La encontré sentada entre el polvo, en medio de los escombros de lo que hasta hace unos días era su casa. No sonreía y parecía más bien triste, contemplando a los hombres que demolían su casa, quienes, con mazos en mano, echaban abajo sus recuerdos y los amontonaban en la calle. Esa montaña de recuerdos que la gente suele llamar escombros.

“No va a querer”, dijo su madre, pero yo me acerqué a ella y puse en sus manos el cuaderno y unos crayones.

Le pedí que dibujara en una hoja cómo quería que fuera su nuevo hogar. Lesly, de 13 años, se puso a pintar, mientras los hombres tumbaban la casa, la real, la que derrumbó el tornado el lunes pasado.

El día de terror

Ese día Lesly estaba acostada, de pronto saltaron los vidrios de las ventanas de su cuarto por todos lados y empezó a llover mucho.

Lesly escuchó que su hermana y su mamá estaban llorando. Se espantó.

Cuando el tornado cedió y Lesly salió de su casa para ver lo que había pasado, vio en la calle a un señor clamando ayuda; estaba atrapado entre unos escombros de una casa que se había venido abajo con el viento.

El ventarrón también había volado, como a una pluma, el carro de la mamá de Lesly y lo había incrustado en el techo de uno de los cuartos de su casa.

La casa que Lesly dibujó era de techos y ventanas altas, con nubes y palomas en el cielo, y afuera un jardín de flores. La pintó de naranja.

Allí, me dijo, le gustaría vivir y no volverse a acordar más del tornado.

“Nomás de pedirles que nos pongan algo más seguro, porque, mire, son casitas de mentiras y uno las agarra porque tiene que buscar en dónde vivir”, externó la madre Lesly.

Coche volador

“Que la van a tirar”, oyó Ever, de 10 años, que le decían a su padre los señores esos que vinieron para revisar su casa.

La sala tenía un agujero en el techo, que se había formado cuando un coche que venía volando le cayó encima, y el techo de la casa de Ever se agujeró. El niño oyó cuando tronó la losa.

Las paredes estaban cuarteadas, las puertas y ventanas reventadas. Había que tirarla, dijeron los hombres, me platicó Ever mientras pintaba en el papel la casa donde le gustaría vivir.

Ya tiene días que Ever anda como azorado, relató su padre. “Anoche todavía estaba temblando y mientras dormía brincó de la cama por el susto que trae”.

Ha soñado con los truenos, los rayos, las casas derrumbadas y la gente gritando, comentó el señor.

“Se había ido pa’bajo por sus cosas y me preguntó que qué íbamos a hacer. Le dije: ‘Salir adelante con la ayuda de Dios, y a echarle ganas. Las cosas al rato las recuperamos, lo más importante es que estás bien tú, tu mamá y tu hermanito. No te preocupes mi’jo’, le digo”, contó su padre.

La casa que pintó Ever es como una cabaña, con tejados, muchas ventanas y una cerca. No se parece en nada a la del Infonavit, donde vive con su familia, y que van a tirar mañana.

Siente temor

Sólo basta con que se nuble y Eduardo empieza a temblar, y dice que le duele la panza. Teme que otra vez vuelva el tornado y se lleve lo poco que queda de su casa.

El día que lo vi, Eduardo, de 10 años, andaba rodando en su bicicleta, no quiso dibujar, remarcó que no lo haría, por lo que su padre lo abrazó.

Comentó que él también tenía miedo de que algo pase y por eso desde el día del tornado la familia duerme a la intemperie, sin luz, sin nada.

“Yo espero al valuador; a ver qué me resuelve, y si no me resuelve nada la voy a tumbar de todos modos, no quiero quedar atrapado con mi familia, prefiero perder este mugrero que la vida de mis hijos”, expresó el padre del niño.

Los extraterrestres

Caminando entre las ruinas de las casas de la colonia Santa Rosa, en Acuña, me topé con Rodolfo, de 11 años.

Estaba sentado afuera de donde se encontraba su hogar, como matando el tiempo, y dijo que no tenía ganas de dibujar, que andaba aburrido. Al final tomó el cuaderno y los colores.

Mientras dibujaba, me platicó que el día del tornado un cuadro —un retrato que colgaba de la pared— cayó sobre su cabeza y lo descalabró. Al carro de su padre se lo llevó el viento y fue a parar al techo de otra casa.

—Si hubiera pasado algo por aquí, que hubiera apachurrado todo.

—¿Como qué? —le pregunté.

—Los extraterrestres —respondió medio en broma.

Rodolfo, quien aseguró que quiere ser arquitecto, dibujó una casa pequeña, de dos caídas, con su árbol, nubes y palomas en el cielo. Es donde ahora sueña vivir.

Sin paredes ni techos

Jamás se me va a olvidar el día que conocí a Perla. Ella estaba de pie viendo la televisión en la sala de su casa, un espacio sin paredes ni techo. Era como si viera la televisión a la vista de todos.

El viento había volado el techo y las paredes de la sala; sólo quedó un gran hueco. Un hueco y dentro estaba Perla viendo la televisión.

La niña pintó un castillo de altas paredes, ventanales, terraza y un sótano. “Deberían de ponernos sótanos a todos; en mi casa también”, dijo Perla.

“Pintó un castillo, ¿ya vio?, le dije que iba pintar uno”, explicó su madre.

Su casa, la de verdad, la van a demoler, me contó la mamá. “¿Y adónde van a ir?”, le pregunté, “eso es lo que no sabemos, a dónde vamos a ir”.

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