de familias mexicanas se cumplió, aunque sólo fuera por unos minutos: volver a abrazarse, estrechar las manos, acariciar una mejilla, reír y llorar al lado de sus seres queridos, separados durante años.

Eran las 10 de la mañana del sábado, del lado norte del río Bravo unas 150 personas esperaban paradas junto a la malla, vestidas con una playera azul. Frente a ellas, al lado sur, el lado “pobre”, otro contingente igual estaba ansioso. De este bando la camiseta era blanca.

De manera simultánea comenzaron a caminar hasta llegar justo a la mitad del río, la división natural entre el peso y el dólar, el inglés y el español, el taco y la hamburguesa. Por unos instantes las miradas se cruzaron, las manos sudaban, los ojos se tornaban húmedos; nadie sabía qué hacer hasta que los voluntarios a gritos les avisaron que el momento había llegado.

“Mamá”, “m’hija”, “abuela”, “qué grandota”, “qué bonita”, “te pareces a tu tío”, fueron algunas de las exclamaciones que se oyeron al momento de fundirse en un abrazo, los azules y los blancos.

El proyecto “Abrazos no muros” o Hugs not walls es impulsado por la organización Border Networks for Human Rights, y busca reunir aunque sea por unos minutos a familias que llevan años separadas, debido a limitaciones migratorias.

Este sábado se llevó a cabo la segunda jornada del programa, la primera fue en agosto pasado. Durante semanas voluntarios estuvieron registrando datos de familias en esas condiciones y gestionando la anuencia de autoridades de ambos lados de la frontera para que permitieran el encuentro.

Agentes de Migración de Estados Unidos permanecieron a unos metros de las familias, sólo como testigos, sin intentar siquiera acercarse a nadie, a sabiendas de que todos los que llegaron del lado “americano” eran indocumentados.

De hecho, algunos oficiales hicieron lo propio y se dieron un cálido abrazo con agentes de la Policía Federal, demostrando que ambas corporaciones trabajan de la mano y en cooperación. Acto que sólo fue de interés de la prensa, porque a los asistentes hasta les molestó verlos tan amigables, ya que saben que al día siguiente volverán a sus labores de perseguir mexicanos y deportarlos.

Los cinco minutos que se permitieron se fueron como segundos, sobre todo para quienes llevaban hasta ocho o 10 años sin ver a sus seres queridos; y ni qué decir de los abuelos que justo entre el lodo del río vieron los ojos de algún nieto por primera vez, sin saber cuándo se podrá repetir el momento.

Brotaron más llantos con la despedida, “cuídate m’hija”, “salúdame a tus hermanos”, “tómese sus medicinas, papá”, “yo te mando lo que me pediste”, y miles de recomendaciones, bendiciones y agradecimientos.

Azules y blancos regresaron a cada lado de la frontera, de nuevo las miradas se cruzaron a los lejos, no muy retirado de ahí quedó el altar que el papa Francisco usó en febrero para orar por los migrantes; también en la zona quedó hace unos años el cuerpo de un niño asesinado desde EU por agente de Migración mientras el pequeño jugaba en territorio mexicano, y en cada rincón “del bordo” se escribió alguna historia de los que dejan todo por buscar el sueño americano, aunque en ello se les parta el corazón.

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